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El sabroso regusto a carne quemada [21-04-2020]

 

El fuego, que había arrasado el pequeño valle, se alejaba galopando a lomos del viento por la ladera, hasta extinguirse contenido por el meandro del río que serpenteaba entre una pedregosa ribera aluvial. Un pequeño grupo de homínidos, harapientos y asustadizos, se abre paso entre las cenizas, están buscando carroña, saben que cuando el gran fuego cesa, les ofrece manjares fáciles de comer y digerir. Además el sabroso regusto a carne quemada, ha creado adicción en el grupo. Recogen varios restos de animales, los más jugosos y nobles, y se retiran hacia su cueva, hoy habrá un gran festín, después se contaran historias, una vez satisfecho el hambre, con la panza llena, ansían el otro alimento, el del alma.

 

Este novelado párrafo, bien pudiera ser uno de los inicios de la comprensión del uso del fuego para cocinar por parte de nuestros antepasados más ancestrales. Hasta ahora, por medio de los yacimientos arqueológicos, lo probado empíricamente, es que como mínimo el Homo Erectus es el primer homínido que usa el fuego e intenta y consigue más o menos su control, y si no es capaz aún de generarlo, al menos inicia un intento de domesticación, guardando la llama, custodiando el gran tesoro, que ayudará a dar el salto evolutivo más grande de la historia, pariendo al Homo Sapiens.

 

Sí, porque probablemente “cocinar hizo al hombre”. El acto de cocinar es exclusivo de nuestra especie, es uno de los rasgos que pueden insuflar nuestra vanidad, es cierto. Ya que a pesar de esa misma vanidad, otros muchos rasgos, que pensamos tan humanos, los compartimos con nuestros compañeros de viaje planetario por el cosmos. Otras especies, más de las que pensamos, utilizan herramientas, técnicas de caza en grupo que revelan organización, planificación e incluso son transmitidas como cierta forma de cultura, no ligada al instinto genético o de especie, ejemplos serían chimpancés, delfines, lobos y leones. O la memoria y “culto a los muertos” de los elefantes, que refleja cierto intento de “comprensión” de tal efecto final de la vida.

 

Pero el procesamiento de alimentos, la cocción de los alimentos, el acto de cocinar nos ha diferenciado. La evolución de este acto en los últimos milenios ha sido constante, en los últimos siglos creciente, en las últimas décadas de progresión académica, en los últimos años digital y vertiginosa. Casi diría que en estos últimos meses, el acto de cocinar se ha vuelto terapéutico, nos hemos reencontrado con los fogones, la preparación con esmero, y cierta dedicación, de nuestros aperitivos, comidas o cenas puede ser relajante, no es lo mismo cocinar en casa que en un restaurante, presionado por el estrés de la preparación, por la inmediatez y eficiencia del servicio a prestar al, lógicamente, exigente comensal.

 

Este acto gastro-terapeútico tiene también su componente social, compartimos en la Red nuestras elaboraciones, concertamos aperitivos grupales, nos damos cuenta de lo mucho que echamos de menos la socialización del vermú compartido en persona con nuestros seres queridos, sentimos cierta morriña de las largas sobremesas de cálida y plácida conversación, cuando volverán es una inquietante pregunta para estos sociales seres que somos.

 

Así pues, dejando al margen del crecimiento mediático de la gastronomía en los últimos tiempos, la popularización masiva del cocinar probablemente sea debida a la mezcla perfecta de comida y diversión. Además es evidente que puede ser un arte que exprese sentimientos, que nos provoque sensaciones, en un acto de condimentar y cocinar alimentos para producir felicidad, al igual que la por medio del erotismo aderezamos el amor, o por medio de la filosofía cocinamos y aliñamos las ideas con ingenio para obtener preguntas, en eterna búsqueda de las respuestas.

 

Quiero terminar parafraseando a Gastón Acurio, gran cocinero peruano, pues yo no podría resumirlo mejor. Dice Gastón que el poeta triste escribe poemas y nos hace llorar. El pintor triste pinta cuadros y nos logra emocionar. El músico triste compone canciones y nos hace cantar. Pero al cocinero triste…le está prohibido cocinar. Es un hecho constatado, el estado de ánimo se transmite a nuestras elaboraciones culinarias. Así pues no cocinemos tristes o enojados, a riesgo de indigestarnos a nosotros mismos o a nuestros comensales, al contrario disfrutemos relajadamente del acto de cocinar, del momento de degustar, de la cálida conversación, de la sobremesa calmada y sin prisas.

 

Ésta si es mi “prescripción facultativa” para estos días de encierro, no hacen falta grandes viandas ni sofisticados ingredientes, con lo que tengamos a mano y un poco de imaginación, voluntad y amor, será suficiente. Os lo asegura este intento de “pinche feliz”.

 

Buen día a tod@s!!!

 

Os quiero Bandid@s!!!

“El placer de los banquetes debe medirse no por la abundancia de los manjares, sino por la reunión de los amigos y por su conversación.” (Cicerón)

Ya sabéis de sobra que cocinar es una de “mis cosas favoritas”, al igual que la música y dentro de ésta el jazz. Hoy os voy a sugerir una pieza que es una delicia, un poco “larga” a lo mejor para los tiempos que corren. Pero quizá la podáis escuchar de fondo durante la comida o la cena, relajadamente, ahí puede que sus trece minutos hasta se queden cortos. La delicatessen a la que me refiero es “My Favorite Things” de John Coltrane, espero que os guste.

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