En días pasados tuve necesidad de permanecer por un tiempo en un hospital-maternidad, acompañando a una de mis hijas. Esto permitió que recordara la última ocasión en que por requerimientos de salud estuve internada.
Las enfermeras llegaban y mientras aplicaban sueros, medicamentos o revisaban la cirugía, interactuaban conmigo haciendo comentarios que propiciaban el diálogo; de tal forma que me enteraba desde cómo brillaba el sol esa mañana, o si un día lluvioso había causado problemas para llegar a las enfermeras y doctores; hasta cuestiones tan personales como la recomendación realizada por la enfermera a sus hijos de que se arroparan bien al salir.
Actualmente, la atención profesional es muy buena, más aún cuando en los hospitales (sobre todo en los privados) se busca la certificación de la “calidad total en el servicio”. Esto resulta maravilloso, de no ser por un “pequeño detalle” que quizá escape a quienes asesoran y capacitan al personal de empresas o instituciones: la falta de humanización y sensibilidad en el trato que ofrecen a quienes reciben un servicio.
Más parecieran seres programados o robotizados que recitan pequeñas frases de cortesía, sin esperar siquiera a ser contestadas. Es así que escuchamos desde: “Buenos días, estoy a sus órdenes para lo que se le ofrezca”, “gracias por utilizar nuestros servicios”, hasta “esperamos haberle servido satisfactoriamente”.
Usted se preguntará: ¿Qué más quiere? ¡Son frases tan amables! Quizá sea la mecanización con que dichas frases son dichas lo que las hace frías e impersonales. ¡Si al menos se acompañaran de una sonrisa, de un tono natural y sincero!
En este mundo de hoy, en el que vivimos una serie de transformaciones tan aceleradas, en el que cada persona vive inmersa en su propia problemática personal y social, pareciera que las vocaciones van en decadencia. Vivimos en una etapa de la economía donde prevalecen los servicios: educación, salud y comunicaciones, por tanto, se requiere a la “persona humana” en su totalidad.
El reto de ser más humanos
No se trata sólo de educar al individuo sabiamente, que conozca lo que debe hacerse, que tenga habilidad para saber cómo, sino virtud para realizarlo.
Servir a los demás es una vocación, no importa la profesión o empleo que se ejerza. La persona humana es la única capaz de dar atención y respeto, de ser agradecida, generosa. De aquí que la economía, en su búsqueda por su mejor desarrollo, recurra a conceptos como: “calidad en el servicio”, “círculos de calidad”, “en búsqueda de la excelencia”, que están fundamentados en la persona humana ética, con valores morales.
Volvernos más humanos es hoy por hoy el gran desafío. Los sistemas educativos reestructuran sus planes y programas de estudio, adecuándose a los cambios e innovaciones técnicas, pero sobre todo buscando en la persona una proyección ética en su práctica profesional, esto es un regreso al humanismo; mas esto no será posible si no se propicia que surja entre las personas el gran ingrediente: AFECTO.
Virginia Satir dice:
“Me pregunto qué sucedería si de pronto, en una noche, los cinco mil millones de personas que pueblan el planeta aprendieran los principios esenciales de vivir con congruencia:
-Comunicarse con claridad
-Cooperar en vez de competir
-Capacitar en vez de subyugar
-Fortalecer la exclusividad individual, en vez de catalogar
-Utilizar la autoridad para dirigir y alcanzar “lo adecuado”, en vez de obligar a la obediencia mediante la tiranía del poder
-Amar, valorar y respetarnos plenamente
-Ser responsable personal y socialmente n Utilizar los problemas como retos y oportunidades para encontrar soluciones creativas”.
Aprenda a expresar sus emociones
Darnos permiso de “sentir” no es malo. Sentir simpatía, afecto, agradecimiento, rechazo o empatía entre otras muchas emociones y expresarlas nos convierte en verdaderas personas humanas y auténticas.
Si bien es cierto que todos requerimos de una buena dosis de sensibilidad para la práctica de la empatía, también lo es que ésta resulta primordial para quienes ejerzan profesiones de servicio y vocación como los médicos, enfermeras, maestros, padres, madres o guías espirituales.
Existen diversas formas de expresión (aun sin hablar); una de ellas es el lenguaje corporal y facial, mediante el cual enviamos mensajes. La madre que sonríe a su hijo e inclina su cabeza como señal de aprobación, cuando éste va iniciar un discurso escolar, lo alienta positivamente; el jefe que en medio de una junta de trabajo mira a su secretaria indicando que llame a su auxiliar y ésta lo entiende, demuestra la compenetración entre ambos.
Desarrollar con excelencia y calidad los roles que nos toque desempeñar en la vida, no está reñido con la humanización en el trato a los demás.
La autora es Maestra y Diplomada en Orientación Familiar.
Practique la calidad en el trato
Estas son algunas ideas en las que puede reflexionar para practicar el buen trato a los demás:
Observe su comportamiento y realice un análisis de él. ¿De verdad le gusta cómo trata a los demás? ¿Se siente bien con su forma de ser? Si no es así, sólo usted puede realizar cambios y mejoras.
¿Ha escuchado qué expresan de su persona los que le rodean? ¿Les gusta su compañía? Actitudes tan sencillas como preocuparse por los demás sinceramente, tono e inflexiones de la voz afectuosas, siempre permitirán una relación interpersonal cordial y placentera.
Evite las actitudes hostiles. Si bien es cierto que vivimos en un mundo conflictivo, la realidad es que la mayoría de las personas están deseosas de ser escuchadas, de establecer relaciones amistosas, de comunicarse.
Adquiera conciencia de la importancia de humanizar el mundo en el que vivimos; si empieza por usted mismo, su familia, su entorno quizá llegue el día en que se logre establecer relaciones plenas.
No olvide que todos poseemos las herramientas necesarias para establecer contactos humanos “de calidad”, sólo basta practicar para adquirir habilidad para hacerlo. La próxima vez que alguien necesite de usted, recuerde que venimos a este mundo a servir, antes que a ser servidos.