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La autora, luego de reseñar cambios experimentados en la posición femenina durante el último siglo, se detiene en las “posmenopáusicas”, que vivieron la revolución sexual de los ’60 y la reeditan hoy.

En el libro Los mitos hebreos, Robert Graves relata diversas versiones sobre la historia de Lilith, la primera mujer creada por Dios. Su historia, que aparece en antiguos pergaminos, fue prohibida tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento. Según Graves, Dios creó el cielo, la tierra, las plantas, los ríos, los animales, etcétera, y el séptimo día, ya cansado, con tierra o arena crea al hombre “a su imagen y semejanza”. Pasa el tiempo y viendo a Adán solo decide darle una compañera, ya que “no es bueno que el hombre esté solo”. Con arena hace la mujer que llama Lilith. Esta es la primera mujer de Adán, que resulta ser vivaz, inteligente e independiente y quiere gozar y disfrutar de la vida.

Pero Lilith protesta porque su misión parecía ser solamente la de tener hijos, por lo que decide estrangularlos a medida que van naciendo. Sigue el mito contando que Lilith se queja porque tenía que “ponerse abajo y el hombre encima” y “¿por qué hijos y no placer?” Dios, indignado, la echa del paraíso y medita: “La hice de arena podrida y sucia”. Pasado un tiempo decide probar nuevamente, pero esta vez duerme a Adán, le saca una costilla y con ella fabrica a Eva. Desde el comienzo de la vida aparece la sumisión de la mujer y la importancia del hombre.

La imagen de la mujer ha sufrido una gran transformación con respecto a la que presentaba hace unos años. Tomaré dos hitos que marcan momentos fundantes para comprender y evaluar las peculiaridades de este desarrollo. A principio de siglo, Freud, con sus revolucionarias concepciones sobre la sexualidad, sitúa a la mujer como un ser deseante; ya no solamente objeto de deseo del hombre, sino sujeto de su propio deseo. Esta transformación en la concepción de la mujer es lo que tomaré como primer hito. La mujer no solamente tiene alma sino que puede desear y elegir según su deseo.

Pasarán los años y ella se irá incluyendo socialmente, cumpliendo roles impensados. Se cortará el pelo, fetiche de adoración y sometimiento. Adoptará vestimentas más cómodas y livianas, abandonando las estrategias de ocultamiento y develando así nuevas partes de su cuerpo, y hasta se atreverá a usar ropas masculinas, invadiendo territorios prohibidos. Durante la Segunda Guerra Mundial, la presencia de la mujer, supliendo el déficit de hombres en las fábricas y otros lugares de trabajo, dio nuevo impulso a este desarrollo.

Recordemos que el voto femenino se estableció en Estados Unidos en 1920, en Francia después de la Segunda Guerra Mundial y en la Argentina en 1951.

En Francia, en 1960, menos de siete millones de mujeres eran trabajadoras activas; en 1994 sobrepasan los 11 millones, pasando de representar el 34 por ciento al 45 por ciento de la población activa. De los ocho millones de hogares que hay en la Argentina, 1.120.000 están habitados por una sola persona. En Manhattan, el 56 por ciento de los hogares están habitados por una persona sola.

Sin embargo, hasta hace pocos años en los libros de lectura se inculcaba a los niños una imagen de madre dedicada solamente a las tareas del hogar, mientras el padre, que representaba al proveedor, volvía al atardecer del trabajo cotidiano. La abuela, siempre presente, ocupaba un lugar clásico, en su silla mecedora, canosa, tejiendo sonriente con su típico vestido de señora mayor. El abuelo podía o no estar representado, y cuando lo estaba era un viejito jovial, respetado por todos por su sabiduría. Estos estereotipos clásicos seguían siendo nuestra lectura escolar a pesar de los cambios que se venían gestando. ¿Cuántos años hace que no vemos a una abuela tejiendo?

El segundo hito que tomaré se inicia en los años ’60. En esta fecha se lanza al mercado la píldora anticonceptiva, punto de comienzo de lo que dio en llamarse la revolución sexual. Las mujeres son por supuesto las más favorecidas por este fenómeno, que fue en realidad la revolución sexual de las mujeres. Desaparecido el fantasma de los embarazos no deseados, la vida sexual comienza a correr por otros carriles, donde la mujer encuentra nuevos espacios para la expresión de su sexualidad. La intensidad de lo que dio en llamarse el destape femenino sorprende aun a ellas mismas. La mujer seduce y toma la iniciativa erótica abiertamente, en circunstancias adonde antes solamente se permitía insinuar.

Como suele suceder con los cambios tan radicales, éste se organiza en un movimiento pendular, pasando de un pasado limitante a un desaforado despliegue erótico.

En un primer momento, las mujeres aparentemente no encuentran un modelo femenino de identificación y las reivindicaciones solicitadas parecen no ser más que el deseo de masculinizarse identificando su libertad con la de los hombres.

Mientras rechazan y denigran la maternidad, ser combativo, ser contestatario, estar contra el establishment se transforma en lo deseado. Sin embargo, defienden su vida sexual y lentamente van desarrollando otras perspectivas. La idea de la actividad del hombre versus la pasividad de la mujer parece dejar de tener vigencia.

El tabú de la virginidad desaparece gradualmente, al mismo tiempo que los jóvenes hacen pruebas prematrimoniales con la esperanza de garantizar su futura armonía conyugal, conviviendo muchas veces sin llegar al matrimonio, por lo que disminuye el número de casamientos. Los hijos son planificados y los padres ayudan en su crianza, así como en las tareas domésticas, dado que las madres trabajan y muchas veces son ellas las que aportan más en lo económico o directamente sostienen el hogar. El concepto de familia, tan rígidamente sostenido a principio del siglo XX, ha perdido su estructura clásica. Las parejas y sus descendientes en las encuestas suelen incluir como familia a amigos, animales domésticos. “¿Cómo se llama la abuela del hijo de la mujer de mi padre que no es mi abuela?”, me preguntaba un niño desorientado. El cambio es tan rápido y tal vez tan asustante que no hay palabras que nominen la cantidad de vínculos familiares nuevos.

En países donde solamente se permite tener un hijo, y es el caso de China, no van a existir los tíos ni los primos. Como vemos, es imposible predecir cómo se desarrollaran las futuras estructuras familiares.

Esto de algún modo se refleja en las entrevistas con mujeres posmenopáusicas. Todo terapeuta que ha sido consultado por señoras que se incluyen en este espectro biopsicosocial ha tenido que experimentar, me imagino que con la misma conmoción y respeto con que lo he experimentado yo, tanto ímpetu, donde se creía que las arcas del deseo se habían agotado. Recuerden el retrato de la abuelita que aparecía en el libro de lectura. La viejita, canosa, vestido oscuro y tejiendo: muy atrás quedó esta imagen.

El incremento de la expectativa de vida promueve que personas que no nos consultaban porque sentían cerca el fin de la vida, y entonces ya no valía la pena, ahora lo hagan. Cada vez entrevistamos más mujeres posmenopáusicas y en este estrato generacional el terapeuta nota un cambio fundamental. En nuestro país, estadísticamente hay más mujeres que hombres y éstas son más longevas; por lo tanto, a medida que pasa el tiempo, hay más mujeres solas.

Hace unos años la idea de una mujer viviendo en soledad era casi inconcebible, no importaba si ella deseaba hacerlo o no. Cuando una mujer enviudaba, los hijos la llevaban a vivir con ellos con todas las consecuencias imaginables de dependencia afectiva y económica. Era una imposición social y familiar. En la actualidad, pero es raro que una mujer sana que por alguna razón quede sola, acepte convivir con sus hijos o parientes. La experiencia nos enseña que no solamente defiende su soledad, sino sobre todo su independencia.

Una vez que ha elaborado su duelo, lentamente se va reinsertando en los grupos sociales de acuerdo con sus intereses. Esta situación es bien conocida por los marquetineros de moda, por lo que conferencias, clases de todo tipo y actividades para tercera edad se promocionan con gran éxito de público femenino. La Universidad de La Plata abrió cursos para tercera edad que han sido totalmente colmados, el 70 por ciento con mujeres. ¿De dónde surge este modelo de identificación que han debido lograr en tan poco tiempo? Recordemos que la revolución sexual se inicia en los años sesenta: éstas son las mujeres que la vivieron y han llegado ahora a la posmenopausia. Pasan por los consultorios buscando apoyo para organizar un espacio adecuado para ellas, dado que la sociedad no las ayuda a encontrarlo por el prejuicio de la edad.

Por otro lado, los hijos de estas señoras de la liberación sexual sufren el desencuentro con sus expectativas de una madre vieja-abuela del hogar. Ellos buscan esas abuelas que les mostraban en los libros de lectura, que no se adecuaron a tiempo a los cambios de la mujer. Al encontrarse frente a este nuevo desarrollo, lo asumen como una frustración y persisten en querer verlas como aquellas que habrían sido. Este nuevo status de las abuelas que adquieren autonomía no les resulta grato. Tratan de limitarlas con pretextos pueriles, impidiendo o rechazando toda posibilidad de aceptar que ellas organicen su vida, sus amistades o nuevas relaciones amorosas. Sorprendentemente, la relación con los nietos parece ser el factor fundante para su transformación, otorgándoles un modelo nuevo de identificación que las rejuvenece y estimula.

Lejos quedaron el luto, la ropa para señoras mayores, el maquillaje ad hoc, las canas, todo eso que en un cierto momento de la vida daba status y que ha sido arrasado por la juventud.

Las mujeres no sienten la soledad, sino que gozan de su autonomía y han aprendido de las jóvenes el derecho de llamar a los hombres y solicitar su compañía. Es sorprendente escuchar relatos donde, enteradas de la viudez o soledad de algún señor, lo llaman para encontrarse. Su presencia en las peñas folklóricas, clases de tango, salsa, etcétera, les permite sentirse en brazos de algún caballero que reconstruye, aunque sea fugazmente, su narcisismo. Defienden como pueden su vida erótica. Por otra parte, contentas, se han dado cuenta de que en el horizonte sexual femenino no existe el fantasma de la impotencia. Frente a este avallasamiento de sus territorios, los hombres reaccionan un poco perplejos y recurren a los viejos comportamientos sociales queriendo armar pareja, situación que en general ellas rechazan para contentarse con los novios cama afuera.

Estas son las mujeres que en los años ’60 fueron protagonistas de la revolución sexual, o meras observadoras, y gozan de sus logros.

(Sin embargo, hay una legión de mujeres que no alcanzan ni mínimamente estos estilos de vida. Las estadísticas de algunos países son escalofriantes en cuanto a sometimiento, como lo muestra el altísimo índice de amputaciones clitorideanas. Por otra parte, en la Argentina, solamente el 40 por ciento de las mujeres tiene trabajo y dos de cada 10 mantienen el hogar. Y en nuestro país perciben entre el 27 y el 52 por ciento menos de salario que los hombres por el mismo trabajo. Según las Naciones Unidas, de los 1300 millones de pobres del mundo, el 73 por ciento son mujeres y constituyen los dos tercios de los analfabetos del planeta.)

En todo caso, la tremenda transformación a la que me he referido exige de los psicoanalistas un gran esfuerzo de adecuación. Poder discernir entre cambio y actuaciones psicopatológicas es un desafío. La teoría que Freud planteó a principio de siglo mantiene su vigencia en cuanto a los fenómenos estructurales a investigar, pero son las nuevas formas, es decir, el despliegue que adquieren al desarrollarse, lo que nos asombra y muchas veces conmueve. Por ejemplo, la resolución del complejo de Edipo deberá ser aggiornada a las vicisitudes familiares particulares y sobre todo novedosas que deberemos indagar cuidadosamente, habida cuenta de los personajes disímiles que cohabitan en las diferentes familias actuales y sus consecuencias. La persistencia de estos fenómenos heredados, núcleos del desarrollo individual, nos enfrenta a nuevas patologías que deberemos comprender de acuerdo con los actuales códigos de convivencia. Son las diferentes dramatizaciones que adoptan estas estructuras al pugnar por su expresión.

Frente al desarrollo y despliegue de la sexualidad femenina, ¿podemos seguir pensándola dependiente del falocentrismo? ¿Seguimos pensando a la mujer como un ser castrado? ¿Creemos todavía que su superyó es menos confiable que el del hombre dado que su complejo de Edipo no se sepulta como el de él? ¿Creemos que el clítoris es un resabio del pene y pertenece a la categoría de lo masculino? ¿Creemos que la mujer es pasiva y el hombre activo? Y, lo más importante: ¿creemos que Freud sostendría estos conceptos ahora?

Teniendo en cuenta que en Estados Unidos:

– casi una de cada dos mujeres ha sido víctima de un intento de violación;

– el 40 por ciento ha sido víctima del acoso sexual;

– el 50 por ciento de las mujeres ha sido golpeada al menos una vez durante su vida en pareja;

– el 28 por ciento de las parejas confiesan tener relaciones violentas;

– los crímenes sexuales se incrementaron el 160 por ciento entre 1976 y 1984;

– las violaciones declaradas progresan cuatro veces más rápido que la tasa de criminalidad global: ¿Con qué cuidado escucharía Freud ahora las fantasías de seducción que le contaban sus pacientas?

Tal vez las mujeres psicoanalistas debemos ser las que denunciemos ciertos actos de encubrimiento que las teorías persisten en organizar, sometidas a las situaciones sociales existentes.

Por Raquel Rascovsky de Salvarezza
Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y full member de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).

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