El niño muy pequeño no tiene una percepción clara del espacio o del tiempo. Por ese motivo, cuando se produce una separación de sus padres, el bebé tiende a pensar que va a ser permanente,
y vive ese momento de una forma muy angustiosa. Su reacción suele ser
la de un llanto desconsolado con el que demanda la atención del padre o
de la madre para que vuelva. Lejos de ser un problema, este miedo a la separación es un
mecanismo evolutivo que el niño irá perdiendo de forma gradual, en la
medida que tenga oportunidades de experimentar con su entorno y
adquiriera una cierta autonomía. De hecho, la ansiedad de separación está presente en casi todos los niños de entre 12 y 14 meses, y es algo muy frecuente hasta los tres años de edad.