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A veces, tanto en nuestra vida privada como en el trabajo, planificamos nuestros tiempos en un determinado sentido para intentar sacarle el mayor partido posible. Y cuando la acabamos, si miramos hacía atrás, nos damos cuenta de que no hemos alcanzado casi ninguno de los objetivos que nos marcamos el domingo por la tarde o el lunes.

Esas semanas locas como las llamo yo, son, sobre todo en el aspecto personal, mucho más frecuentes de lo que desearíamos, puesto que hay elementos que se escapan a nuestro control. Me refiero a una enfermedad sobrevenida de algún familiar cercano, a un terremoto emocional por alguna causa que nos llega desde fuera, y que nos puede llevar a estar estupendamente bien e incluso, en algún momento, llevarnos a tocar el cielo con un dedo, pero que nos “desencaja” por completo la semana. Me refiero también a la aparición de personas nuevas en tu entorno, o sencillamente una caída paseando por la calle que ya te acaba de romper por completo todos los planes que habías trazado.

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Estas semanas, o días, o meses, son las que creo que aportan color a nuestras vidas. Y, claro está, las personas que nos rodean y que nos quieren son las que hacen que las posibles consecuencias no deseadas, se suavicen.

Cuando después de un período de estos, intentas hacer balance, al menos en mi caso, he de dejar pasar unos días para poder analizarlo con cierta lógica, puesto que la inmediatez es mala consejera en estos casos.

Después, cuando ya ha pasado un tiempo y las aguas vuelven a su cauce, ya es más fácil hacer los análisis y si son en positivo, pues miel sobre hojuelas.

De todos modos, bajo mi punto de vista son, la concatenación de este tipo de períodos, los que enriquecen la vida cotidiana, puesto que de lo contrario, esto de vivir sería un poco aburrido. Y me refiero sobre todo a los hechos emocionales que en un momento dado nos desbordan porque aparece una persona en nuestra vida que le da color, o el hecho de que nos enamoremos, o el que nos regalen un perrito. En todos ellos hay implicaciones emocionales que, aunque al principio resulten desbordantes en cualquiera de los casos, al final, siempre han aportado riqueza afectiva a nuestra vida.

O en el caso de la pérdida de seres queridos, tanto por su desaparición física como por las distancias que se crean entre las personas por miles de causas, incluso en estos casos, nos enriquecen estos hechos. Aunque evidentemente, al calor del sufrimiento de ese momento no podamos ver lo que de bueno nos puede aportar. Pero con el tiempo, si somos capaces de analizar, lo encontraremos.

Son los tiempos revueltos y ajetreados en los que nos ha tocado vivir, los que en muchos casos, nos impiden tener una visión en positivo de todas las enseñanzas que estos hechos traen consigo. También, cómo no, las pequeñas y grandes traiciones que a lo largo de nuestra vida vamos sufriendo nos impiden dar nuestra confianza, alegría, o amor a las primeras de cambio a todo el mundo. Nos vamos creando corazas también, y eso también impide que aprendamos de las lecciones que la vida nos da con estas sorpresas.

De todos modos, y volviendo al tema inicial de las semanas locas, he de decir que siempre que vengan cargadas de sorpresas gratas, que nos llenen el corazón y el alma de sensaciones placenteras, aunque nos destrocen la agenda personal, bienvenidas sean. Que yo a esas me apunto a todas, -como supongo que casi todo el mundo, claro-, y a las otras, a las que durante un tiempo nos pueden hacer daño, por causas imprevistas de enfermedad o desaparición, aunque no son deseables, he llegado a la conclusión que también son necesarias, puesto que también llevan implícitas lecciones que hemos de aprender, y eso, también enriquece el mundo de los sentimientos.

De las semanas locas en el trabajo, que haberlas, como las meigas, hay las, de esas, mejor no hablar, ni en positivo, ni en negativo, mejor “pasarlas” lo más rápidamente posible y esperar que tarde mucho en llegar otra, que siempre llegará demasiado pronto.

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