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La agresión contra las mujeres se produce en todos los campos y desde todos los frentes: desde el judicial y laboral hasta el doméstico, personal y afectivo.

Se concreta igualmente en la eliminación de las prestaciones sociales, particularmente las que servían para contrarrestar esa tendencia opresora a arrinconar a la mujer de la peor manera en el seno de la “familia tradicional”.

En este sentido, esa agresión global contra la mujer afecta también, en este plano ya más ideológico, a la propia desaparición de la educación sexual, imponiéndose una moral machista (misógina, homófoba y financiada desde los Estados a través de la misma Iglesia) y la sacralización del más clásico y reaccionario modelo de familia heteropatriarcal.

El capitalismo necesita de la doble explotación de las mujeres para su supervivencia; por eso, la lucha anticapitalista para ser eficaz, debe ser además antipatriarcal.

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