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Lluvioso inicio de primavera [06-05-2020]

 

Este lluvioso inicio de la primavera ha verdeado todo, la habitual eclosión de vida propia de esta estación, explotará este mayo como hacia tiempo que no ocurría. Los olores de la primavera lo envuelven todo y penetran por las ventanas, sutiles, delicados, a veces profundos, mecidos por el viento. Los aromas a flores frescas o a tierra mojada que nos dejan los chaparrones ocasionales propios de esta temporada, evocan la estación resucitadora de la vida durmiente por excelencia.

 

Esto me lleva a reflexionar sobre la importancia del sentido del olfato y sus peculiaridades frente a los otros sentidos. Lo primero que asombra es la capacidad del olfato para evocar recuerdos, a veces de manera instantánea, sin filtros, un aroma nos retrotrae de inmediato a un recuerdo, persona, momento o vivencia. Esto parece ser que es debido a que los olores pasan al cerebro de manera directa. El olfato es el único sentido que no pasa por el tálamo, esa especie de centralita donde se registran y dan sentido a las entradas sensoriales, a través de los otros sentidos, y al carecer de ese filtro, su acceso directo al bulbo olfativo, que está repleto de conexiones con la amígdala y el hipocampo, se involucra con inmediatez en la respuesta emocional y la formación de la memoria más primitiva.

 

Así comenzamos a formar memorias olfativas desde muy temprano, el olor a mamá, incluso en ausencia de ésta, por medio de una prenda de ropa impregnada de su aroma puede calmar a un bebé.

 

Un paseo por la ribera del Duero comienza con un paso y continua con un envolvente marasmo de aromas, olores y perfumes. Tomillo, romero, espliego o lavanda, flotan en el aire, entremezclándose en perfecta armonía de maestro perfumero. El olor de los cañaverales en flor mecidos por la corriente se suma a la pletórica orquesta olfativa, a veces se incorpora el sutil y agradable olor del césped recién cortado o pisado, quién sabe, ese olor que todos podemos identificar sin duda.

 

Intento recordar olores y comienzan a aparecer algunos, que cuando los vuelves a apreciar, te trasladan a esos momentos donde nacieron y se instalaron en nuestros recuerdos. Tengo algunos muy peculiares, como el de la naftalina que desprendían algunas tías, y apreciábamos cuando nos pellizcaban los carrillos y nos achuchaban en acelerados besos seguidos. Como el del talco que era remedio de rozaduras, picaduras y algo más. Uno super curioso, el de la aspirina mezclada con azúcar y un poco de agua, que era remedio para todo asociado, terapéuticamente, con el efecto placebo del cariño de mamá. El de las sábanas limpias, recién estiradas por la misma, acompañadas del beso de buenas noches. El de mi padre recién afeitado, a “aftershave” limpio de limón, del que siempre decía que era el mejor y más natural, acompañado de su peculiar colonia. El de los bebés, que siempre es evocado por algunas colonias infantiles en particular. El del tabaco de pipa bueno, el del incienso de sándalo, al que me he hecho adicto. El olor de los libros viejos, de las librerías antiguas, que no tiene nada que ver con el aséptico olor de las librerías que solo venden “best seller” de ultimo lanzamiento.

Pero si hay un campo donde los olores se desatan es en su asociación con el gusto a través de la comida. Aquí sí que se agolpan, multiplicándose los recuerdos, en una innumerable cascada de emociones y desbordantes sentimientos.

 

El olor de las pieles secas de cítricos unidos a la canela que me trasladan al arroz con leche de mamá. El agradable aroma de la aguja de cerdo tostándose en la cazuela, que luego se redondeaba con la mirepoix de verduras que acompañaban con el especial resalte de la cebolla caramelizándose, siempre que he cocinado con este proceso, no he podido evitar recordar como olía la casa cuando mi madre cocinaba este plato. El perfume de la trufa, ese aroma entre gas y ajo, que no tiene termino medio, o te embriaga o te disgusta. El olor al cocido, lentamente evolucionado en el pote, que impregna todo y nos hace salivar imaginando la pringada que vamos a preparar. El perfume de los tomates de cercanía y en su tiempo, ese olor a mata, a tomatera, a huerto de verdad. El aroma del guiso de las mollejas a la zamorana de mi suegra, con el evocador comino en abrazado baile con el ajo y el pimentón sofrito. El del vino cuando lo vamos a degustar, justo antes de que moje los labios, a veces frutado, a veces a madera, otras floral, algunas almizclado y tánico.

 

Ahora suena la cafetera, el olor a café impregna el momento, ese aroma que me acompaña cada día al amanecer, ese perfume tostado y agradable del buen café natural, que me sitúa de nuevo en el mundo al inicio de la jornada.

 

Buen día a tod@s!!!

 

Os quiero Bandid@s!!!

“Los recuerdos, la imaginación, los viejos sentimientos y las conexiones se alcanzan más fácilmente a través del sentido del olfato que a través de cualquier otro canal.” * Oliver Wendell Holmes

El aroma del café, no sé por qué, me transporta siempre, imaginativamente, a Brasil. Así que aquí os dejo un tema que me encanta y que marida con el cafecito mañanero a la perfección… Corcovado (Quiet Nights Of Quiet Stars) de Stan Getz y Joao Gilberto…cierro los ojos y me dejo llevar…

el-pinche-feliz

Aquí a diario Mis Gastrotapasdesde la “Oronja Home”
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