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Cuando se tiene el volante de un carro por primera vez, todos los postes de la ciudad se pasan la noticia y comienzan a rezar, no vaya a ser su último día.

El primer arranque suele ser “espectacular”. En vez de meter primera, se desliza la palanca de velocidades hasta reversa. ¿El resultado?: el vecino encuentra su automóvil con los faros hechos pedacitos por el suelo.

El acompañante (ya sea el papá o el hermano o, si uno se aventuró solo, el ángel de la guarda) va dando las indicaciones oportunas:

– Ahora saca el clutch “suavemente” y mete poco a poco el acelerador. Patinan las llantas sobre el asfalto y sale el coche disparado como un buscapiés.
– ¡Suave! ¡Que nos matamos! Después, se da un “frenazo” que casi hace al piloto y copiloto besar el parabrisas. El guía se seca el sudor de la frente.
– ¡Cuidado con el árbol!… Menos mal!
– ¡Ay, la viejecita!
– Atento a los ¡tooooooooooopes!
– No es necesario que sigas por la banqueta.

Pero después de estas experiencias se puede volver a casa con un sabor agridulce: dulce, porque ya se puede llegar al colegio diciendo: “Ayer llevé a pasear a mi papá”; y un agrio, por saber que no es tan fácil manejar.

volante

En realidad es más cómodo ir sobre el asiento trasero, comiendo un helado y observando el panorama, sin ninguna preocupación por el volante, el freno, la velocidad, los retrovisores, los semáforos, los peatones, los topes, los pilotos suicidas…

Con la primera experiencia se descubre que para manejar se necesita algo más que ganas. Es necesario el empeño de toda la persona; se necesita ser maduro y responsable. Porque manejar un vehículo puede ser un arma.

Esta experiencia nos sucede a todos cuando, a los 13, 14, 15 años (cada uno tiene su momento), se deja de ser niño y se comienza a ser joven.

En la infancia eran los padres, los que llevaban el volante de la vida de los hijos. Ahora, en vez de llevarlos, sin mas ni más, a visitar a la tía Filomena, les preguntan si quieren acompañarlos.

Ya son los jóvenes los que eligen la ropa que vestirán, los tenis que calzarán, la loción que olerán… De pronto, se les proponen las cosas, ya no se les imponen.

Es, justo ése, el momento de tomar el volante de la libertad con las “propias” manos. Gran responsabilidad: se puede hacer lo que se quiere, siempre en el margen de lo posible.

Se tiene la libertad en las manos y con ella se conduce la vida. ¿Se manejará a toda velocidad por callejones oscuros? ¿Se utilizará para disfrutar, incluso saltándose las reglas de tráfico? O, por el contrario: ¿Se apretarán las manos en el volante tomando con responsabilidad, siguiendo las señales que harán que se llegue sano y salvo…? Depende de cada uno.

Es verdad: muchos eligen la emoción vertiginosa de las altas velocidades con una vida alocada. Verdad, también, que la inmensa mayoría de ellos terminan con su vida hecha pedazos en una curva imprevista, en un túnel estrecho. Pero de ninguna manera se puede decir que sea el caso de todos los jóvenes.

Hay una constelación de ellos que toman con firmeza y decisión el volante de su vida. Valorando lo que llevan entre manos. Y marchan decididos hacia la madurez, usando sensatamente su libertad.

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