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La vivencia de la pareja y en concreto de la ruptura, está directamente relacionada con la construcción sociocultural de la misma y las expectativas proyectadas en ella. En la cultura occidental el modelo de pareja es heredero directo del modelo de pareja matrimonial.

En su origen el matrimonio es un contrato legal, propio de una clase social alta, “una institución que atiende a la perpetuación y mantenimiento de unos bienes en el seno de un grupo familiar y que se diferencia de otro tipo de uniones regidas por el amor o por los encuentros carnales” (Luis Carbajal 2012). Es un contrato de tipo patrimonial. Sólo a partir del siglo XII empezó a a tomar forma la idea de que el “amor y el matrimonio” podían ir juntos, y en el siglo XVIII se empezó a pensar que el enamoramiento podía ser una razón para el matrimonio (Coontz 2006).

En nuestra historia reciente, con el siglo XIX se consolida el cambio cultural que da mayor importancia a los sentimientos dentro del matrimonio, (Fin de una etapa donde “El amor es un mal motivo para casarse”. Clemente de Alejandría), pasando a ser el amor la razón más valorada para motivar esta unión. Y es únicamente en el siglo XX cuando se incluye además la expectativa de satisfacción sexual. El matrimonio regulaba la relación íntima únicamente en sentido reproductivo para garantizar herederos legítimos. Su origen no habla de fidelidad, sino de exclusividad de herederos (de hecho era habitual tener compañeros/as sexuales y afectivos ajenos al matrimonio y engendrar hijos/as “ilegítimos”).

El matrimonio implica la unión de por vida, pues se unen don familias, no dos personas. (el ejemplo más sencillo es la unión de dos reinos o territorios). Y los derechos de los contrayentes no siempre han sido valorados. La voluntariedad y libre elección, la motivación amorosa, la adultez de los contrayentes y la igualdad de derechos son elementos tremendamente recientes en la historia del matrimonio. El matrimonio era una unión de por vida y su ruptura implicaba consecuencias muy graves. Por ello existe una fuerte censura a la ruptura, que no responde a razones afectivas ni modelos de vinculación, sino a sus consecuencias patrimoniales. Sin embargo encontramos aquí el origen de nuestra valoración de la “pareja estable” como modelo ideal de vinculación y la sensación de “fracaso y culpa” cuando una relación de pareja termina.

Estos elementos tan obvios (y aparentemente tan lejanos) son esenciales en la vivencia de la pareja, no existe ningún formato de unión en pareja reconocida social y legalmente que no incluya estas exigencias, incluso el matrimonio civil, anima a la procreación, exige la convivencia y la exclusividad, anima a la permanencia y supone un vinculo legal con la familia de la pareja. La idea de pareja de por vida originada por el contrato patrimonial y re formulada por el matrimonio religioso, sigue formando parte de nuestros referentes culturales.

La ruptura de pareja es una buena oportunidad para plantearse cuáles son nuestros modelos de vinculación. Nuestra forma de “querer”, de construir y estar en pareja o en familia. ¿He fracasado como marido y como padre por separarme?/¿He fracasado como esposa y madre por separarme?… ¿O es el modelo de pareja y crianza el que no está preparado para la ruptura?.

Independientemente de que cada uno/a de nosotros/as haga una auto-crítica honesta que le ayude a ser mas consciente de su forma de estar en pareja ( lo cual siempre es recomendable). Es importante recordar que el hecho de que una pareja pase por crisis es algo inevitable, sano y propio de la naturaleza del encuentro humano. Algunas de esas crisis nos ayudan a crecer juntos, nos refuerzan y actualizan el proyecto común. Otras evidencian que el proyecto de pareja ha terminado. No hay fracaso, simplemente es así. La perdida y la despedida forman parte de la vida, son inevitables y naturales. Lo “patológico” es pretender que no suceda (de hecho a veces se fomenta mantener relaciones tóxicas y dañinas, por salvar “la pareja y la familia”).

Aprendemos que la ruptura “no debe suceder”, pero sucede y nos deja perdidos/as: ¿Qué hay que hacer ahora?, ¿Cómo se sigue?. Hay mucha culpa, rabia, frustración, miedo, dolor… y es normal, y también lo es que todo esto se proyecte en nuestro/a ex-pareja, y que nos confundamos mutuamente. Desde la ayuda o desde la agresión, desde el querer volver o el querer que el otro desaparezca, lo más común es “perderse”. Buscamos un sitio nuevo que no está previsto en el “mapa” de la pareja-matrimonial, nos perdemos e intentamos orientarnos como buenamente podemos. Además en medio de todo esto están nuestros hijos/as y cada uno intenta ocupar un lugar como puede en esta nueva forma de relacionarse y ser familia, una tarea difícil que en la mayoría de los casos origina malestar y conflicto.

¿Que hacer ante la ruptura?

Lo primero es aceptar que la ruptura sucede y que es normal. No gastemos fuerzas en pelearnos con la realidad, la pareja se ha roto y la vida sigue.

Asumir que hay una pérdida, siempre, (aunque a veces no lo parezca,la ruptura siempre conlleva pérdida) y esto implica elaborar el duelo. Es importante asumir que estamos en un proceso de “recuperación” y que necesitamos “supervisar” lo que nos pasa para comprobar que todo va bien. (Por poner un ejemplo simbólico: El parto, como nacimiento de algo nuevo y como proceso biológico funciona sólo, no hay que hacer nada, pero nos observamos, vamos a revisiones para comprobar que todo va bien. Durante el duelo también nace algo nuevo, también sucede sólo, pero nos hace pasar por fases que implican una serie de características o necesidades, y es nuestra responsabilidad observar y si hiciese falta intervenir para apoyar este proceso natural).

Responsabilizarse de que ocupamos un sitio nuevo. Estar en pareja, (aunque la pareja no nos haga felices o incluso nos dañe), nos da un sitio, una identidad, un lugar y un papel. En la ruptura el nuevo lugar aún no está. Necesitamos explorar y encontrar ese nuevo sitio. Este reajuste no es inmediato ni sucede solo.

Rompemos un esquema que cubre nuestras necesidades (con mejor o peor suerte) y nos quedamos con un sistema por construir. Nuestro ocio, los espacios con los hijos, la sexualidad, la vida social, la gestión de lo cotidiano, la economía, la intimidad, etc. dejan de cubrirse en pareja. Esto nos obliga a reencontrarnos con nuestras necesidades y a desarrollar nuevas formas de cubrirlas.

Necesitamos re colocar la relación con quien fue nuestra pareja y ahora es nuestro compañero/a de crianza. Nuestra relación va a seguir de por vida, el vínculo como padres no se rompe al romper la pareja.

– En ultimo lugar, llegará un momento en que nuestro proyecto individual se retome y en ese proyecto pueden aparecer compañeros/as afectivo-sexuales, que también se van a integrar a un sistema familiar con hijos, ex-parejas y familia. Es importante saber dar su sitio y su tiempo a cada proceso.

No es mi intención hacer un “mapa”, sobre la pareja y la ruptura, no creo que exista tal cosa. Pero me parece importante reconocer que no estamos preparados para que las parejas se rompan y menos para desarrollar modelos de crianza tras la ruptura. Nos toca “improvisar”.

Cuando, en la primera parte de este escrito, cuestiono el modelo de pareja-matrimonial, no lo hago con intención de descalificar esta institución, ni mucho menos de ofender. Creo que es bueno poder entender de donde viene lo que sentimos y abordar de forma honesta los mitos en torno a la pareja. Es comprensible sentir que los referentes para construir pareja -y para romperla-, son insuficientes al menos para algunas personas. Y también darnos cuenta de que somos los responsables de elaborar lo que falta.

«No hay modelos ideales para ser feliz en la pareja, solo hay libertad para inventar uno propio».(Joan Garriga 2013).

Juan Macías – Psicólogo especializado en Terapia de Pareja

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