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A veces pensamos que tenemos nuestras propias murallas frente al mundo exterior derribadas. Es una hermosa utopía.

 

Como sociedad vamos perdiendo la capacidad de confiar en las personas que nos rodean. Y de esta apreciación no me salvo.

No sé exactamente cual es el motivo, pero observo a la gente, me observo a mí misma y veo que hay cierto paralelismo entre lo que me ocurre a mí y lo que ocurre en general y es que no confiamos fácilmente en las personas.

Seguramente tendrá que ver con la forma en que vivimos. Siempre con prisas. Siempre con ganas de cambios. Siempre con ganas de incorporar novedades a nuestras vidas.

Quizás sean estos motivos (y por supuesto muchísimos más) los que nos impiden acercarnos realmente a la gente y lo que considero más importante: aceptar a esa gente tal y como es.

Esas barreras o murallas de las que hablo son, en muchos casos, culturales, sociales, etc…, pero no hay olvidar que alguna de ellas también es íntima. Y por íntima me refiero a aquellas que ponemos o que surgen para proteger nuestra vida más privada.

romper-murallas

Estás últimas, las barreras más íntimas, son las que, – al menos bajo mi punto de vista- son más invisibles incluso para nuestros propios ojos, ya que a veces somos desconocedores que su existencia en nuestras vidas, y se puede dar el caso de que ante una situación determinada aparezcan inesperadamente y sin previo aviso.

Son barreras, en muchos casos, que impiden la evolución personal, puesto que dar ese paso hacia delante lleva implícito dejar atrás la seguridad de lo conocido, o de lo socialmente aceptado, o de circunstancias que nos han acompañado a lo largo de nuestras vidas.

Los momentos en que las reconoces – al menos en mi caso- son liberadores, ya que a partir de entonces, ya sabes contra qué has de luchar, ya conoces a tu enemigo dentro de ti misma y a partir de ahí, las situaciones, parecen tener una solución más cercana, puesto que ya sabes donde está el freno.

A partir de ese momento puedes libremente elegir si quieres quitar ese freno o prefieres dejarlo, pero al menos eres conocedor de las limitaciones que tú tienes.

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En el caso de las barreras con las personas del entorno creo que es un poco más complicado, puesto que hay muchos factores que no dependen de ti. Si a eso le sumamos que a todas y a todos nos han hecho daño en más de una ocasión, podremos entender con mayor facilidad la aparición de este tipo de barreras o murallas de auto-protección.

Estas situaciones nos llevan a soledades interiores no deseadas, puesto que nos van alejando del resto de personas. O, en el mejor de los casos, a estar cerca de ellas pero casi siempre con recelos no confesados por temor a que nos hagan daño.

sonrisa

Pero, ¿nosotros y nosotras hacemos algo para que las personas que nos rodean se sientan a gusto en nuestra presencia?, ¿ponemos algo de nuestra parte para que quienes están a nuestro lado dejen sus recelos aparcados y, al menos se sientan cómodos a nuestro lado? Muchas veces creo que no.

Soy de las que piensan que una sonrisa franca te puede abrir muchas puertas. Y sé que no siempre es fácil sonreír, pero hay que intentarlo. Una sonrisa a tiempo puede conseguir que la gente que nos rodea, se sienta a gusto con nosotros, relajada y sin temores a ser agredida en su intimidad.

Por eso, e incluso por nosotros mismos, para dar confianza y ganárnosla a nosotros mismos, yo apuesto por la sonrisa como uno de los mejores aliados para derrumbar barreras interiores y exteriores.

Y, sinceramente, a veces cuesta tan poco ir por la vida con una sonrisa…

 

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