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Cuando imaginamos a los grandes personajes de la historia, nos los imaginamos imponentes en sus tronos, venerados por sus vasallos, ajenos al dolor y a la enfermedad, por encima del bien y del mal.

 

Sin embargo, todos los personajes históricos, han sido seres humanos, que han sufrido en sus carnes el dolor y la enfermedad. Han padecido múltiples dolencias, muchas veces silenciadas por los cronistas, para no empañar el resplandor de los protagonistas.

En este artículo, quiero hablar de Almanzor, el caudillo moro que fue el azote de los cristianos, de su vida, de sus triunfos, pero también de sus dolencias, su sufrimiento y su muerte.

Torrox (939) Nacimiento de Almanzor.

Almanzor fue uno de los más significativos personajes durante el periodo medieval en que la península Ibérica estuvo dominada por los musulmanes.

Almanzor era el nombre con el que los cristianos se referían al caudillo árabe Al Mans ur-Bi-Llah, que podríamos traducir por “El victorioso de Alá”.

Almanzor, nació en el año 939 cerca de Torrox (Almería). Era hijo de una familia noble venida a menos y ya de escasa relevancia en la época que le tocó vivir. Uno de sus antepasados, Abdal-Malid, había recibido el castillo de Torrox, en Algeciras, como premió a su lealtad en las contiendas contra los cristianos.

El padre de Almanzor, Abd Alläh, fue un teólogo árabe ilustrado, un hombre humanitario y piadoso, que falleció tras realizar una peregrinación a La Meca. En resumen, podemos decir, que la familia de Almanzor, gozaba de un cierto prestigio, pero de escasos recursos económicos.

Almanzor

El joven Almanzor.

En su juventud, Almanzor se desplazó para estudiar a la ciudad de Córdoba. Demostró allí, ser un joven dotado de una gran inteligencia. Era un buen escritor y un aceptable poeta. Poseía una gran tenacidad y despuntó en sus estudios jurídicos y teológicos.

Las descripciones que nos han llegado de él, hacen hincapié en su extrema ambición, su audacia sin límites y una reconocida falta de escrúpulos, para conseguir lo que deseaba. Pasó a la historia como un hombre con una inmensa sed de poder.

Almanzor se movía con soltura por los círculos burocráticos de la gran ciudad de Córdoba. Su carrera fue en ascenso por sus buenas relaciones sociales y sus habilidades poéticas. La historia no nos ha querido dejar ningún poema suyo, para juzgar de primera mano la bondad de sus versos.

La corte cordobesa.

Gracias a sus contactos en la corte cordobesa, le nombraron intendente del hijo del califa Al-Hakam II y de la princesa Subh la Vascona. A la muerte de Al-Hakam, la princesa se convirtió en un personaje con una gran influencia, pues el heredero era aún muy joven.

A pesar de ser solamente un niño, Hisam II, fue elevado al trono para ocupar el califato, aunque fueron Almanzor y la princesa los que se encargaron de supervisar al joven, desempeñando el cargo de regentes.

Al parecer, según la rumorología de la época, Almanzor y Subh mantuvieron relaciones amorosas, y gracias a ellas, la carrera de Almanzor progresó de forma meteórica. En poco tiempo Almanzor manejaba con destreza todos los resortes del califato cordobés.

Almanzor el guerrero.

En el año 976, a sus 36 años de edad, se produce un brusco cambio en la vida de Almanzor. Hasta esa fecha había demostrado su habilidad en tareas administrativas, su ambición, su conocimiento de los intrincados recovecos del poder, su falta de escrúpulos y su tenacidad sin límites. En noviembre de ese año y gracias a su amistad con el general Galib, se pone al frente del ejército y demuestra ser un guerrero formidable. Con el beneplácito de Subh, “la gran princesa” y la amistad de Galib, se casa con Asma, la hija del general.

A partir de ese momento, se convierte en el personaje más influyente de la corte y su poder es inmenso. Capitanea al ejército y cada batalla se convierte en un triunfo. Su leyenda de invencible, crece al mismo ritmo que sus victorias y la sola mención de su nombre causa pavor en los reinos cristianos.

En teoría, el califato era gobernado por Hissam II, pero en la práctica era Almanzor el que detentaba todo el poder. Había ido aislando al califa y asumiendo él todas las funciones. El joven Hissam II era una figura decorativa y Almanzor el auténtico dueño y señor de Al-Andalus.

Las victorias de Almanzor.

La carrera militar de Almanzor fue extraordinaria. Para los Reyes cristianos se convirtió en un verdadero azote, durante más de 30 años. En el año 981, conquistó Zamora. Cuatro años más tarde, entra en Barcelona, tras asolar toda la costa mediterránea, saquea la ciudad y después la incendia. Por donde pasa va dejando un reguero de sangre y de dolor. Su fama de crueldad y violencia, precede sus victorias y aterroriza a los cristianos.

Al año siguiente (986) en una nueva campaña en tierras catalanas arrasa el monasterio de Sant Cugat. El vecino rey de Navarra, Sancho II, aterrorizado, le ofrece a una de sus hijas como esposa para salvar el reino. Con ella tuvo un hijo, Abderraman Sánchez, al que toda la corte apodaba “El Sanchelo” y que murió asesinado, cuando tras la muerte de su padre, quiso acceder al trono.

La ambición de Almanzor no tiene límites y con sus aguerridas huestes, se dirige a León, donde Bermudo II, no encuentra mejor defensa del reino, que entregarle a una de sus hijas. Pese a ello, Almanzor decide continuar la expansión y en el año 997 consigue su victoria más célebre.

Entra victorioso en Santiago de Compostela, arrasa y quema la ciudad. Por suerte para los cristianos, respetó el sepulcro del Apóstol Santiago, aunque arrancó las puertas y campanas de la catedral y las hizo llevar hasta Córdoba, donde fueron usadas en el embellecimiento de la mezquita. Este suceso conmocionó a la cristiandad y daría lugar años más tarde a la leyenda.

La muerte de Almanzor.

En el año 1002, Almanzor, al frente de sus tropas, realiza su última incursión, cerca de Burgos, en el monasterio de San Millán de la Cogolla. Acabada la contienda, se dirige a Medinaceli donde fallece de forma súbita el 9 de agosto. Fue enterrado en el patio del Alcázar de la ciudad y una lápida, ya desaparecida, loaba su gloria:

Sus huellas sobre la tierra te enseñarán su historia, como si la vieras con tus propios ojos. Jamás los tiempos traerán otro personaje que domine la península y conduzca los ejércitos como lo hizo él”.

El historiador Reinhart Dozy cuenta que en el verano del 1002, tras concluir su campaña por tierras burgalesas, el caudillo Almanzor se encontraba gravemente enfermo. Notaba como iba perdiendo fuerzas cada día. Por otra parte no tenía ninguna confianza en los médicos, pues cada uno de ellos aventuraba un diagnóstico distinto. Además, Almanzor fue presa en sus últimos días de un pesimismo impropio de él y cayó en una actitud fatalista: estaba convencido de que iba a morir y que ningún remedio podría impedir el fatal desenlace.

Tenía terribles dolores, no podía caminar y le tenían que llevar en litera de un lado para otro. Se quejaba amargamente de su desgracia y así lo han recogido sus cronistas:

“Tengo más de 20.000 soldados a mis órdenes, pero ninguno de ellos es tan desgraciado como yo.”

Su pesimismo no era infundado, pues a los pocos días falleció en Medinaceli. El investigador Antonio Arjona Castro publicó, en 1980, en la revista Corduba un trabajo, donde apuntaba, como posible causa de la muerte del caudillo Almanzor, un ataque de gota úrica. Es conocido, que en los últimos años de su vida, vivió atormentado por los dolores ocasionados por una artritis gotosa.

La venganza del Apóstol Santiago.

Pocos hechos históricos, levantaron tantas ampollas en la cristiandad, como la toma de Santiago de Compostela y el desmantelamiento de su basílica. De nada sirvió el hecho de que el sepulcro del apóstol no fuera profanado. En el inconsciente colectivo de los cristianos de la época, arraigó la idea, de que semejante ultraje no podía quedar impune.

La venganza del apóstol, imaginaria o real, tuvo nombre de batalla: Calatañazor. Según los escritos del cronista Lucas de Tuy, escritos 200 años después de la muerte de Almanzor, en el mes de julio del año 1002, en la localidad soriana de Calatañazor, Almanzor se enfrentó en una cruel batalla, a las tropas cristianas de los reinos de Navarra, León y Castilla que se habían unido para derrotar a su enemigo común. Rebosante de épico fervor, escribe Lucas de Tuy:

En el sitio de Calatañazor muchos millares de sarracenos cayeron, y si la noche no cerrara el día, ese Almanzor hubiera sido preso”.

El hecho realmente cierto, es que los cronistas de la época, tanto moros como cristianos, no relatan ningún episodio remotamente parecido en esa época. El erudito en la materia, Reinhart Dozy, cree firmemente que Lucas de Tuy se inventó la batalla. Posiblemente, el hecho hubiera sido olvidado, pero el ultraje de Almanzor había sido tan grande, y las ganas de revancha tan evidentes, que la imaginada victoria, se celebró como un auténtico triunfo, auspiciado por el Apóstol Santiago. Siglos más tarde, el historiador Padre Juan de Mariana, se apuntó al carro de los vencedores y la batalla de Calatañazor, empezó a contarse como un hecho real: la venganza del Apóstol Santiago, propiciando la venganza de los reyes cristianos sobre el caudillo moro.

La gota úrica.

La gota úrica es una frecuente enfermedad metabólica, que se caracteriza por depósitos de ácido úrico en diversos tejidos. Afecta más a los hombres y guarda estrecha relación con los abusos alimentarios, sobre todo de carnes de caza.

El origen de la enfermedad es un aumento del ácido úrico en sangre que se deposita en los tejidos. Su forma clínica más típica es la podagra o artritis del primer dedo del pie, que aparece rojo, inflamado y doloroso ante el más mínimo roce. La inflamación remite de forma espontánea al cabo de unos días.

Además de esta forma típica los ataques de artritis se pueden producir en otras articulaciones como talones, codos o manos. El exceso de ácido úrico puede afectar al riñón produciendo cálculos renales que ocasionan cólicos nefríticos. El ácido úrico se puede depositar en los tejidos blandos (párpados, orejas, piel, tendón de Aquiles, etc.) en forma de nódulos llamados tofos.

La enfermedad responde bien al tratamiento con antiinflamatorios y existen medicamentos eficaces para prevenir los ataques. Por desgracia, en época de Almanzor no existían remedios ni para mitigar los dolores ni para prevenirlos.

La artitis gotosa de Almanzor.

El cronista árabe Ibn Idarï nos da un poco de luz sobre el sufrimiento de Almanzor en su libro “Bayan al-mugrib”. Cuenta que Almanzor realizó 57 expediciones guerreras capitaneadas por el mismo, y que en la mayoría de ellas sufrió los efectos de la gota úrica.

Ibn Idarï narra los terribles dolores del caudillo moro, que no le dejaban conciliar el sueño. Este insomnio le producía un estado de nerviosismo e irritabilidad. Se le habían abierto numerosas úlceras gotosas en pies y piernas. Sus médicos le cauterizaban las heridas, tratando de sanarlas. Si la enfermedad, de por sí ya era dolorosa, el remedio, además de ineficaz, añadía al paciente más sufrimiento.

Hay que recordar, que la técnica de cauterizar las heridas, gozó de gran predicamento entre los médicos árabes, existiendo auténticos tratados y monografías sobre el tema. El afamado médico musulmán, llamado por los cristianos Abulcasis, contemporáneo de Almanzor, dedicó 25 capítulos de sus escritos quirúrgicos a la técnica de la cauterización.

La verdadera causa de la muerte de Almanzor, aún hoy sigue siendo un misterio. Ya hemos dicho como algunos investigadores apuntan a la artritis gotosa, otros a alguna herida infectada producida en su última campaña. No faltan los que ven la mano del apóstol Santiago disparando una flecha que acabó con este singular caudillo.

Autor:

Gerardo Castaño Recio es médico, psicoanalista y asesor de Nuestro Psicólogo en Madrid.

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