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El papel destacado de Alexandra Kollontái en la Rusia revolucionaria y su aportación al ideario feminista son bastante bien conocidos, pero lo es mucho menos su breve y seductora obra narrativa, consistente en dos colecciones de relatos publicadas en 1923. Una de ellas es El amor de las abejas obreras, que acaba de aparecer en el catálogo de Alba editorial (con traducción e introducción de Fernando Otero Macías), casualmente al mismo tiempo que el más largo de los fragmentos integrados en ella ve la luz también en otra edición de Txalaparta con el título de La bolchevique enamorada. Estas narraciones tratan sobre los cambios que según su autora debían sufrir las relaciones amorosas en la nueva sociedad que la revolución construía, y tienen el mérito de aproximarse a esta cuestión esencial sin recurrir a digresiones o acotaciones doctrinales ni romper nunca el hilo de historias bien trazadas que se sitúan en la estela de la mejor literatura rusa. Sus caracteres complejos dibujan un retrato ajustado y vigoroso de una Unión Soviética sometida a las transformaciones de la NEP en los comienzos de los años 20, cuando el espíritu revolucionario mermaba preocupantemente.

Alexandra Mijáilovna Domontóvich nació en Petersburgo en 1872 en una familia acomodada, pero tras un temprano matrimonio en 1893 con un pariente lejano, Vladímir Kollontái, cuyo apellido conservaría hasta la muerte, comenzó a participar en actividades revolucionarias que la llevarían a ingresar en 1899 en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Con la escisión de éste en 1903, se integra en la fracción menchevique, aunque su coincidencia después con la postura bolchevique ante la guerra europea la hace pasarse al grupo de Lenin en 1915. Es ésta una época de exilio y frecuentes viajes, en la que colabora con el Partido Socialdemócrata Alemán y publica incisivos análisis sobre la situación de la mujer trabajadora y su emancipación como objetivo de la lucha socialista. Tras los sucesos de octubre de 1917, es nombrada comisaria de Asistencia Pública del primer gobierno revolucionario y juega un importante papel favoreciendo la educación e igualdad social de las mujeres en el nuevo estado. En 1917 comienza también una relación amorosa con Pável Dybenko, un marinero bolchevique diecisiete años más joven que ella y destinado a convertirse en poco tiempo en general de la revolución, con destacados papeles de verdugo de ella también (en la represión de la rebelión de Kronstadt por ejemplo). Tras penosos episodios de corrupción, Dybenko sería ejecutado por Stalin en 1938.

Los comienzos de los años 20 son una época de frustraciones políticas y sentimentales para la Kollontái. En el VIII congreso de los Soviets ve derrotadas las tesis de la Oposición Obrera que trataba de oponerse a la creciente burocratización y conservar un mayor poder para los sindicatos, y tras su tormentosa ruptura con Dybenko, no sin un intento de suicidio por parte de éste, decide poner tierra de por medio convirtiéndose en 1923 en embajadora del gobierno soviético en Noruega. Tras una notable actividad diplomática representando a su país también en México y Suecia y ante la Sociedad de Naciones, termina sus días oscuramente en Moscú en 1952 alejada del poder y convertida en milagrosa superviviente de la vieja guardia bolchevique. Con una biografía marcada también por una vida amorosa que compite en riqueza e intensidad con su vida política, Alexandra Kollontái, cuyas memorias llevan por título Autobiografía de una mujer comunista sexualmente emancipada (1926), deja en la historia el sello de una personalidad desbordante que se percibe transparente en su obra literaria, junto a su sagacidad psicológica y su lucidez para analizar las relaciones amorosas.

El amor de las abejas obreras, que se nutre en su aspecto narrativo de experiencias de la vida de su autora, agrupa tres historias que son evidentes relatos de tesis destinados a exponer su opinión sobre cómo había de llegar a las relaciones amorosas y sexuales el espíritu emancipador de la revolución. El primero de ellos, “El amor de tres generaciones”, presenta hábilmente este asunto a través de una trama en la que nos describe a tres mujeres de una familia. La abuela, María Stepánovna, que vive durante el antiguo régimen, es culta y emprendedora y deja a su marido cuando se enamora de otro hombre. Con éste reconstruye su vida, y a él ama y es fiel hasta la muerte a pesar de abandonarle cuando descubre que tiene una amante. Este carácter representa la visión ligada al viejo orden, y es el prototipo de una mujer dispuesta a dedicar su vida a un único amor. La hija, Olga Serguéievna, vive ya en la época de la revolución, con la que está activamente comprometida, y se debate entre el amor de varios hombres. Incluso llega a tratar de hacer compatibles las relaciones con dos amantes, sin dejar de atormentarse sin embargo por lo que percibe como contradictorio en sus sentimientos. La nieta, Zhenia, representa otra vuelta de tuerca, y es ya la joven liberada que ha captado plenamente la nueva mentalidad. En un momento dice a la autora-narradora: “-Me imagino que lo más chocante para usted será que haya tenido relaciones con algunos hombres simplemente porque me han gustado, aunque no estuviera enamorada de ellos. Pero fíjese: para enamorarse hace falta tener tiempo libre. He leído suficientes novelas para saber que para enamorarse hay que gastar mucho tiempo y mucha energía. Y yo no tengo tiempo.” La descripción de las relaciones entre las tres mujeres es realmente magistral, y vemos cómo cada una juzga inmorales los comportamientos que observa en la generación más joven, dando esto lugar a conflictivas escenas en las que se manifiesta todo el talento y la sutileza psicológica de la autora. Lo fundamental sin embargo es cómo progresivamente vemos amanecer un espíritu nuevo, una racionalización de las relaciones amorosas capaz de hacer al ser humano más feliz y permitirle al mismo tiempo volcar su energía en las cuestiones más urgentes y esenciales.

La segunda narración, titulada “Hermanas” es sobre todo una denuncia de los cambios producidos en la sociedad soviética a consecuencia de la Nueva Política Económica (NEP), que en 1921 acababa de sustituir al Comunismo de Guerra. En aquel momento, la recuperación económica iba acompañada de la aparición de perfiles humanos y psicológicos, personificados en los népmani, los hombres de la NEP, que representaban en realidad una nueva clase social de burgueses con ribetes de nuevo rico. La historia de una mujer que se ve obligada a abandonar a su marido, contaminado de la nueva mentalidad, dibuja un sombrío panorama de desempleo, prostitución, drogas, y en definitiva capitalismo, que por entonces tomaba fuerza preocupantemente en la sociedad soviética.

El tercer relato, “Vasílisa Malyguina” es el más extenso, y el que ha sido editado por Txalaparta. Describe las relaciones entre una pareja de seres diametralmente distintos en plena construcción de una sociedad nueva. Vasia, la protagonista, muestra magistralmente el espíritu puro, indomable, sobrio, infatigable y generoso que Alexandra Kollontái quiere para el comunismo, pero es también una mujer perdidamente enamorada de su marido, Vladímir, “el americano”, al que conoce en un mitin en octubre de 1917, militante anarquista reconvertido en bolchevique y reclutado después para el nuevo orden de los hombres de la NEP. Los sufrimientos de Vasia ante las infidelidades y el viraje ideológico de su amado velan de nuevo una crítica del modelo económico que se estaba imponiendo, mientras observamos también aspectos autobiográficos como el suicidio frustrado de Vladímir, que reproduce el de Dybenko. Cuando la historia termina y Vasia deja a su importante marido para regresar a la vida entregada y feliz de activista, percibimos en ello su apuesta por una opción humana y vital mucho más elevada. Vasílisa es un átomo para una nueva materia, el retrato psicológico acabado del individuo que debía hacer posible un mundo nuevo. El relato, pleno de interés y sutileza, nos acerca a un momento decisivo en la construcción de la sociedad soviética y nos deja entrever sorprendidos cómo aquél lejano de 1917 pudo ser también un octubre enamorado.

Alexandra Kollontái abogaba en sus ensayos, como el lírico y magistral Paso al alado Eros también de 1923, por que el nuevo orden transformase los modos y liturgias de las relaciones amorosas. Para ella, la socialización de los medios de producción y las tendencias igualitarias, con derechos fundamentales garantizados para todos, debían afectar a las ataduras familiares, que podrían disolverse de forma progresiva en el entramado social, haciendo posible una mayor libertad de los impulsos eróticos. Su interés por instituciones como casas-comuna, guarderías y comedores evidencia el intento de dotar a la nueva sociedad de instrumentos para que el hombre y la mujer trabajadores pudieran vivir sus vidas con mayor independencia, aunque reconocía que esta sociedad requeriría también el desarrollo de otra moralidad perfectamente alejada de la burguesa, centrada en la familia y la propiedad privada. El amor de las abejas obreras, libro lúcido y tierno, trataba de ser un ladrillo más en este proyecto emancipador, mostrando situaciones y personajes que, a través de las dificultades y retrocesos del momento, apuntaban hacia el nuevo paradigma. Su lectura en estos días lejanos nos sigue regalando una sabia reflexión sobre las sublimes y tormentosas relaciones entre los sexos y sobre el camino que puede reconstruirlas desde la libertad y la igualdad.

Jesús Aller
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