La cortesía no puede ni debe reprimir todo aquello que lleva aparejada nuestra condición de seres humanos; lo único que sí debe hacer es procurar que resulte lo menos molesta posible a los demás. Un bostezo, un estallido de tos, un estornudo son fenómenos que hay que aceptar como inevitables.
Cuando se produzcan, trataremos de que sus “efectos” no lleguen a los demás, cubriéndonos la boca con el pañuelo o, si no da tiempo, con la mano y volviendo discretamente la cabeza.
Nunca está de más excusarnos con los demás, sobre todo si no hemos podido evitar que nuestra manifestación haya sido estruendosa; en este caso, un simple “perdón”, sin dirigirse a nadie en concreto, será suficiente.