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Apenas surge el ligero desdibujamiento del óvalo del rostro, es momento de frenar la caída. Es seguro que los años no pasan en vano, pero a veces el problema radica en una vida sedentaria, una alimentación poco equilibrada o unos ritmos hormonales trastocados. Todo ello contribuye a que la piel se vuelva perezosa y vaya hinchándose progresivamente.

Los músculos fijados en los huesos están en constante movimiento. El tejido adiposo que los recubre es similar a una tela acolchada de un espesor variable que aumenta y disminuye su volumen con mucha facilidad. Cuando su grosor aumenta, resta ligereza al rostro. La piel, por su parte, envuelve los músculos y el tejido adiposo y participa en todas las contracciones musculares. Además, manifiesta los cambios de volumen del rostro y está expuesta a los estiramientos que se producen al maquillarla o manipularla inadecuadamente.

Desde el punto de vista fisiológico, dos tipos de circulación permiten eliminar los excedentes de la piel: la sanguínea y la linfática. El drenaje que se realiza de forma natural para favorecer estos dos tipos de circulación se dirige desde el centro del rostro hacia las orejas y el cuello, lugar donde se encuentran los músculos colectores. Con el paso de los años, el drenaje se hace más lento y los músculos se aflojan. La única manera de volverlo a activar es con masajes, cremas desinfiltrantes y reafirmantes.

También está la fuerza de gravedad. Inevitable. Dado que se debilita con el tiempo, llega un momento en que la piel no logra volver a su sitio por sí sola. Y como con la edad la estructura ósea empieza a encogerse, perdiendo masa, mucha piel se vuelve sobrante.

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