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El té es la bebida de mayor consumo en el mundo, después del agua. Es conocido en Europa desde finales del siglo XVI. Lo traen los portugueses, que aún hoy lo llaman “cha” -del mandarín “Tche”-.

En China, se conocía desde el año 2.737 a. de C. , en la época del emperador Sheng-Tung. La leyenda dice que éste era un hombre muy preocupado por la higiene; observó que en algunas regiones de su Imperio disminuía el azote de las epidemias.

Averiguó el motivo y se enteró que sólo bebían agua hervida con hojas de té, instintiva defensa contra la infección. El sabio Sheng ordenó que todo el Imperio hiciera lo mismo.

Su país de origen no es ni China, ni la India, sino el viejo valle de Assam, entre ambos países, a orillas del río Brahmaputra. La planta del té alcanza de 1 a 3 m de altura, de hojas siempre verdes y flores blancas o rosadas de la familia de las camelias. Los brotes de las hojas y las hojas nuevas que los preceden nos darán el té, previa infusión, naturalmente.

La primera noticia que sobre esta bebida se tuvo en Occidente fue a través del veneciano Marco Polo, que apunta que, en 1285, un ministro chino fue destituido por haber aumentado el impuesto sobre el té. Hoy lo hubieran premiado. Lu-Yu escribió el más antiguo tratado sobre el té, hacia el año 780 d. de C.

Hasta el siglo IV, el té era una decocción. Maceradas en un mortero, las hojas se hervían con leche o cebollas o cortezas de naranja. Pero en un momento dado de la dinastía Ming, el té deja de ser una decocción para convertirse en una infusión: se muelen finamente las hojas secas, se añade agua hirviente y se agita con una barilla de bambú.

El primer té conocido de una manera comercial en Europa es chino. En 1610, la Compañía de las Indias Orientales lleva el té a Holanda; en 1650, llega a Inglaterra como planta farmacéutica. En 1657, Thomas Caraway abre la primera tienda de té en Londres.

Hoy en día, la producción anual mundial asciende, aproximadamente, a medio millón de toneladas.

Según su elaboración, el té se clasifica en dos categorías principales: té verde y té negro, que los chinos llaman, más lógicamente, té rojo. Hay quien cree que corresponden a variedades botánicas distintas pero esto no es cierto. Depende simplemente del tratamiento que sufren las hojas al ser recogidas. El té verde, predilecto de los chinos, está sin fermentar. Las hojas del té verde son secadas al sol o en desecadores especiales. Las del té negro son fermentadas en salas húmedas y calurosas con distintos procedimientos. En Formosa, hay una tercera variedad de té: el semifermentado, el “Wu-Long” -el “Dragón negro”- con todas sus variedades.

También existen los tés especiales ahumados o perfumados: destacamos el “Mandarín Oolong”, mezcla de tés aromatizados con pétalos de jazmín.

En medicina natural se ha usado siempre para prevenir los cálculos biliares y urinarios, para hacer mejores digestiones y aliviar dolores de vientre.

También, mejora los trastornos hepáticos y los catarros pulmonares, en este caso, tomado caliente y con una cucharadita de miel.

El té contiene teína que estimula el sistema nervioso y el corazón.

De estas propiedades estimuladoras ya se hacía eco el tratado más famoso en la historia del té, el “Ch'asu”, escrito por Hsu Ts'eshu, en el siglo XVI.

En él su autor prescribe cuales son:

Momentos para el té:

– Cuando se tienen el corazón y las manos ociosas.
– Cansado después de leer poesía.
– Con las ideas perturbadas.
– En el hogar durante una fiesta.
– Con unos amigos encantadores.
– En un día de leves chaparrones.
– Después de haber encendido incienso en un pequeño estudio.

Cuando No tomar el té:
– Trabajando.
– Durante grandes lluvias.
– En un largo festín de vinos, con muchos invitados.
– Revisando documentos.
– Junto a personas acaloradas.

Cosas que se deben evitar:

– Agua mala
– Cucharas de madera
– Trapos sucios
– Aromas que no sean incienso
– Cuartos muy calientes.
– Cocinas
– Calles ruidosas.

Los tés rojos principales vienen de Ceilán. El mejor té indio viene de las altiplanicies del Himalaya. Los de Java, Vietnam y Japón, país este último que consume toda su producción, son distintos de calidad y aroma.

A pesar de la importancia del té en Japón, éste no es conocido hasta el siglo IX d. de C. Los monjes mendicantes budistas lo llevaron escondido en las túnicas, robándolo de las plantaciones chinas. Los emperadores japoneses pronto tuvieron el monopolio de esta bebida. Sus plantaciones “Udsi” fueron vedadas por grandes murallas, y cuando se realizaba la cosecha se practicaba con las manos calzadas por guantes muy flexibles y de una extremada finura.

De ser una bebida de la familia imperial y de la aristocracia, pasó a ser la bebida nacional. La ceremonia completa del té, que dura cuatro horas, se impuso a todos los japoneses por el emperador Rikyu, y se practica todavía hoy pero simplificada. La familia japonesa tradicionalista tiene en el jardín de su casa un “chaski”, que es una habitación reservada para esta ceremonia que tiene como elementos fundamentales el té y los platos, pero también, el servicio, las actitudes y los temas de conversación de los participantes.

El té japonés es de color ligeramente verde, la especie más buscada es el “Giokuro”, que quiere decir “noble rocío”, se bebe en tacitas minúsculas y es el más caro y difícil de encontrar.

Damos un salto en el espacio y concluimos con la receta europea del “Ponche escocés”, de gran tradición en las Islas Británicas, grandes consumidoras de té:

Ponche escocés
Para seis personas;

A medio litro de té recién hecho, se añade 150 g de azúcar y una corteza de limón a trocitos, se deja que hierva en una olla al fuego.

A continuación, se echa el zumo de un limón y se va vertiendo un vaso de ron, previamente calentado, tan lentamente que el ron queda flotando en la superficie; finalmente, se prende con una cerilla y se sirve en cuanto se haya apagado.

Isabel Mª Yagüe

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