– Hablemos ahora del fuego.
Nuestro fuego, pues, es mineral, igual, contínuo; no da humos, salvo que sea demasiado excitado, participa de azufre, y se toma otras cosas distintas de la materia.
Trastorna las cosas, disuelve, congela, calcina y ha de encontrarse por el arte, o de una manera artificial.
Es una cosa compendio, conseguida sin coste o cargo, o al menos sin una gran compra; es húmedo, vaporoso, digestivo, alterante, penetrante, sutil, espirituoso, no violento, incombustible, circunspecto, continente, y una sola cosa.
Es también una fuente de agua viva, que circunvala y contiene el lugar, en el que el rey a la reina se bañan; a través de toda la obra este fuego húmedo es suficiente; en el comienzo, medio y fin, porque en él consiste el arte entero.
Este es el fuego natural, que es sin embargo contra la naturaleza, no natural y que no quema; y finalmente este fuego es caliente, frío, seco, húmedo; medita en estas cosas, y procede directamente sin nada de una naturaleza extraña.
Si no entiendes estos fuegos, da oídos a lo que todavía tengo que decir, no escrito todavía en libro alguno, sino extraído de los más abstrusos y ocultos acertijos de los antiguos.