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Disculpe, ¿Podría decirme dónde encuentro ropa a la que se le vea la marca? -Escuché a un señor preguntar esto a la señorita que me atendía en una tienda departamental-.

 

-¿Se refiere usted a la que dice por fuera el nombre del diseñador?.

-Sí, la que dice Gucci, Escada, Christian Dior…

Después de mandarlo hacia el área de la tienda que buscaba, la señorita y yo nos quedamosviendo con un signo de interrogación en la cara.

¿Conoce usted a alguien que esté dispuesto a pagar un precio desorbitante por alguna prenda que ostente un logo para que de esta manera todo mundo pueda ver que usa sólo lo más exclusivo?

¿Cree usted que una mujer pagaría por una bolso de plástico de color la ridícula cantidad de 10 mil pesos si no mostrara las iniciales del diseñador por todos lados?

Hay quien siente gran satisfacción al usar unos lentes en los que se puede ver de perfil dos C entrelazadas, un cinturón con una gran H dorada al frente o una corbata con una V bordada en la punta.

¿A qué responde este fenómeno?, ¿es un logro de marketing?, ¿apela a nuestro sentido de pertenencia?, ¿nos hemos convertidos en víctimas de la moda?, ¿nos falta identidad?, ¿por qué el mundo se ha complicado tanto que tenemos que esmerarnos para pertenecer y emanar un sentido de éxito?

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El materialismo de nuestra cultura está tomando niveles alarmantes. Parece que al poseer objetos exclusivos, esperamos que se realice una magia determinada que nos hace de inmediato ganadores.

“Consumo competitivo” es como la economista de Harvard Juliet Schor describe el clima actual en las compras, y afirma que, a través de los niveles económicos, la presión social por poseer más y más objetos de alta escala, es más fuerte que nunca. Hoy en día, afirma Schor, la gente cree que el afán por “mantenerse”, en cuanto a cosas materiales, con amigos, colegas y vecinos no es un asunto de estatus, sino de sobrevivencia.

De acuerdo a sus investigaciones, el gastar ahora es percibido por muchas personas como una medida “defensiva”. Si quieres mantenerte en el juego social, más vale que le apuestes a los objetos.

Así mismo, una de las preguntas que el ser humano por siempre nos hemos hecho es ¿quién soy? Y por siglos, tanto la filosofía como la sicología la han explorado sin lograr del todo contestarla. Ese es nuestro punto débil, nuestro lado flaco que otros lo aprovechan para darnos identidad.

El ritmo de vida, la competitividad y la presión por obtener el éxito hacen que nos alejemos cada día de nosotros mismos. Al perder contacto con mi interior y no dialogar con mi verdadero YO, al no tomarme el tiempo para buscar dentro de mí lo que me hace persona, lo que me gusta o me disgusta, necesitaré que otros me lo digan.

Sabemos que en la adolescencia, una de las principales motivaciones que tenemos es la de pertenecer al grupo. Así, si la moda consiste en usar los jeans a la cadera, ponerse un aro en la nariz, pintarse el pelo de amarillo o tatuarse un brazo, el adolescente lo hará con tal de identificarse y así ir perfilando una identidad.

Una vez que pasamos la etapa de la adolescencia, supuestamente estamos más preparados para responder a la pregunta ¿quién soy? Con frecuencia no sucede así, y nos apropiamos de otros medios que tienen muy definida su identidad y optamos por lo que unos cuántos deciden que se debería usar para ser.

Si uso esta marca de ropa, soy una mujer de éxito; si conduzco un coche de tal o cual modelo, soy un hombre afortunado; si llevo el último diseño de teléfono celular, soy alguien importante… y así nos vamos.

¿Qué pasa si no puedo?, ¿entonces soy nadie?, ¿existo realmente? Cuando la respuesta es no, nos esforzamos por conseguir, a como dé lugar, nuestro sitio en el mundo a través de las marcas.

Si tengo suerte, y puedo usar la bolsa de moda, el vestido que ostenta el nombre del diseñador y los zapatos adecuados, quizá logre aceptación. Lo malo es cuando yo no me acepto, cuando los demás admiran de mí lo que uso, no lo que yo soy.

Podríamos comenzar por reconocernos, por generar un enorme aprecio por uno mismo y conformar una opinión sobre quiénes somos para depender menos de los demás. Dice Oscar Wilde, que “amarte a ti mismo es el inicio de un gran romance con la vida”. Para esto es indispensable recurrir a la soledad que significa estar conmigo, descubrirme y disfrutar de mi persona. Este trabajo requiere de tiempo y, sobre todo, de disciplina.

Otro refuerzo es vernos a través de la mirada amorosa del otro, ese otro que nos ve, que nos ayuda con su mirada a existir. El yo existe en relación al tú.

Al ver a una persona llena de insignias y rúbricas, procuremos no reducirla a la firma de su bolsa, corbata o su bolígrafo. Hagamos un esfuerzo por traspasar y ver lo que el otro es en verdad; por ver más allá de los símbolos externos que utilice. Quizás, al hacerlo, ayudemos al otro a reconocerse, y al mismo tiempo, tal vez, estaremos conociéndonos un poco mejor a nosotros mismos.

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