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No se acelere!!!

 

¡Nos vemos en la noche! ¡Me despides de Lalito!”, expresa apresuradamente Eduardo mientras toma las llaves y sube a su coche, sin alcanzar a escuchar la frase de su esposa Diana, “¡Que te vaya bien!”

Estas escenas se repiten diariamente en miles de hogares, ahora protagonizados también por mujeres que salen a formar parte de la fuerza laboral del mundo.

¡Qué nos pasa a los seres humanos! ¡Pareciera que corremos en pos de algo inalcanzable, que en ocasiones ni siquiera sabemos definir!

Las parejas jóvenes dejan de disfrutar el gozo de compartir el tiempo entre ellos mismos y sus hijos porque “hay que trabajar duro, para darles lo que necesitan”; los matrimonios maduros, con hijos adultos, continúan trabajando sin freno, en una loca y desquiciada carrera por ocupar cada minuto, como si de ello dependiese la vida, olvidando que los hijos adultos que aún viven en el hogar, también requieren de la presencia y comunicación del padre y la madre.

Por tal motivo, el impacto que produce la vida acelerada en las grandes urbes hace que los conflictos familiares continúen agudizándose siendo una de las principales causantes de desintegración familiar.

A pesar de la intensa y prolífica labor de hacer conciencia hacia la tarea de ser padre y madre, aún no es posible afirmar que las relaciones entre padres e hijos sean las adecuadas.

El fracaso del papel parental es más patente cuando escuchamos: “yo también necesito tiempo para mí”, “no tengo paciencia para cuidar niños”, “la guardería es ideal, porque interactúa con otros pequeños”.

La felicidad plena sólo se logra en la integración de la familia y de la sociedad en un esfuerzo mancomunado por el bienestar de todos. Desentenderse de los hijos no es psicológico ni humano. Ni la mejor ayuda doméstica para atenderlos ni los juguetes más costosos ni los colegios más renombrados pueden sustituir el cariño de los padres, expresado a diario y a través del contacto físico.

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Cuando los dos son uno

Mientras menos conflictos tengan los padres, menos problemas tendrán los hijos. Pero, ¿Qué hacer para mantener la comunicación en la pareja, cuando se tienen que cumplir horarios de trabajo matutinos, vespertinos y en ocasiones hasta nocturnos, para sobrellevar la pesada carga económica de un hogar?

Es común observar que el mundo está lleno de padres que rara vez ven a sus hijos —por su trabajo—, para las madres (también con trabajo) ésta no es la respuesta.

Existen familias en las que la madre es el puente de comunicación entre el padre y los hijos. Es así que al llegar éste, es ella quien comunica: “Dany está feliz porque ya tiene novia”, “A Lety le elogiaron en la escuela su investigación de Ciencias”, “Me llamó la maestra de Pablo porque no está cumpliendo con tareas”.

¿Más qué sucede con aquellas familias en las cuales ni el padre ni la madre disponen de tiempo para comunicarse? La atmósfera del hogar a menudo es tensa, hasta turbulenta, probablemente por la dificultad de los horarios de trabajo, las tareas compartidas y el arreglo del cuidado de los hijos, más si usted olvida que entre sus prioridades está la comunicación con su pareja estará propiciando problemas a futuro.

Cómo convivir en un mundo acelerado:

* Busque momentos “sólo para dos”. No son necesarias interminables horas juntos, un par de horas con cierta frecuencia de verdadero intercambio resultarán reconfortantes. Las reuniones en grupos de amigos son saludables, más no sustituyen el tiempo de pareja.

* Los mejores 15 minutos. Antes de dormir comunique a su pareja lo más emotivo del día que termina. Comparta sus logros y tropiezos, eso hará que los lazos entre ustedes se fortalezcan.

* Aproveche los “espacios vacíos”. Toda actividad puede ser postergada en aras de la intimidad y buena comunicación. Abandone lo que esté haciendo, cuando sienta la quietud en su hogar (cuando los pequeños duermen, cuando los hijos mayores no están en casa) para compartir agradables momentos en pareja.

Vivir en una gran ciudad implica pagar el alto costo de ello, por lo que sus habitantes absorben su tiempo no sólo en satisfacer las necesidades básicas, sino también lo invierten en superficialidades; olvidándose de convivir (vivir-con) las personas de su familia primero, y de la sociedad a la cual pertenecen después.

En ningún otro lugar hay tantas cosas al alcance de la mano, capaces de hacer que la gente descuide lo verdaderamente duradero e importante. Es así como en el “acelere” de las grandes ciudades participan cada vez más también los niños y jóvenes.

A los primeros, se les formulan horarios de trabajo con pesadas cargas de tiempo que van desde 9 a 10 horas diarias.

Conozco el caso de varias madres de familia que hacen que sus hijos coman en el coche, durante el trayecto del Colegio a sus clases de Arte, pues es el único tiempo del cual disponen.

De igual forma, pareciese que entre más actividades desplieguen los niños serán personas más felices. Esto genera que sus padres y madres los inscriban en clases de ballet, inglés, francés, pintura, aquaerobics, prácticas de futbol, basquetbol, tenis, etcétera.

Y para completar el duro programa de trabajo, durante las vacaciones talleres y cursos de verano, porque hay que “mantenerlos ocupados”.

Que decir de los jóvenes que en frenética carrera por culminar sus estudios hacen “verano” para adelantar materias.

En este loco ir y venir de la vida moderna, valdría la pena cuestionarse: ¿Establezco prioridades? ¿Destino un tiempo de convivencia con mis hijos? ¿Disfruto cada instante con mi pareja, hijos, amigos?

Hay un tiempo para todo: tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de sembrar y tiempo de cosechar lo plantado.

Usted: ¿Da su tiempo a quien lo necesita? ¿Toma tiempo para usted y su fortalecimiento espiritual?

Por ello, hoy más que nunca, reflexione: los seres que ama necesitan su presencia, tal vez mañana ya no estarán aquí para escuchar un “te amo”, quizá las riquezas acumuladas no sean suficientes para llenar el vacío de quienes se han marchado, trabaje para vivir y no viva para trabajar.

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