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Los sinsabores de la vida laboral no tienen límite.

 

Tras los quebraderos de cabeza y las noches en vela que supone encontrar un trabajo, el dolor laborálgico se ensaña con nuestra columna vertebral.

 

El trabajo, que siempre fue una venganza de los dioses, es ahora un bien escaso; ingresar en el incierto mundo laboral se antoja un privilegio y lo es, pero en muchos casos pasa una costosa factura.

La laboralgia se define como un síndrome doloroso crónico desencadenado por los esfuerzos físicos o posturales a los que se ve sometido el cuerpo, de una forma reiterada y continua, en el puesto de trabajo.

laboralgia

Los dolores de espalda surgen tras varios años de actividad laboral y hoy se ha convertido en una causa frecuente de baja, absentismo e incapacidad en todos los países desarrollados. Ante la envergadura de esta auténtica epidemia, la Ley de Prevención de Riesgos Laborales toma cartas en el asunto y en su artículo 3 sentencia: “Se considerarán daños para la salud del trabajador… las patologías causadas o potenciadas por los esfuerzos repetidos o continuados físicos o mentales, realizados en el ejercicio del trabajo”.

Aunque puede afectar a cualquier articulación del cuerpo, la laboralgia se ensaña con la frágil columna vertebral. En las mujeres tiene una mayor incidencia sobre las cervicales, mientras que en los hombres suele afectar a las lumbares y tarda más tiempo en transformarse en un dolor crónico. El correr de los años agrava los síntomas; a las molestias iniciales se suman los cambios degenerativos propios del envejecimiento (desgastes vertebrales, osteoporosis, artrosis…) y las personas que la padecen solicitan la baja o la incapacidad entre cuatro y seis veces antes que el resto de la población. Por si fuera poco, esta patología se muestra rebelde a todo tipo de tratamientos.

En un principio el dolor aparece al mediar o finalizar la jornada y se esfuma con el descanso; después, persiste más allá de la vida laboral y se activa durante las actividades diarias que suponen algún tipo de esfuerzo. Con el tiempo, el alivio sólo aparece tras unas buenas vacaciones; es en esta fase cuando comienza el calvario de las primeras bajas, los infructuosos tratamientos y el absentismo.

El siguiente paso viene dado por una molestia permanente que varía de intensidad en función del esfuerzo desarrollado y los periodos de descanso, pero que no se puede evitar; es habitual que el dolor asalte durante el sueño o en determinadas posturas. Las bajas se suceden y constituye un motivo reiterado de incapacidad. Al hilo del refranero popular podría decirse que hay trabajos que matan, aunque afortunadamente no hay trabajo que cien años dure ni cuerpo que lo resista.

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