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El cambio es incómodo, provoca un desajuste, un desequilibrio entre lo que conocemos y lo que no, y por ello requiere de un periodo de adaptación que a menudo va a ser molesto y en ocasiones puede llegar a ser incluso doloroso.

Consideraré sin embargo que todos sabemos que detrás de los cambios, y no en pocas ocasiones sólo detrás de ellos, se esconden cosas buenas. Pues bien, resulta sorprendente lo que el ser humano está dispuesto a soportar con tal de no enfrentarse a lo desconocido, con tal de no transitar por aquel periodo de adaptación, con tal de no sentir dolor.

El ser humano es el único animal que por no sentir dolor

es capaz de cronificar su dolor actual.

  • Por no sentir dolor, somos capaces de mantenernos en un trabajo que no nos provoca más que insatisfacción, disgustos y dolores de cabeza.
  • Por no sentir dolor, somos capaces de continuar al lado de alguien a quien ya no queremos, o que no nos valora, o incluso que nos agrede.
  • Por no sentir dolor, somos capaces de votar a partidos políticos que no se cansan de robarnos y mentirnos.

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Y no esperes ahora que te dé “Las 7 claves para vencer la resistencia al cambio” o “Los 10 mandamientos de la persona feliz” o nada parecido. Aquí, la clave es rotunda: acepta que el dolor forma parte de la vida.

Y que no siempre es tan malo como nos lo pinta nuestra cabeza. Y que cuando lo es no siempre trae algo más malo que el simple dolor. Y que a veces incluso trae algo más, pero no es malo, sino bueno. Y en ocasiones, el dolor puede traer cosas realmente inesperadas y maravillosas.

De hecho, si hiciera el ejercicio de recordar las cosas más maravillosas que me han pasado en la vida, estoy seguro de que muchas de ellas estarían asociadas a momentos previos de ansiedad, miedo, inseguridad, vergüenza o tristeza.

De hecho… Oye, ¿por qué no haces tú el ejercicio?

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