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Ansiedad es una sensación de miedo indefinido, sin saber de qué. Es una reacción normal ante cualquier contingencia incierta que provoca inseguridad.

 

Siempre que nos enfrentamos a lo desconocido, a lo anormal o a lo imprevisible, las personas sentimos una sensación de duda e inquietud que se conoce con el nombre de ansiedad.

 

La ansiedad deja de ser una reacción normal, para convertirse en patológica, si aparece en ausencia de unas causas lógicas. La palabra ansiedad deriva de la palabra latina, “anxia”, con el mismo significado. Es sinónimo de “angustia”, con el mismo origen (y ambas del griego “angor”, constricción) y el significado de malestar indeterminado que se acompaña de respiración anhelante. Precisamente el trastorno de la respiración (llamado disnea suspirosa) suele ser la más frecuente manifestación física ligada a la ansiedad.

agorafobia

Decimos la más frecuente, pero en absoluto la única. La ansiedad es una reacción de alarma ante lo desconocido, cuya respuesta es doble: psíquica, la preocupación o impaciencia, y física, la múltiple de activación del organismo como defensa ante lo imprevisto. El cerebro pone en marcha la respuesta de ansiedad como un estado de suma vigilancia, de alerta crispada, al tiempo que, a través de descargas de adrenalina, prepara al cuerpo para lo que pueda ocurrir.

La descarga de adrenalina es la causa de las manifestaciones corporales de la ansiedad: taquicardia, respiración rápida y superficial (compensada con el suspiro de vez en cuando), sudación, sequedad de boca, temblor, escalofríos, sensación de “vacío” en la boca del estómago, aumento de la presión arterial, aumento de la combustión de la glucosa, contracción de algunos esfínteres (lo que puede causar necesidad de orinar, o de defecar), dilatación de pupilas (lo que puede causar visión borrosa), tensión muscular (lo que suele causar inestabilidad y, con el tiempo, dolores).

No todos los estados de ansiedad cursan con todos estos síntomas. Pero un 3-4 % de la población general sufre las llamadas “crisis de ansiedad” o “crisis de pánico”, las cuales consisten en una brusca e inmotivada reacción de ansiedad con muchos de los síntomas anteriormente descritos. Tales crisis provocan una intensa conmoción en quien las padece, con grave sensación de estar perdiendo el control, o de estar muriéndose. Si acontecen en un lugar donde sea difícil o embarazoso salir (un túnel en la carretera, un transporte público, unos grandes almacenes, un cine…) la persona sufre, además, la angustia añadida de estar perdido o de estar haciendo el ridículo. A partir de ahí, a las esporádicas crisis de pánico se añade el fenómeno llamado “agorafobia”, palabra que se emplea para definir el miedo y la ansiedad que aparecen, de forma patológica, cuando uno está en algún lugar de donde sea difícil o embarazoso salir para hallar ayuda si apareciera la crisis de ansiedad.

miedo angustia ansiedad

El nombre de agorafobia, significa miedo a los espacios abiertos, y se emplea por razones históricas. La primera descripción médica que se hizo de un paciente con miedo tras una crisis de pánico era una fobia a los espacios abiertos. La verdad es que el miedo aparece en espacios abiertos o cerrados, grandes o pequeños, con gente o sin ella.

A pesar de que es una dolencia frecuente (recordemos: 3 – 4 % de la población general) no era, hasta hace poco, muy conocida. Incluso las propias personas que la sufren, tienden a disimularla o a mantenerla encubierta porque les da una cierta vergüenza o reparo que los demás sepan que les ocurre algo que, en apariencia, es irracional. Los que padecen agorafobia y ataques de ansiedad sufren extraordinariamente. Suelen hacer lo que se llama “conductas de evitación”, es decir, evitan hacer cosas. Por ejemplo: ir al restaurante, ir en metro, comprar en un supermercado… a la larga, algunos hay que dejan de salir a la calle a menos que vayan acompañados.

Hoy en día sabemos que la agorafobia solamente acontece en personas que tienen desarreglos en la utilización de un neurotransmisor cerebral: la serotonina. Los neurotransmisores cerebrales son sustancias químicas fabricadas por el propio cerebro. Cuando se destruyen en mayor proporción de la que es adecuada dan lugar a diversos tipos de trastornos, los cuales dependen del neurotransmisor y del lugar del cerebro donde ocurran estas cosas. Por ejemplo: la enfermedad de Parkinson, la depresión, la anorexia, la bulimia, la esquizofrenia… son trastornos en los que se detecta un mal funcionamiento de los neurotransmisores.

La agorafobia y las crisis de angustia son trastornos de tipo orgánico, que repercuten en el psiquismo. Requieren un tratamiento médico y un tratamiento psicológico (igual que haríamos con alguien que ha sufrido un infarto por estrés, por ejemplo).

El tratamiento médico consiste en el empleo de fármacos que “recuperan” la serotonina. El tratamiento psicológico más habitual consiste en educar el autocontrol. El paciente debe aprender técnicas de control emocional que le permiten afrontar (en vez de evitar) las situaciones que le despiertan ansiedad. El tratamiento médico debe durar meses, o años (depende de la gravedad del problema y del tiempo de evolución del mismo). La psicoterapia suele ser breve (entre cuatro y doce meses por término medio) dependiendo de la personalidad básica de la persona tratada y de su capacidad para el aprendizaje.

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