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La separación y la expiación

III. El altar de Dios

 

Sólo puedes aceptar la Expiación dentro de ti liberando la luz interior. Desde la separación, las defensas se han usado casi exclusivamente para defenderse contra la Expiación y mantener así vigente la separación. Generalmente esto se manifiesta como una necesidad de proteger el cuerpo. Las múltiples fantasías corporales a las que las mentes se entregan proceden de la creencia distorsionada de que el cuerpo puede usarse como un medio para alcanzar la “expiación”. Percibir el cuerpo como un templo es únicamente el primer paso en el proceso de corregir esta distorsión, ya que sólo la altera en parte. Dicha percepción ciertamente reconoce que la Expiación en términos físicos es imposible. El siguiente paso, no obstante, es darse cuenta de que un templo no es en modo alguno una estructura. Su verdadera santidad reside en el altar interior en torno al cual se erige la estructura. Hacer hincapié en estructuras hermosas es señal de que se teme a la Expiación y de que no se está dispuesto a llegar al altar en sí. La auténtica belleza del templo no puede verse con los ojos físicos. La visión espiritual, por otra parte, al ser una visión perfecta, no puede ver la estructura en absoluto. Puede, no obstante, ver el altar con perfecta claridad.

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Para que la eficacia de la Expiación sea perfecta, a ésta le corresponde estar en el centro del altar interior, desde donde subsana la separación y restituye la plenitud de la mente. Antes de la separación la mente era invulnerable al miedo, ya que el miedo no existía. Tanto la separación como el miedo son creaciones falsas que tienen que deshacerse a fin de que se pueda restaurar el templo y abrir el altar para que reciba la Expiación. Esto supone el fin de la separación, al poner dentro de ti la única defensa eficaz contra todo pensamiento de separación, haciendo de este modo que seas absolutamente invulnerable.

El que todos acepten la Expiación es sólo cuestión de tiempo. Tal vez parezca que esto contradice su libre albedrío, dada la inevitabilidad de la decisión final, pero en realidad no es así. Puedes aplazar lo que tienes que hacer y eres capaz de enormes dilaciones, pero no puedes desvincularte completamente de tu Creador, Quien fija los límites de tu capacidad para crear falsamente. Una voluntad aprisionada engendra una situación tal, que, llevada al extremo, se hace completamente intolerable. La resistencia al dolor puede ser grande, pero no es ilimitada. A la larga, todo el mundo empieza a reconocer, por muy vagamente que sea, que debe haber un camino mejor. A medida que este reconocimiento se arraiga más, acaba por convertirse en un punto decisivo en la vida de cada persona. Esto finalmente vuelve a despertar la visión espiritual y, al mismo tiempo, mitiga el apego a la visión física. Este alternar entre los dos niveles de percepción se experimenta normalmente como un conflicto que puede llegar a ser muy agudo. Aun así, el desenlace final es tan inevitable como Dios.

La visión espiritual literalmente no puede ver el error, y busca simplemente la Expiación. Todas las soluciones que los ojos del cuerpo buscan se desvanecen. La visión espiritual mira hacia adentro e inmediatamente se da cuenta de que el altar ha sido profanado y de que necesita ser reparado y protegido. Perfectamente consciente de la defensa apropiada, la visión espiritual pasa por alto todas las demás y mira más allá del error hacia la verdad. Debido a la fuerza de su visión, pone a la mente a su servicio. Esto re-establece el poder de la mente y hace que las demoras le resulten cada vez más intolerables al darse cuenta de que lo único que hacen es añadir dolor innecesario. Como resultado de ello, la mente se vuelve cada vez más sensible a lo que antes habría considerado sólo pequeñas molestias.

Los Hijos de Dios tienen derecho al perfecto bienestar que resulta de tener perfecta confianza. Hasta que no logran esto, se agotan a sí mismos y desperdician sus verdaderos poderes creativos en fútiles intentos de obtener un mayor bienestar valiéndose de medios inadecuados. Sin embargo, los medios reales ya les han sido provistos y no requieren esfuerzo alguno por su parte. La Expiación es la única ofrenda digna de ser ofrecida en el altar de Dios, debido al valor que el altar en sí tiene. Fue creado perfecto y es absolutamente digno de recibir perfección. Entre Dios y Sus creaciones existe una perfecta interdependencia. Él depende de ellas porque las creó perfectas. Les dio Su paz para que nada las pudiese alterar ni engañar. Siempre que tienes miedo, te engañas a ti mismo, y tu mente no puede servir al Espíritu Santo. Eso te deja hambriento, pues te niega el pan de cada día. Dios se siente solo sin Sus Hijos, y Sus Hijos se sienten solos sin Él. Tienen que aprender a ver el mundo como un medio para poner fin a la separación. La Expiación es la garantía de que finalmente lo lograrán.

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