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En cualquier relación – profesional, familiar, amorosa- se busca satisfacer una serie de necesidades que son fruto de tres motivaciones básicas: deseo de logro, de afiliación y de poder. Cuando ésta última supera un cierto limite, puede llegar a ser perjudicial tanto para el que la sufre como para el que la ejerce.

La necesidad de poder se define como todas aquellas motivaciones y deseos que van dirigidas a controlar e influir en todos aquellos que nos rodean. Aunque parezca que esta definición contiene implicaciones negativas, la verdad es que cualquier individuo tiene ese deseo de imponer un cierto control sobre los demás.

¿Por qué necesitamos poder?

Según un estudio aparecido en la revista QUO, el deseo de tener poder es uno de los deseos más recurrentes de los españoles. Sobre todo entre los jóvenes de 18 a 24 años. Pero, ¿por qué se necesita una cuota de poder?, ¿el deseo de liderazgo de qué factores depende?

Cualquier ser humano busca en sus relaciones y en la vida diaria una cierta seguridad que le permite funcionar con normalidad. Tener un cierto dominio sobre los demás contribuye a tener un mayor estabilidad y autoconfianza.

Además, el hecho de tener un cierto poder es una forma de posicionarse frente a los demás, ya que se intenta demostrar que uno es fuerte y poderoso. Es una forma de sentirse superior a los demás.

Necesidad de poder: porque yo lo mando

Deseos de poder como patología

Cuando lo que rodea a uno da la sensación de que deja de estar bajo control, y lo que se creía que estaba seguro ya no lo está, es habitual que se sufra un gran sentimiento de impotencia.

En un momento dado cualquiera puede tener esa necesidad de mandar; el problema es que puede llegar a convertir en una patología. Este hecho se produce cuando la perdida de control no se percibe de modo objetivo, sino como una situación peligrosa. Esto suele suceder en personas inseguras y con muy poca confianza en sí mismas y con los de su alrededor.

Autoridad vs. Poder

Esta frontera entre una relación de poder saludable y otra patológica es la siguiente. La primera no se entiende tanto como poder sino como autoridad. Una autoridad que no emana de la persona que manda sino de los mandados. Esto es debido a que dicha autoridad tiene una serie de características y méritos que la capacitan para serlo. No utilizan el poder para dominar sino para buscar soluciones.

En cambio las relaciones de poder como tales, las patológicas, no están basadas en un consentimiento mutuo, sino en el deseo de controlar y dominar hasta tal punto que pueden llegar a manejar las vidas de los demás. Además, como se ha dicho, estas personas son muy inseguras. Esto hace que, con la intención de determinar sus comportamientos a las expectativas de los demás, no se muestren tal como son.

Por otro lado, hay que tener presente que la necesidad de controlar de una persona puede ser fruto de algún resentimiento muy profundo. De situaciones que llegan a producir frustración y que, en muchas ocasiones, acaban pagándose con los que le rodean.

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