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– Cuando mi hija menor tenía un año y medio de edad, y por un lamentable accidente, tuvo que ser internada de emergencia en un hospital infantil, con una severa lesión en la cabeza, según el diagnóstico médico y radiológico.

Mi esposa sufría mucho y oraba sin cesar pidiéndole a Dios la dejara a nuestro lado.

Una tarde, mi esposa recibió en el hospital la visita de una amiga, en tanto nuestra hijita permanecía en estado de coma. Mi esposa le pidió a su amiga que acompañara unos minutos a la niña, en tanto ella hacía una visita al oratorio, pues yo había salido a comprar un medicamento a la farmacia.

Nuestra amiga nos comentó algunos meses después, que esa tarde llegaron a ver a la niña un médico y una enfermera, cuando de repente, se percató el médico que la niña no respiraba bien, y desesperado le dio repetidos masajes en su cuerpecito, en el área del corazón principalmente. A Dios gracias, nuestra niñita reaccionó favorablemente y en una semana fue dada de alta, recomendado los médicos que tomase un medicamento por muchos años, con el fin de prevenir problemas de convulsiones.

Pasados algunos meses, visitamos una ciudad cercana a la nuestra, donde supimos de un “médico” o curandero de origen filipino. Esa tarde, la casa donde consultaba el filipino, tenía más de cien personas esperando, pero mi esposa y mi hija mayor, pudieron entrar, quedándome yo afuera pues no soy muy afecto a los lugares muy concurridos.

Sin embargo, cerca de una hora después, picado por la curiosidad, entré a la casa, pasando por la sala y cruzando hasta el patio de la misma, donde se encontraban algunas personas, entre ellas mi esposa con mis hijas, las que no pude ver, pues estaban atrás de una macetas con plantas muy hermosas.

Al llegar al vestíbulo del patio, me encontré una señora de aspecto agradable, como de unos 35 años de edad, toda vestida de blanco como enfermera, y me dijo: ¡Lo felicito, tiene usted una hija muy hermosa, con la marca del Padre en la frente!

Aquella expresión me pareció muy extraña, y le pregunté: ¿Le parece? –¡Sí!, me dijo, ella ha estado ante la presencia del Padre, y tiene permiso para estar aquí, pues es un ángel.

Aquél comentario me pareció muy agradable, sin embargo, no me pude explicar como supo que mi hijita estaba allí, entre tanta gente con su mamá y su hermanita, pues nunca me vio junto a ellas.

De regreso a nuestra ciudad, después de que el filipino vio a nuestra niña, mi esposa y yo veníamos muy extrañados con el comentario de aquella señora, tanto que al día siguiente, lo platicamos con nuestros vecinos, entre los que se encontraba nuestra amiga, la que había ido de visita al hospital.

Fue entonces, cuando un tanto asombrada por nuestro relato, nos dijo: “Pues yo les voy a platicar algo que nunca les había dicho, pues me daba mucha pena que se enteraran que aquella tarde que fui a visitar a la niña, yo vi que el doctor y la enfermera lucharon por “revivir” a la niña, que prácticamente ya no respiraba….”

Nos pudimos dar cuenta entonces, que nuestra hijita, quién hoy cuenta con 19 años de edad, convertida en una hermosa señorita, es realmente un ángel enviado por el Señor para bendición de nuestro hogar. Esto nos lo dicta nuestra fe en Dios todopoderoso…. ¡Ah! Y, ¿saben qué?: el hobby de nuestra hermosa hija es coleccionar Ángeles.

Mi hija es un ángel

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