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Cuando tengas invitado en casa a algún amigo o amiga de tus hijos, puedes y debes hacer que se ajuste a aquellas normas que regulan en tu casa el funcionamiento familiar. Pero lo que no se debe hacer nunca es tratar de desautorizar los criterios educativos de sus padres, por desacertados que los consideres. A lo mejor crees que el invitado dispone de demasiado dinero y que gasta en exceso para su edad; es algo sobre lo que debes reservarte la opinión. Evita las frases del tipo: “¿pero es que tu madre no…?”. Llevan implícita una notable carga crítica que el niño puede recibir como una ofensa para sus padres y, además, esta frase hiriente puede llegar perfectamente a sus oídos.

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Si invitas a un amigo o amiga de alguno de tus hijos a pasar unos días con vosotros y compruebas que sus costumbres no coinciden con las de tu casa, hazle ver desde el principio que mientras esté invitado deberá atenerse a las normas de tu familia. No dudes, por ejemplo, en retenerlo en la mesa si ves que tiene la costumbre de levantarse de ella entre plato y plato para ir a jugar. Repréndele cuando debas hacerlo, bien sea porque coma con la boca abierta o porque oculte un brazo bajo la mesa, pero hazlo de manera que la riña no se convierta en una bronca ni, sobre todo, que resulte humillante para él. Y no permitas que tus hijos se rían de él porque le has reñido.

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En ocasiones, los niños sienten el placer de provocar a las personas mayores. Y lo pueden hacer a base de hurgarse la nariz, eructar estrepitosamente o hablar con la boca llena. Procura distraerle de su actividad con cualquier juguete, o dale un pañuelo si se hurga y mándalo al baño si le da por otras manifestaciones más ruidosas. Hazle ver con claridad que su comportamiento te resulta personalmente desagradable. Los niños entienden mejor esto que las frases conceptuales del orden de “esto no se hace”. Es importante tu actitud; que no varíe con la situación ni con el humor en que te halles. Y, sobre todo, alábale cuando veas que intenta comportarse cortésmente, de acuerdo con las normas.

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Hay cosas que no podemos pretender de ellos. Difícilmente podrá un niño de dos años dar las gracias, con conocimiento, por algo que le hemos regalado, cuando a esa edad no comprenden con claridad la diferencia entre mío y tuyo. Pero, como en casi todo, en cuestiones de educación y de cortesía el buen ejemplo de los padres es fundamental. Y la forma en que se comporten con sus hijos vale más que mil advertencias. ¿Cómo podremos pretender que aprendan a dar las gracias o a pedir algo por favor si a ellos jamás se les solicita así ni se les agradece luego?. Tras estas formas de cortesía se ocultan sentimientos que el niño tiene que experimentar antes de poder expresarlos.

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No se puede pretender que un niño se comporte repentinamente como un adulto. Es perfectamente comprensible que antes de los dos años no pueda manejar el cuchillo, pero, en cambio, sí tiene que haber adquirido una destreza razonable en el empleo de la cuchara y el tenedor. En cuanto esté en condiciones de entenderlo, hay que hacerle ver que no se masca con la boca abierta ni se habla con ella llena. Y si hasta cumplir los dos años es inevitable que ensucie la mesa alrededor de su plato, pasada esta edad hay que habituarle a comer de forma civilizada. Igualmente procuraremos no servirle una ración excesiva para evitar que deje comida en el plato. Asimismo le acostumbraremos a que antes de sentarse a la mesa pase por el cuarto de baño para lavarse las manos.

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