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El coche es como una enfermedad; a los que vamos en él se nos pega a las posaderas como un parásito.

Es habitual ver a uno de ellos aproximarse a la acera y, si es ancha, dar voces para llamar la atención de cualquier transeúnte y requerir su ayuda.

Los ocupantes del coche, a lo que se ve, son incapaces de apearse y acercarse hasta la persona de quien pretenden algo; esperan – y consiguen, claro – que sea ella la que se traslade hasta la ventanilla. Esta es una conducta que deberíamos evitar cuidadosamente.

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Existen algunas reglas de cortesía pensadas para cuando se viaja en coche ajeno.

La primera de ellas es la de evitar dar muestras de aprensión, invitaciones a la prudencia y consejos de todo tipo dedicados al conductor. Siempre, claro está, que dicho conductor no sea un loco del volante que ponga en peligro nuestra vida con su forma de comportarse.

En cuanto a las plazas del coche, recordemos que la “principal” es la que se halla junto al conductor. Reservarla para alguien es una muestra de deferencia.

Otras normas a respetar cuando se viaja con otra gente son: no fumar, no poner la radio ni bajar las ventanillas, es decir, todas aquellas cosas que pudieran molestar al resto de ocupantes del vehículo.

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