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La piel cuenta con una hidratación natural, pero factores externos alteran nuestras preciadas reservas de agua. Mantener la humedad y aportar dosis extra es la misión de las cremas hidratantes. Si esa compensación no se realiza, la piel se vuelve áspera, seca y escamosa. Triste y opaca.



Así como el planeta, nuestro cuerpo está compuesto de agua prácticamente en sus tres cuartas partes. No es poco. Como elemento vital, no sólo es imprescindible para la salud sino también para la belleza.



Ingerimos líquido a diario, pero también lo perdemos. Y cuando eso ocurre, las manifestaciones más tangibles se dan a nivel cutáneo. Nos secamos y nos apagamos. La piel se nos vuelve escamosa y áspera.



Como órgano, la piel tiene un rol fundamental al momento de retener el agua en el organismo. Compuesta de agua en los mismos porcentajes que el cuerpo completo, la piel posee diferentes capas y cada una de ellas tiene una misión diferente. En la más profunda se producen células nuevas y a medida que éstas se van acercando a la capa más superficial, menor cantidad de agua contiene. Cuando están en la última etapa, sólo llevan consigo entre un 10 por ciento y un 20 por ciento de agua.



El gran problema comienza cuando esta capa de piel, que mide aproximadamente 0,03 milímetros y que es la encargada de protegerla de las agresiones externas, alcanza a tener sólo el 10 por ciento de agua. Entonces viene el resecamiento.



Barrera protectora



Causas externas e internas pueden provocar la deshidratación de la piel.



Entre las primeras: contaminación, cambios climáticos, escasa ingesta de agua y mayor eliminación de la misma. En las internas: falla en el ciclo natural de hidratación, envejecimiento y enfermedades.



Las consecuencias son fatales: piel tirante, rugosa, irritada. Se hace evidente una pérdida de suavidad, vitalidad, flexibilidad y resplandor.



Para protegerse, la piel segrega dos tipos de sustancias: el sebo, que lo conforman las glándulas sebáceas, y los lípidos, compuestos por 40 por ciento de ceramidas, 25 por ciento de ácidos grasos y 25 por ciento de colesterol, y producidos por las células.



La capa más superficial de la piel, compuesta por entre 15 a 20 capas de células muertas, es la que mantiene la hidratación natural y entre estas células están los lípidos, que se encargan de su unión. Como si las células fueran ladrillos y los lípidos el cemento. Es justamente esta barrera de lípidos la que impide que la piel no pierda la humedad. Un cambio en la composición de esta barrera hace que ella disminuya su función.



No siempre es posible prevenir agresiones externas, como los ambientes secos, el frío o el aire acondicionado, pero hay una serie de otros culpables que sí podemos eliminar. Los especialistas concuerdan en que lo que verdaderamente acaba con la humedad y la protección de la piel son el uso diario de productos de limpieza agresivos que liquidan su manto ácido y su complejo hidrolipídico. De hecho, productos con pH diferentes al natural de la piel eliminan completamente su barrera protectora y la dejan vulnerable ante cualquier agresión.



EL PH



El balance de agua de la piel está dado por dos fenómenos que van en direcciones opuestas: la absorción o difussión hacia el interior de la dermis a través de las capas de la piel, y la pérdida o evaporación desde la superficie del estrato córneo.



Para restablecer ese equilibrio, la dermocosmética puede manejarse con sustancias químicas capaces de retener la humedad en su superficie (glicerina, sorbitol), sustancias que absorben agua dentro de la célula (factor de humectación natural de la piel, urea) y sustancias oclusivas que forman una película sobre la piel (vaselinas, siliconas, derivados de lanolina).



Luego de la limpieza, es necesario reparar la hidratación que la piel ha perdido para que restaure su barrera de protección. De esta manera, la tarea principal de las cremas es compensar a la piel de los lípidos perdidos.



A su vez, para ejercer efectivamente su rol protector, la piel dispone de dispositivos especiales como la película hidrolipídica y el manto ácido protector, los que actúan como barrera y luchan contra la pérdida de humedad.



La película hidrolipídica contiene ciertas sustancias dotadas de la capacidad de absorber agua e impedir su expulsión aun cuando exista gran sequedad ambiental. Sin embargo, un contacto repetido con jabones, detergentes o solventes orgánicos eliminan la grasitud, que es también natural y necesaria en la piel.

Lo grave es que es incapaz de reponerse con la rapidez necesaria ni en la cantidad suficiente. Se produce entonces un desequilibrio: la piel se siente áspera y reseca y se tienen grandes posibilidades de contraer y desarrollar procesos inflamatorios. Prematuramente llegan las arrugas, especialmente alrededor de los ojos.



Para mantener tanto la película hidrolipídica como el manto ácido, es esencial utilizar productos de limpieza que contengan un pH entre 5 y 7, es decir, el mismo de la piel.

Que no falte agua en tu piel

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