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La
bulimia y la anorexia son, entre otros, trastornos de la alimentación que han
cobrado un marcado interés en nuestra sociedad en los últimos años, a pesar
de ser enfermedades de larga data, y que se reactivan, especialmente, cuando
empieza a asomar el verano y es hora de ponerse los trajes de baño.

Primero
consideremos que existe un trastorno en la alimentación cuando una persona coloca
a la comida como centro de su vida toda.

La
persona que padece algún trastorno en su alimentación como la bulimia o la anorexia,
basa en la comida -un particular significante al que la persona enferma otorga
un significado específico de acuerdo a diversos factores psicológicos y evolutivos-
todos los pensamientos y actos que forman parte de su cotidianeidad, sintiéndose
hiperdependientes de esa idea, que a modo de parásito, parece “atacar” hostilmente
en cada momento y situación.

La
comida se convierte, entonces, en
el eje a partir del cual gira la vida y el mundo de relación de la persona enferma.

Es
así como la comida es el motivo por el cual se concurre o no a una fiesta, se
visita a los amigos evitando las horas de las comidas, se deja de salir a comer
en restaurantes que cocinan determinado tipo de comida (que engordan), se ingiere
una manzana o un yogurt solamente en todo el día, y otras que hacen de la comida
un cruel titiritero de la vida de aquellos que padecen esta enfermedad.

Anorexia
etimológicamente significa “hambre de nada”, es decir, que la persona anoréxica
tiene hambre como requerimiento puramente fisiológico, pero no “desea” comer,
no tiene apetito.

La
manifestación de esta enfermedad se ve en la “rebeldía de no comer”, que representa
un llamado de atención para los padres y amigos de la persona enferma, no así
para la propia persona, dado que no tiene conciencia de la enfermedad y cree
estar alimentándose normalmente o en exceso; es como una señal expresando que
existe algo que no está funcionando del todo bien.

Así
encontramos a las personas enfermas, cuyo porcentaje más alto es de mujeres
-a pesar que la enfermedad sigue avanzando en el terreno de los varones- con
un peso muy bajo, a veces hasta en un 85 % por debajo del peso deseable, índice
del “terror” que sienten de engordar y convertirse en obesas.

Entre
algunos de los síntomas que generalmente encontramos en la anorexia (digo generalmente
porque ninguna anorexia es igual a otra) están la pérdida del tejido adiposo
(abdómenes hundidos, brazos y piernas esqueléticas), amenorrea (pérdida y desorden
de los ciclos menstruales), bradicardia (disminución del ritmo cardíaco), poliuria
(exceso de orina por la cantidad de líquidos ingeridos, como té, caldo, etc.),
hipercolesterolemia (nivel de colesterol muy alto: 280 – 300), insuficiencia
cardíaca y descenso del nivel de potasio que provoca una descompensación electrolítica,
y comúnmente esta es la causa de muerte en la anorexia a través del paro cardíaco.

Bulimia
etimológicamente significa “hambre voraz”, es decir, a diferencia de la anoréxica,
la persona bulímica tiene “deseo” de comer.

La
comida le provoca una excitación previa que lleva a la elección de los alimentos
a ingerir, que siempre son ricos en calorías y pobres en proteínas, y luego
se registran los “atracones”, episodios recurrentes de ingestas rápidas y compulsivas,
en grandes cantidades o vividos como si fueran grandes cantidades, con una marcada
pérdida del control y realizadas en momentos de soledad.

La
soledad es la mejor aliada de la bulimia, o quizás la peor de las enemigas,
pues es estando en soledad (tienen vergüenza de comer en público) cuando la
persona se da los atracones a los que les siguen la toma de conciencia de la
acción cometida y el cruel sentimiento de culpa, de fracaso y de angustia, que
carcome a la persona y la obliga a “vaciarse”, por decirlo de alguna manera,
de esa culpa.

Aquí
se dan los métodos purgativos, que varían según la persona, para pseudoaliviar
la angustia y la culpa, para “vaciarse”: los vómitos (provocados después de
cada ingesta y luego automáticos) y la utilización de laxantes, diuréticos y
enemas, estos últimos utilizados en exceso y a veces simultáneamente.

Otros
signos de la enfermedad son la mencionada amenorrea -índice de cualquier desorden
orgánico-, el signo de Russell (callosidades en los nudillos de los dedos, por
provocarse el vómito), pérdida del esmalte dental, piel amarillenta y trastornos
a nivel del esófago y del tracto digestivo por la acción de los ácidos gástricos
que concentra el vómito.

La
soledad es fundamental para el desarrollo de esta operación, dado que la aparición
de un tercero cualquiera interrumpe inmediatamente el atracón o el vómito.

El
problema mayor, y el que implica también mayor riesgo, es la práctica simultánea
de varias técnicas purgativas, muchas veces combinadas con excesiva actividad
física como la gimnasia, que implica también un medio de purga muy frecuente
que es inadvertido, ya que actúa silenciosamente; estas purgas provocan una
eliminación importante de sales en el vómito, en la orina y en las heces.

La
mortalidad es del 20% y se da por inanición y por la citada descompensación
electrolítica (descenso del nivel del potasio), que provoca un paro cardíaco.

Es
frecuente que el “llamado de atención” de las personas bulímicas sea más peligroso
que el de las anoréxicas (rebeldía de no comer), ya que encuentran el intento
de suicidio, sin conciencia de lo que el suicido implica realmente, como el
medio más eficaz para llamar la atención y conseguir, sobretodo, la atención
de sus padres. Esto revela el conflicto psicológico profundo que se ubica en
la base de estos cuadros. Muchas veces un llamado de atención puede terminar
con la vida de la persona enferma, cuya desesperación alcanza el extremo.

Generalmente
estos tipos de trastornos en la alimentación, más allá de los síntomas que encierra
cada uno en especial, son acompañados, ambos, por un marcado aislamiento de
la persona, excesivo cansancio, sueño, irritabilidad, agresión (sobretodo hacia
personas conocidas y miembros de la familia), vergüenza, culpa y depresión,
registrándose un trastorno en la identidad a partir de la nominación de la enfermedad:
“Soy bulímica”.

Estas
enfermedades no aparecen con frecuencia en estado puro, es decir,
no existe una anorexia pura o una bulimia pura. Una misma persona puede
registrar episodios tanto anoréxicos (restricción extrema a ingerir alimentos),
como bulímicos (atracones y purgas), instancia de la enfermedad llamada bulimarexia,
combinación de rasgos bulímicos y anoréxicos en un mismo cuadro, que son los
más comunes.

Es
decir, por lo expuesto, que estas dos enfermedades, de candente y lamentable
actualidad, implican ir más allá de pensarlas como de origen orgánico (aunque
se está investigando al respecto), introduciéndonos, así, en el terreno de lo
psicológico, dado que tanto en la bulimia como en la anorexia existe una distorsión
de la imagen corporal, una falla en la percepción -estas personas se ven gordas
a pesar de no serlo, o se ven aún más gordas si no son muy delgadas-; hay una
discordancia entre el cuerpo biológico y la representación mental del cuerpo,
que en estas personas enfermas impera: verse gordas, horrorizarse por la gordura.

En
cuanto a los factores psicológicos causales, si bien la bulimia y la anorexia
no implican una determinada psicopatología de base, ni son consideradas un tipo
específico de psicopatología, considero que se apoyan sobre personalidades a
las que llamo a-dictivas, entendiendo
a como prefijo de negación y dictivas
como lo dicho, lo puesto en palabras; por lo tanto constituiría una enfermedad
“de lo no dicho”, “de lo no puesto en palabras”, personalidades que encuentran
una gran dificultad para registrar y comunicar sus estados emocionales y profundos,
para poner los sentimientos en palabras. Eso no dicho, no puesto en palabras,
que implica algo conflictivo para la persona, es puesto en el cuerpo, por lo
que puede concluirse que la bulimia y la anorexia encierran problemáticas psicológicas
profundas que hablan a través del cuerpo.

En
cuanto a lo sociocultural y familiar son enfermedades sostenidas, generalmente
en forma inconsciente, inadvertidamente, por la familia, y en forma no tan inconsciente
por la sociedad y los medios.

Con
lo expresado no deseo que la responsabilidad de un adolescente enfermo (digo
adolescente porque son enfermedades que se dan usualmente entre los 14 y los
20 años) recaiga sobre la publicidad y los medios, que muestran modelos perfectos
del hombre y la mujer, delgados y bellos, o sobre la misma familia, pero lo
cierto es que ambos núcleos sustentan, por así decirlo, la evolución que realiza
la enfermedad en un adolescente en plena formación física y psíquica, y son
a la vez quienes pueden ir erradicando la enfermedad de quienes la padecen y
de la sociedad toda.

Es
una enfermedad familiar que tiene como síntoma a uno de sus miembros padeciendo
bulimia o anorexia.

Se
deben aceptar como enfermedades que se originan en el seno mismo de la familia,
y que pueden actuar como síntoma de conflictos internos, personales y de tensiones
en las interrelaciones padres-hijos-hermanos.

Esta
problemática bio-psico-social debe alertar a los adultos en general y a los
padres en especial acerca de los adolescentes inmersos dentro de los pseudomodelos
y valores vigentes en nuestra cultura de hoy. Adultos y padres que muchas veces
actúan ciegamente o simulan estar ciegos ante situaciones dolorosas de este
tipo, aun más cuando se trata de padres con respecto a una hija o un hijo, una
no aceptación de su padecer, de su sufrimiento.

No
hay que negar lo que sucede, hay que asumir la situación, sentirse parte de
ella y actuar en consecuencia.

Desde
el rol de los padres, concretamente, se debe contener a la persona enferma,
comprenderla, dispensarle afecto y contención intensiva, sabiendo que eso es
lo que más necesita, lo que más necesita cualquier persona para sentirse con
ganas de vivir.

Compartir
sus cosas, escucharla, acompañarla, e intentar, junto con la ayuda profesional,
que es fundamental en estos casos (tratamiento interdisciplinario médico, nutricional,
psicológico a nivel individual y familiar), restablecer los lazos de la persona
enferma con la vida, con sus vínculos, mostrándole que hay otras cosas, otros
intereses en la vida, más allá de la figura y la comida, y que estos últimos
son sólo una mínima parte de un gran y maravilloso todo que es
el ser humano, al que hay que valorar, amar y defender.


Lic. Sebastián Vázquez Montoto

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