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A pesar de lo que traten de vendernos desde el poder, la violencia de género sigue como ayer presente en la sociedad y en la vida cotidiana de muchas mujeres.

A pesar de lo que traten de vendernos desde el poder, la violencia de género sigue como ayer presente en la sociedad y en la vida cotidiana de muchas mujeres. Ante esta situación, son muchas las explicaciones que se nos dan desde las instituciones capitalistas y desde sus organizaciones satélites, así como desde los aparatos más reaccionarios del estado, como la Iglesia y todo su séquito de rancios representantes.

Se acude a la biología para caracterizar a las mujeres, instrumento que sirve la mayoría de las ocasiones para infravalorarlas o para, en contraposición, elevarlas a los altares o sacralizarlas. Por naturaleza se nos atribuye la debilidad, la inestabilidad. Esto hace que se nos considere sujetos de segunda clase, necesitadas de tutelaje por parte del hombre (“¡las mujeres y los niños primero!”). Somos vistas como objetos de apropiación a las que cuidar y proteger, y en el mejor de los casos, motores de acciones importantes, pero ajenas (“detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer”). Por el hecho de tener capacidad para engendrar, se impone a la mujer la preferencia por el vínculo, la resignación y el sacrificio.

Igualmente se acude a la biología para caracterizar al hombre y para justificar su relación de poder con respecto a la mujer. Se dice que el hombre es más agresivo, y que lo es por naturaleza. Digamos que lo lleva impreso en su código genético. Pues bien, esto es cierto, pero es un rasgo que caracteriza no sólo al hombre, sino también a la mujer, a los leones y hasta a las ratas. Por el hecho de ser animales, somos agresivos y es aquí donde interviene la socialización patriarcal. A las mujeres se nos ha cohibido este instinto, se nos ha negado la agresividad. Hemos sido criadas para ser dulces, para cuidar (y sustentar de forma gratuita el sistema patriarcal a través del ámbito de lo doméstico) y sobre todo para no rebelarnos.

Una de las herramientas que el sistema patriarcal y capitalista emplea para perpetuar esta situación que tantos beneficios y privilegios reporta al hombre, es la violencia física contra las mujeres. Se trata de mantener aterrorizadas a las mujeres para que no puedan salir de su situación de inferioridad social. De este modo puede sostenerse toda la red de explotación capitalista hacia ellas (salarios más bajos, puestos inferiores, precariedad, sumisión laboral y sindical… así como trabajo doméstico diario no remunerado).

La violencia de género esta bajo el amparo de la sociedad; se trata de que no trascienda del ámbito de lo privado, y si lo hace se culpabiliza a la mujer por no denunciar, por no abandonar al agresor, por no acogerse a las “ayudas” que el estado las presta… ante tan grave problema (no olvidemos que al año mueren decenas de mujeres a manos de sus padres, hermanos, maridos), nuestro gobierno y aledaños vuelve a hacer un lavado de cara. No se cuestiona el orden social imperante, sino que se considera esta situación como un problema técnico. Se aumentan los mecanismos represivos, mediante el refuerzo de efectivos policiales y el fomento de las denuncias. Si bien estos hechos no pueden quedar impunes, en estas situaciones el denunciar se convierte en algo muy complicado a la par que peligroso. No podemos dejar pasar que las víctimas comparten su vida con el agresor, su entorno más próximo, y estamos hartas de ver cómo las órdenes de alejamiento no sirven más que para provocar más muertes. Por otro lado cuesta mucho creer que la solución pueda venir a partir del desarrollo de las fuerzas policiales, uno de los aparatos más machistas y represivos del estado.

No se nos puede escapar que la violencia surge y actúa desde dentro del propio sistema, y que las administraciones públicas se limitan a describir el fenómeno y a hacer millones de estadísticas que luego cuelgan en sus páginas web. Se erigen ellos mismos como los protagonistas, ya que cualquier solución al problema pasará por sus tribunales, sus leyes, sus asistencias sociales… La mujer maltratada deja de verse como un sujeto individual y pasa a ser una cifra más.

Desde un punto de vista paternalista, se fomenta la familia patriarcal asimétrica. Un espacio donde sin duda encontraremos seguridad, comprensión y amor. Un hogar en el que estar protegidas. Pues bien, la mayoría de las agresiones provienen de las personas más cercanas y desde luego la violencia de género no es sinónimo de familias desestructuradas o marginales. Se hace un llamamiento a la independencia económica femenina como única solución. Nada más alejado de la realidad, ¿o es que sólo sufren el maltrato las mujeres no asalariadas? ¿Qué hay de la dependencia familiar? ¿y de la emocional?

Y ante toda esta farsa de medidas paliativas se hace ver a la mujer maltratada, a la víctima, que la solución de su problema está al alcance de sus propias manos, mediante la denuncia, y que si no se soluciona es por cobardía.

Pronto llegará el 25 de noviembre, día contra la violencia de género. En este día se recuerda el aniversario del asesinato de 3 hermanas militantes dominicanas. Fueron asesinadas por luchar y por intentar cambiar este mundo.

Como mujeres, pero ante todo como antipatriarcales y anticapitalistas, no debemos permitir que este día sea cooptado y vaciado de contenido por parte de las instituciones. No podemos permitir que este día se convierta en un día de felicitaciones al gobierno por su nueva “Ley contra la violencia de género”, porque las mujeres siguen muriendo. Lo que debe quedarnos claro, es que la solución a la violencia sexista nunca vendrá de un sistema que es el propio causante.

Un sistema que permite que las mujeres cobremos menos, que sigamos recluidas en el ámbito de lo doméstico y que pretende acabar con la violencia hacia las mujeres reforzando el aparato policial cuyos integrantes mayoritarios son hombres, no va a acabar con el problema. Debemos ser nosotras quienes tomemos las riendas de nuestras vidas, nos autoorganicemos y exploremos campos de lucha como la autodefensa física, la psicología antipatriarcal y la extensión de la conciencia anticapitalista. La solución vendrá de nosotras para nosotras.

Irene Morales en Corriente Roja/ Insurrectasypunto

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