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No digo que no tengan razón las mujeres para quejarse y aun para vengarse por milenios de su­puesto o real so­metimiento al ma­cho. Pero como todo movimiento radical político, reli­gioso o costumbrista acaba incurriendo en la misma violencia mo­ral que persigue. Así, el feminismo que se en­cara con el ma­chismo no tiene en cuenta que éste fue una pre­dispo­sición social y milenaria que exige paciencia. Pero además, que res­pondió a un reparto de roles a lo largo de mucho tiempo entre hom­bre y mujer cuyos cambios no se re­suelven de un año para otro. Si se le acelera se lo convierte en hembrismo, que no es sino el ma­chismo invertido de la mujer vindi­cativa. Las prisas, el ansia de la mujer por vencer y apartar al hom­bre de su camino, están haciendo estragos en la so­ciedad española. No tanto en cuanto a los efectos en el ma­cho que allá se las componga, como a los causados a la prole, a los hijos que están en medio de las pendencias de la mujer con el hom­bre, o si se quiere, de la hembra con el macho.

Antes el hombre se hacía acompañar por una mujer. Hoy la hembra “progre” se hace acompañar por el macho. Sí, porque la mujer progre tradicional trata al hombre como macho, mientras que el macho tra­dicional -pese a todo y a menos que su cultura o condi­ción fueran deprimentes- no trataba a la mujer como hembra sino como mujer. El reparto de papeles, al menos entre las clases socia­les media y alta, impli­caba la atención de la mujer a las tareas suaves, asu­miendo el hombre precisamente las arduas. Desde que éste cazaba y la mujer asaba la caza.

Sé que éste, como el territorial, el independentista, el partidista, o el religioso son asuntos que no se prestan a discutir y menos a razo­nar. En ellos sólo cabe oír y callar o liarse a tiros… Sé que son materias que no debemos permitirnos para tener la fiesta en paz, pero tam­bién propias de lo que gritaban los romanos en sus cultos: “Hoc age”, “Hazlo”. (“Cuando un magistrado consultaba las aves o efec­tuaba un sacrifi­cio se gritaba “Hoc age”, invitando a los presen­tes a la aten­ción y al recogimiento” (Plutarco).

Hazlo, hacedlo, feministas y no feministas que queréis vencer el peso de la histórica primacía del macho, pero no carguéis las tintas con tanto encono contra el hombre y contra las reminiscencias de su pasada altanería. Hacedlo, pero no nos abruméis. Sólo conseguiréis que se retire más de vuestro lado. Si hemos de pasar de un gobierno de los hom­bres a otro de las muje­res en pocos años, sabemos que se dulcificará la vida social y quizá remitan las guerras. Estamos tranquilos. Una mujer, una hembra, es mucho más capaz que el hombre, el macho, de pasarse la vida rivali­zando sólo en rencillas sin pasar la cosa a mayores. Pero sabed bien que pese a que la consigna de estos tiempos es prohibido prohibir, si hay algo que en la so­ciedad debiera impedirse es la separación de la pareja mientras la prole no alcanza la mayor edad. Se lleva dema­siado lejos el derecho personal. Se abusa tanto del egoísmo, que las generaciones sujetas a la veleidad de sus madres habrán de pagarlo caro en salud psicológica y men­tal. Hoy por hoy, en España, las arre­metidas y argumentos del feminismo exacerbado vienen en ava­lancha y no dan cabida a la ré­plica, ni a la defensa, ni a razón alguna. Ni de fondo ni de forma, ni de compás ni de mane­ras.

Por eso, el feminismo hispano y su impaciencia por atajar su retraso respecto a las sociedades occi­dentales, está pro­du­ciendo en la socie­dad española efectos cuantifi­cables en des­orienta­ción y desequilibrios a mi juicio graves. Para nada tiene en cuenta que la rela­ción hom­bre-mujer entre sí y la de mujer-hombre con su prole, ha dependido de una manera ca­tegórica de dos factores: el religioso y el cultural. Dos factores que no se corri­gen de un día para otro en la medida que no remita el re­ligioso y no evolu­cione el cultural. Ten­gan paciencia las mujeres y las mi­nistras empeña­das en apresurar el paso. Porque tal como se viene plan­teando este asunto y la manera de relacionarnos en la sociedad, hombres y mujeres llevamos ca­mino de sólo dedicar­nos a la cópula, a odiar y a ser odiados…

Jaime Richart

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