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“La opresión es como una máquina de hacer monedas. Pones seres humanos, presionas el botón correcto y los ves salir exprimidos, encogidos y achatados hasta quedar finitos. De un lado está el mártir y del otro el traidor”

“Todas las posibilidades de la vida se reducen a esas dos míseras opciones”, dicen al unísono dos personajes de una obra de la dramaturga palestino-estadounidense Betty Shamieh.

Por una extraña coincidencia, o quizá no tan extraña, esa también fue la temática de una obra escrita por un israelí en 1990. Ambos tratan la violencia criminal que envolvió a los palestinos.

Betty Shamieh escribió “The Black Eyed” (Los ojos negros) después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington. Ilan Hatsor, “The Masked” (Los enmascarados), 10 años antes, durante la primera Intifada (revuelta contra la ocupación israelí de Palestina iniciada en 1987).

Ambas obras se presentaron en Broadway, en Nueva York.

En el tenso drama de The Masked, tres hermanos se enfrentan entre sí en una aldea árabe de Cisjordania en un cuarto apartado de una carnicería. Vida y muerte se yuxtaponen. En una pared hay pequeñas fotografías en blanco y negro y en la otra, ganchos con carne y sangre.

Na'im (Arian Moayed), un veinteañero refugiado en las montañas, y su hermano Khalid (Sanjit De Silva), de 18 años, que se ocupa de la carnicería, sospechan que Daoud (Daoud Heidami), lavaplatos en Israel de 30 años, es un colaboracionista.

Alguien lo vio en un automóvil del servicio secreto israelí. Ellos creen que dio información al ejército antes de una manifestación en la que su hermano Nidal, de siete años, vestido con uniforme de combate por Na'im, recibió varios disparos y quedó en estado vegetativo.

Na'im le dice a Daoud que es un hombre marcado, que los líderes se ocuparán de él y que van a limpiar la aldea de soplones. Khalid replica, “Increíble, aprendiste algo de los israelíes”.

También conversaron acerca de la oscuridad de la ocupación israelí, viviendas destruidas, ataques, redadas, gases lacrimógenos y disparos contra manifestantes.

Daoud insistió en que lo engañaron, luego que lo presionaban de ambos lados y, finalmente, que actuó porque los israelíes amenazaron su vida y la de sus hermanos. “Hubo cuatro o cinco interrogadores golpeándome. Les di algunos nombres. Pueden hacer cualquier cosa”.

“Tu y tus milicias mataron a más de los nuestros que los israelíes”, responde Daoud. “Te vendiste para ser un esclavo”, replicó Na'im poniendo un pie en el cuello de su hermano.

“Quiero una solución sin sangre”, pidió Khalid.

La primera Intifada llevaba tres años cuando Ilan Hatsor escribió la obra.

Hatsor quería que el público judío viera a su enemigo como seres humanos, miembros de una familia.

“La obra trata de gente devastada. Es un triángulo de hermanos. En la primera Intifada murieron más palestinos sospechosos de colaborar que a manos del ejército israelí. Nosotros los pusimos en esa situación. Los israelíes los encerramos en ese lugar y somos responsables de que un colaborador se haya convertido en tal. Khalid, el hermano menor, es mi compañero”, añadió.

La obra de Hatsor es masculina, trata de combatientes y de los que se acomodaron. En cambio, la de Betty Shamieh es femenina, se refiere a que si bien los hombres inician y pelean las guerras, también consumen a las mujeres.

“The Black Eyed” se desarrolla en una vida después de la muerte, representada por una caja rozada, una declaración humorística de la visión femenina del cielo.

Cuatro palestinas de diferentes edades esperan fuera una habitación reservada a los mártires.

Delilah (Emily Swallow), con un atuendo tipo egipcio azul, tiene un hermano asesinado tras un ataque contra Sansón. Tamam (Lameece Issaq), de vestido blanco y negro, también tiene un hermano asesinado por desafiar a los cruzados.

Sansón fue una figura bíblica hebrea.

La arquitecta (Jeanine Serrales), moderna y elegante y con tacones amarillos, murió en uno de los aviones que se estrelló el 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Aiesha (Aysan Celik), de pantalón ancho y camiseta, es terrorista.

Su conversación desafía el mito de la violencia heroica.

Delilah comenta: “Nuestros seres queridos tienen derecho a una vida después de la muerte”. Pero Tamam replica, “al igual que cualquier otra alma infeliz que haya matado y violado”.

El nombre de Tamam quiere decir “basta”. Cuando su hermano fue capturado con un arma, ella trató de pagar el rescate, pero fue violada. Él, una vez liberado, se unió a una organización armada y fue a un mercado con un cuchillo y una maza, dispuesto a matar.

“Eres lo más preciado que tengo en el mundo. Si crees que esto es un regalo para mí, la caja quedará vacía, hermano. Quemaron toda nuestra aldea porque mataste a esas personas. Lo que hiciste no fue por mi honor, fue por el tuyo”, le replica ella.

Del otro lado, Aiesha declara: “Construí algo más intrincado que el corazón del humano, lo apreté contra mi pecho y caminé hacia la mayor multitud que encontré”.

Al inmolarse mató a una niña árabe de siete años, entonces Delilah le pregunta: “¿Cómo pudiste hacer eso? Hay que tener demasiada rabia”.

Las tres mujeres le dicen a Aiesha: “Es tan masculino”.

Shamieh hace una sátira de la idea de que en el más allá los terroristas suicidas tienen huríes, mujeres cuya virginidad se renueva continuamente y se las conoce como las de ojos negros (como el título de la obra).

Aiesha responde: “En cuanto llegué a esta otra vida, tuve cientos de hombres de todo tipo y color. Es cómo creí que sería”.

Ella sueña con un hombre cuya castidad se renueve. “¿Quién quiere un hombre sin experiencia? Además, cualquier mujer joven puede tener el doble en la tierra, si quiere”, le replican.

Al igual que Hatsor, a Shamieh le atraen las causas que llevan a que una persona se convierta en terrorista.

“Deja mi vida en la tierra en ese hacinado campamento de refugiados sucio que tus padres abandonaron. Nunca tuve oportunidad de hacer las cosas distintas. Así que no me juzguen”, pide Aiesha.

La arquitecta reconoce que los secuestradores de aviones “tuvieron vidas que hubieran doblegado hasta al más duro de los hombres. Sólo quieren ser escuchados. Pero igual eso no les da derecho a matar”.

“Yo les diría”, prosigue ella, “'estás secuestrando este avión lleno de gente que no tiene idea de nada, que te miran y dicen, ¿qué tipo de persona puede perpetrar tal acto cruel y violento? No saben que es el tipo de gente a la que el gobierno estadounidense le hace las mismas cosas, en nombre de su pueblo, desde hace años. Quizá no les importa. Pero no vale la pena que te mates por ello'”.

Ella misma responde: “No valoran nuestra vida. Cuando nos inmolamos con la esperanza de hacerles daño, les mostramos que estamos de acuerdo, que nuestra vida es prescindible”.

Shamieh explica qué quiso transmitir con la obra: “Quise hablar acerca de la violencia desde una perspectiva histórica porque creo que lo que se perdió después del 11 de septiembre fue la noción del origen de la violencia”.

“Hay un personaje que dice que nadie me va a reducir como a una moneda. No me importa que me sometan a esta opresión, no me van a hacer elegir entre esas dos cosas extremas”, señala la autora.

Lucy Komisar
Periodista de Nueva York y crítica de teatro. Su trabajo figura en el sitio de Internet, http://thekomisarscoop.com

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