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AMOR: ENAMORADOS DE DOS PERSONAS A LA VEZ?

Por: Walter Riso

Aunque el sentido común nos diga que no es posible, la psicología lo considere técnicamente imposible y la moral y las buenas costumbres lo sancionen, el fenómeno de bifurcación amorosa sigue haciendo de las suyas. Parecería que dadas ciertas condiciones (aún no determinadas por la ciencia oficial y rigurosa), nuestro cerebro puede manejar dos canales simultáneos de intercambio pasional/afectivo y multiplicar por dos la energía amorosa.

Algunas personas, no sabemos si bien dotadas o víctimas de una desconocida mutación genética, son capaces de estar doblemente “tragadas”. Dos volcanes en erupción, acompasados al ritmo frenético de un corazón al borde del infarto y un cerebro llevado al límite.

Y contra todos los pronósticos, no se mueren ni se enferman. Estos extraños seres no se cansan ni descansan, no decaen ni desisten. A pesar de los inconvenientes, se mantienen de pie, debatiéndose entre dos polaridades simétricas y perfectamente equilibradas. Dos amores con igual intensidad, dos tragas sin atragantarse (no conozco el primer caso de tres “tragas”).

Lo interesante es que las vivencias afectivas, cognitivas y comportamentales de quien padece esta doble afectividad se superponen y confunden. En esencia, los dos amores producen los mismos efectos, como si el cuerpo no pudiera considerar por separado los polos del conflicto. La misma taticardia y la misma emoción localizada en la boca del estómago. No interesa si son mariposas o murciélagos, la consecuencia es la misma: una doble angustia corta la respiración y pone a temblar el sistema hormonal.

“Sueño con los dos, disfruto con los dos, extraño a los dos, no concibo mi vida sin ellos”, me decía una mujer desesperada e incapaz de resolver su ecuación afectiva, donde “x” y “y” estaban a la par, irremediablemente igualados. Y a esta mujer le importaba un rábano el principio teórico que argumentan los puristas. “si se ama a dos, el amor no es verdadero”. Lo que ella quería era inclinar la balanza para escapar del atolladero, salir corriendo de la trampa que le había tendido el corazón, para la cual nadie la bahía preparado.

Todos estamos de acuerdo, al menos en términos prácticos, en que lo ideal sería no abrir sucursales afectivas. Y no me refiero a la infidelidad, que es el tema aparte, sino a que la emoción se encause por un solo canal. Sin embargo, nada hay más subversivo que el amor, nada más impredecible y sorprendente.

Cuando en las conferencias le pregunto a los asistentes si es posible que nos enamoremos de dos personas a la vez, casi la mitad del auditorio responde con un sí contundente y sin reparos. El sí categórico que otorga el haber vivido en carne propia la locura de dos amores coexistentes y no haber muerto en el intento. Independiente de las razones que podamos argumentar, para estas personas la experiencia es tan real como la vida misma.


A veces, el doble amor dura poco, pero solo se trata de química concentrada transitoria, ebullición desordenada y vibrante. Pero en ocasiones, la bioquímica es transcendida y el amor se asienta descaradamente durante años. Nos atraviesa como una espada de dos filos y allí permanece como el mayor de los enigmas. Conozco señoras y señores de edad que confiesan haber tenido otro amor, platónico, inconcluso, inconfesable, durante más de veinte años.

Esto de querer por partida doble me recuerda el “escepticismo que mantenemos frente a las brujas, cuando decimos que no creemos en ellas pero que sí las hay. Yo no he podido ver brujas montadas en escobas, pero he visto volar el amor en todas las direcciones posibles. Lo he visto estrellarse, morir en un instante. También lo he visto echar raíces en los lugares más inhóspitos y dar los frutos más maravillosos que podamos concebir. En el amor todo es posible.



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