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La magia que se ha atribuido durante siglos a las propiedades de algunas plantas ha transcendido lo supersticioso.

 

Los efectos beneficiosos que procuran las infusiones son de sobra conocidos. No obstante, la vorágine en la que vive una sociedad que todo lo comercializa y distribuye en bolsitas, actúa como cortina de humo que impide conocer más a fondo las características de unas sustancias que hoy en día forman parte de la dieta común de las personas.

Una infusión es cualquier líquido preparado con hierbas o plantas aromáticas y medicinales en agua hervida. Se trata de bebidas que se pueden tomar en cualquier momento del día, ya sea invierno o verano y a cualquier temperatura. Para la nutricionista Carmen Ibáñez, a pesar de sus propiedades curativas, su valor más importante radica en que aportan agua al organismo de un modo agradable, sin calorías extra. Tampoco deben olvidarse los efectos de estimulación o relajación, según el tipo de planta utilizada.

El organismo de los seres humanos no dispone de reservas de agua, y a lo largo de todo el año, pero especialmente en verano, es conveniente mantener el equilibrio del cuerpo entre la pérdida y el aporte de líquidos -el clima y el tipo de actividad desarrollada propician una pérdida de agua más elevada-.

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Visto bueno de la OMS

La Organización Mundial de la Salud considera que las hierbas medicinales ayudan al cuerpo de una manera natural, reforzando su sistema interno. Los componentes activos de las plantas facilitan a los mecanismos comunes de defensa del organismo el control y eliminación de la fuente del problema.

Las propiedades de las infusiones son muy variadas. Cada una de ellas capta las sustancias orgánicas solubles contenidas en las hierbas o plantas elegidas como materia prima. Los componentes activos de las especies silvestres se consideran más enérgicos, y por tanto con capacidad de producir efectos más agudos, que los de las cultivadas.

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Ritos sagrados

Tradicionalmente, la recogida de este tipo de plantas estuvo salpicada de ritos, plegarias y salmos. Nuestros ancestros aguardaban pacientes a la luz del amanecer o de la luna para arrancar el fruto de la tierra, porque consideraban que hacerlo a otra hora despojaría a las plantas de sus poderes curativos.

Asimismo, las hallaban en los lugares más recónditos, como en las charcas ocultas, convencidos de que cuanto más tortuosa resultase la búsqueda más efectivos resultarían los poderes de sus jugos. ”De toda esa superstición no queda nada, ya que en la actualidad la recogida de las distintas partes de las plantas está condicionada por el ciclo vital natural de las mismas”, relata Ibáñez.

En un manuscrito del siglo XVIII conservado en el British Museum se puede leer: Es regla general que, desde las calendas del mes de abril al mes de julio, todas las hierbas son excelentes y, desde las calendas del mes de julio a las del mes de octubre, los tallos tienen más virtudes, así como desde octubre a las calendas de abril todas las raíces están en pleno vigor. ”En realidad, hay que hacer distinciones a la hora de recoger raíces o rizomas, diferenciando entre plantas herbáceas vivaces, vivaces leñosas o plantas bianuales”, concluye la nutricionista.

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