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“Se me olvidó…”

 

¡La memoria!

¡Qué mal nos sentimos cuando enfrentamos la realidad y tenemos que aceptar nuestra distracción!

Qué vergüenza y, al mismo tiempo, qué coraje y eso sin contar ¡cuánto nos cuestan los olvidos!

Nada más piense las consecuencias de no asistir a esa importante cita de trabajo o la culpa que da cuando confundimos el día de la ronda escolar y olvidamos recoger a los niños.

La decepción que sentimos cuando volteamos a ver el calendario y nos damos cuenta que algún aniversario, un cumpleaños o una fecha especial, como la comida con los amigos que tanta ilusión nos causaba, ¡ya pasoooó!

Piense en lo que afecta al vendedor perder una venta porque se le pasó mencionar un beneficio importante de su producto.

Cuando tenemos cualquier tipo de olvido, nuestra imagen se ve afectada en forma negativa; no debemos perder de vista que todos vendemos algo, ya sea un producto, un servicio o una idea, por eso pulir nuestra memoria se convierte en una prioridad. El simple acto de recordar el nombre de las personas abre muchas puertas; no hay sonido más dulce que escuchar nuestro nombre; cuando saludamos a la gente y decimos: ¡Qué tal Pilar, ¿cómo estás?!, o, ¡Pablo, qué gusto verte!, los hacemos sentir que son importantes para nosotros y, de esta forma, ganamos su aprecio.

Por el contrario, cuando olvidamos cómo se llama cierta persona o la llamamos con un nombre equivocado o, peor aún, hacemos cara de ¿quién eres? se nos pueden cerrar puertas.

memoria

Todos conocemos personas con memoria privilegiada, son aquellas que recuerdan detalles, fechas y nombres y acuden puntualmente a sus citas. Casi siempre aprovechan su gran habilidad para cultivar y ampliar sus relaciones, tanto en lo personal como en lo profesional. Algunos afortunados poseen naturalmente esa destreza. Otros, la trabajan, se esfuerzan y se organizan, porque saben lo importante que es cultivar la memoria, para crear y estrechar lazos.

Aquí algunos consejos que los psicólogos nos dan:

1. No confiemos en nuestra memoria:

A la memoria le encanta jugar a las escondidillas. Si la dejamos, nos jugará la broma cuando menos lo deseamos.

Una buena idea es capturar en la agenda electrónica, además del teléfono y dirección, todos los datos que sabemos acerca de la persona, como su hobbie, el nombre de su secretaria -muy importante-, el nombre de su pareja, el número de sus hijos y los nombres. Esto para que en la siguiente cita o llamada, podamos decirle: ¿qué tal Paco, cómo va el golf? ¿Oye y tu hijo Diego, ya debe tener unos dos años, no? La persona, por supuesto, se siente impresionada y agradece que nos “acordemos” de esos detalles tan personales; esto es bueno porque nuestro interlocutor se vuelve más receptivo a lo que le tengamos que solicitar u ofrecer.

¿Se imagina lo que un doctor se puede acercar a su paciente si anota estos datos en el expediente? En lugar de recibirlo con un “Pase Sr. Ehmmmm, ¿González?”, podría decirle en forma casual: “Sr. González, pase usted, ¿cómo le fue en Cancún el verano pasado?”. ¿Se imagina? El paciente no va a querer cambiar nunca de doctor y lo va a recomendar con todos sus conocidos.

2. Asocie a las personas o las cosas con algo:

Es un hecho que una cosa nos lleva a pensar en otra y en otra. Si decimos Navidad, de inmediato aparecen en nuestra mente las posadas, el árbol y los regalos. Si pensamos en Francia, recordamos la comida, el vino o la moda. Esta es la razón por la que asociar cosas es tan buena herramienta. Es ideal para acordarnos de nombres, lugares y caras.

Podemos asociar con lo que sea: colores, ciudades, personajes de película, parecidos, rimas, etc. Entre más rara, ridícula o graciosa sea la asociación, más se fijará en nuestra mente. Por ejemplo, si el Sr. Rodríguez es gordito, podemos asociarlo con rodar. Al escuchar su apellido, mentalmente lo repetimos y nos lo imaginamos rodando. El nombre ya se grabó. Lo importante es asociar con lo que haga anclaje en nuestra mente.

3. Mantenga la mente ocupada:

Si olvidamos las ideas, decimos una palabra por otra o cuando llegamos a un lugar ya no recordamos a qué íbamos, puede ser una señal de que necesitamos ejercitar la mente.

Recordemos que, así como un músculo, entre más la trabajamos más eficiente se vuelve. No existe aquello de “tengo mala memoria”, lo que hay son memorias entrenadas y memorias sin entrenar.

Seamos selectivos y evitemos llenarla de información chatarra; ocupémosla en leer buenos libros, estudiar cosas que nutran y enriquezcan para que de esta manera evitemos sufrir las consecuencias de decir las tristes palabras: “Se me olvidó”.

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