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Se puede ser infiel a la pareja, a un amigo, a una idea, a un compromiso o a un ideal.

 

La infidelidad es un concepto que oscila entre la moral (el deber ser) y el principio de placer, en la medida en que la cultura se configura -entre otras cosas- para proteger al individuo de sus propios impulsos y hacerlo sociable.

La institución de la pareja o el matrimonio generalmente ordena entonces los valores morales, así pues, la infidelidad es casi siempre y en todos los tiempos rechazada y condenada, es sinónimo de traición y deslealtad.

Pese a esta eterna condena, la infidelidad siempre se ha presentado como la parte prohibida que produce placer a la sombra y a escondidas de la sociedad, y en la realidad es tan común, que es un “valor” que se asume como irremediable.

Estoy enamorado de ti y de todos tus pequeños detalles

La infidelidad parte primero de lo personal, de la relación de pareja, que es de lo que nos ocuparemos.

Existen diferentes grados de tolerancia o rechazo a ella dependiendo de la sociedad de que se trate; no es lo mismo un flemático inglés a un enardecido mexicano o colombiano; por ejemplo, en este mismo mundo existen quienes ante un problema de éstos simplemente se separan, o quienes generan tragedias y muertos por la infidelidad, lo cual nos habla de que culturalmente e intrínsecamente hay diferentes disposiciones para enfrentar una situación así.

El desarrollo de la cultura a partir de la revolución industrial cambió el prisma de los valores morales en el mundo, de tal manera que el dinero, el bienestar, la comodidad, lo moderno, empezaron a ganar terreno en la escala de los valores para llegar finalmente a un mundo globalizado, en el que la supremacía económica es el dios a quien hay que rendirle pleitesía.

Nada importa ya más que posicionarse en un mundo de feroz competencia, y ello implica un concepto de pareja diferente.

Actualmente se tiende a tener un esquema hedonista de la vida, de la existencia; el placer por el placer, nada profundo que haga pensar, que aburrimiento, mejor el ruido, la disco, el alcohol, las drogas, la aventura, de alguna manera sentir que se está vivo a falta de otras cosas.

Vivimos en un entorno social en donde hay que ser pragmáticos, de hecho las relaciones actuales de pareja viven una idea del compromiso que se asemeja más a una relación contractual; qué me ofreces, qué te ofrezco, cuánto tienes que me ofrezcas por mi belleza y mi bien cuidado cuerpo; a qué mujer puedo aspirar para casarme con el dinero que tengo; necesito alguien que sea mínimo de mi misma posición social, si no es que más. En estas circunstancias es difícil hacerse de valores duraderos y profundos.

El machismo y la infidelidad femenina

Salvo escasas excepciones en la historia de la humanidad, la cultura se ha generado a través del dominio masculino; el hombre, aprovechando su mayor fortaleza física ha marcado las pautas que rigen los roles sociales y lo ha justificado como una conducta “instintiva” para lo cual le vinieron bien las tesis darwinianas de la supervivencia.

Lo cierto es que el machismo es una conducta generalizada que impregna tanto al hombre como a la mujer en el sentido en que ella se vuelve la contraparte del propio machismo y en su sostén, por paradójico que se escuche: la infidelidad masculina se tolera, se fomenta y se pavonea, si no, vea usted a su alrededor; al niño varón se le celebra que le llamen varias muchachas o que tenga muchas novias, la misma madre se siente orgullosa de su “pegue”, en cambio en la niña se ve mal que ande con varios muchachos, ella sí debe ser recatada, reprimir su sexualidad y comportarse de manera diferente.

Cuando la infidelidad se da en los adultos, el hombre se enorgullece de ella y la presume, inclusive la mujer adopta la complicidad, se hace de la vista gorda por cuidar un malentendido estatus social, o por no generar problemas en la familia, pero con ello acumula también rencor y venganza.

En los últimos añosla infidelidad aparece también en gran escala en las mujeres, sobre todo ahora que ya una gran parte de ellas se incorporan a la vida productiva -económicamente hablando- y no tienen que depender del hombre, sienten entonces el derecho de ejercer su sexualidad con mayor libertad, la diferencia -al menos en nuestro entorno- es que la mujer no lo anda pregonando como el varón, por el contrario, guarda suma discreción. ¿Usted sabe la cantidad de hoteles de paso que están llenos en nuestros alrededores justamente en las mañanas? No se sorprenda, es una realidad.

Su origen sicológico

Sin duda alguna: la insatisfacción con la pareja, que puede ser a nivel emocional, cuando no se recibe lo que afectivamente se espera del otro; el cuidado, el respeto, el cariño, etcétera, o cuando existe la insatisfacción sexual, que es uno de los pilares que sostiene a cualquier relación de pareja.

Esta insatisfacción puede pasar por varios aspectos, desde la incompatibilidad moral acerca de las relaciones sexuales, como la excesiva represión y la dificultad para la expresión de la sexualidad, que puede manifestarse en algún tipo de impotencia parcial o total en el varón, o en la mujer como una incapacidad orgásmica o de goce, lo que se conoce como frigidez.

Existen desde luego causas existenciales que detonan la infidelidad, causas que corresponden estrictamente a la diferencia en la formación individual y en la escala de valores con respecto al otro.

Usualmente las familias educan a sus hijos con diferentes expectativas y los hacen adquirir un “modelo”, un “ideal” de pareja que casi siempre no es compatible con la realidad, aquí entramos en el problema de “La pareja ideal” vs. “La pareja real”, es decir, con quién creí que me casé y a quién tengo en realidad, usualmente estas versiones chocan y producen un efecto de desilusión a la vuelta de unos pocos años, de ahí que la infidelidad muchas veces juega un papel de equilibrio.

Es posible que alguno de los dos vea que el mundo es otra cosa y que va más allá de lo que se creyó. El problema es que no nos educan para ver la realidad de las cosas y las personas, por el contrario, nos fabricamos un cuento de la realidad y luego viene el desengaño.

A la mujer, por ejemplo, la enseñan a idealizar a la pareja y cuando se da cuenta de que no es tan inteligente, tan bueno, que tiene mil defectos, aparecen en el horizonte nuevos ideales, esto detona la infidelidad, porque finalmente todas las personas van a buscar la felicidad en donde crean que ésta se encuentra, la mayoría de las veces independientemente de las consecuencias que puedan surgir.

Hay otro aspecto más profundo de la infidelidad que es un esquema subjetivo: lo llamamos fantasías, estas últimas son normales en todas las personas y se dan en los sueños o de manera consciente.

Dicen algunos sicoanalistas que todas las relaciones sexuales son de tres, no de dos. Esto se refiere a que de alguna manera en nuestra fantasía consciente o inconsciente existen referencias a otras personas, tanto en la mujer como en el hombre, y a ese conjunto “fantasmas” se les conoce en el lenguaje sicoanalítico como el “tercero” en escena.

Salud mental

Finalmente, ¿qué podemos hacer para comprender esta situación?

En primer lugar preguntarnos qué esperamos de nuestra pareja y al mismo tiempo tratar de verla con la mayor objetividad posible, ver si es compatible con nuestro proyecto de vida y sobre todo si en realidad el amor que podemos sentir por el otro es un sentimiento espontáneo que nos hace sentir mucho mejor de lo que somos, lo que finalmente es un parámetro más profundo.

Me parece que el recuento final de estas ideas pasaría por un sentido de no exigir al otro lo que no se es capaz de ofrecer, o en su defecto; asumir las consecuencias.

No es malo dejar de amar a alguien, es algo que ocurre sin nuestro consentimiento, pero eso se puede hablar y asumir aunque sea doloroso, lo difícil empieza con el engaño, ya que sus consecuencias son bastante predecibles y conocidas; reproche, agresión, venganza, odio, soledad y sobre todo… culpa.

Cada persona debe definir su postura moral al respecto desde sus muy particulares valores personales, religiosos, sociales, existenciales y tratar de ser congruente con ella.

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