UA

El supermercado estaba lleno de reponedores. Todas las estanterías repletándose de productos frescos, de esos que uno se pelea creyendo que son un bien escaso y que a veces ni se les mira el precio.

Las berenjenas estaban enormes, brillantes, de un púrpura encandilante. El cilantro era un perfecto ramo de flores. Redondo, desparramado, con todas sus hojas en el lugar justo. Pasé de largo.

Pasé de largo por las frutas, también por los yogures con fecha de elaboración del día. Ignoré el cada vez más demandado pasillo de cereales, granolas, avenas y frutos secos.

No me llamaron la atención ni las galletas, ni los dulces y tampoco los chocolates. Cuando me percaté que mi carro no contenía más que algunos productos de limpieza y unas bandejas de hamburguesas y pasta congelada, ratifiqué el diagnóstico que me negaba a creer. Efectivamente, estaba deprimida.

Ni la frescura de los alimentos, ni las degustaciones del camino, ni las maniobras de la compra compulsiva habían logrado atraparme, apenas había divisado elementos conocidos.

Volví a las verduras, a los cereales y a las galletas y con esfuerzo de por medio intenté saborearlos en el paladar de mi imaginación. No soy la única de la casa, otros debían alimentarse y tenía que decidir por ellos.

berenjenas

Cuando estaba en el área de las verduras, las berenjenas definitivamente me llamaron a gritos. Las recordé cortadas delgaditas, tostadas con una gota de aceite en la sartén, un poco de ajo y pimienta (1*). Fui y agarré varias.

Fue mi salvación, mi renacer. Un sabor neutro y suave. Una textura ni agresivamente dura, ni tan líquida que pasa sin dejar rastros. Con las berenjenas en el carro, junto a ese color y tamaño, me animé a darme una segunda vuelta por los cereales y los chocolates. Pero incuestionablemente fueron las berenjenas las que me recordaron de la cocina, del aceite de oliva y de que hay cuatro horarios en el día en los que el hombre debe alimentarse.

(1*) Berenjenas quita penas:

Lave las berenjenas, pélelas y déjelas remojando en agua con sal por un par de horas.

Luego córtelas a lo largo en láminas de 1/2 cm. Déjelas estilar sobre papel absorbente.

Alíñelas en una fuente con pimienta y ajo picado muy fino.

Luego tuéstelas por ambos lados en una sartén con un poco de aceite de oliva, cuidando de que no se quemen. Acompáñelas de lo que guste.

https://analytics.google.com/analytics/web/?authuser=0#/a19873651w39653599p39359059/admin/integrations/adsense/editor/MELVhoLOS4O55HAh2VocUA