El tiempo es el mismo para todas las personas, lo que es muy distinto, son las maneras de invertirlo, sobre todo entre hombre y la mujer.

El tiempo de las mujeres a lo largo de gran parte de la historia se ha visto marcado en general por el tiempo de los demás miembros de la familia. En los análisis del tiempo de las mujeres se puede observar de manera clara las desigualdades entre éstas y los hombres. Según el Instituto de la mujer las mujeres dedicamos al trabajo doméstico no remunerado 7 horas y 58 minutos, como media, en un día, mientras que los hombres lo hacen durante 2 horas y 35 minutos. De estas 7 horas y 58 minutos que les dedican las mujeres a las tareas domésticas la mayoría del tiempo lo emplean en el trabajo de la casa 3 horas y 58 minutos y al cuidado de la familia 1 hora y 51 minutos, seguido de las compras.

Estos usos del tiempo, afectan al desarrollo de las capacidades de las mujeres en lo personal, social y político. De esta realidad surge la pregunta de con qué plenitud podemos dedicarnos las mujeres a ejercer la ciudadanía. Además a partir de la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado, en el conjunto de la sociedad no se ha producido el cambio que permita una correcta conciliación de la vida personal, familiar y laboral, ya que el mercado de trabajo sigue estructurado según la pauta masculina de trabajo a tiempo completo. El mundo sigue funcionando como si “hubiera alguien en casa” que cuidara a los niños, los ancianos, realice las tareas de casa, etc. lo que se ha traducido en una mayor presión para el tiempo de las mujeres. Los hombres no han respondido de manera eficaz ante esta nueva situación, y por lo general son las mujeres las que se sigue ocupando de este tipo de tareas, compaginándolas con el trabajo remunerado, lo hace que las mujeres no tengan tiempo para desarrollarse como personas y como ciudadanas.