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La normalidad perdida, o eso que llamábamos normalidad [06-04-2020]

 

Son las siete menos cuarto, todavía es de noche, tras un largo sorbo de café, me asomo, como cada día, al mirador. Una buena bocanada de aire fresco, unos trinos que anuncian la deseada alborada, el Duero siseando de fondo, es un bonito momento que precede al amanecer. Me percato de que el señor calvo que vive en uno de los pisos del lateral izquierdo de la plaza está también asomado, es madrugador como yo, me saluda con la mano y le devuelvo el silencioso saludo, otros días es a la inversa. No sé quién es, ni su nombre, espero que cuando todo esto acabe nos encontremos por el barrio, en la tienda de Antonio, en la pescadería, en el bar, o en el kiosco y podamos poner nombre a nuestras caras. En esto que hace su aparición el barrendero, empujando su carro, buscando que barrer, limpiando sobre limpio, porque en toda su vida… me hago una película e imagino que piensa… no ha visto las calles menos sucias, con menos que recoger, “víctimas” de la ausencia de nuestra presencia. Mira hacia arriba, quizá se percibió observado, le hago un gesto de silencioso aplauso, esto también va por tí, me digo, él saluda con el brazo en alto, y continua con su recorrido, que tengas un buen día, le deseo en mis pensamientos.

 

Ahora comienzo a reflexionar que han bastado unas semanas para dar la vuelta al concepto de vecindad, que al haber desacelerado se ha hecho visible un montón de gente que siempre estuvo delante de nuestros ojos, empiezo a ver todas las personas que, cada día más, se asoman a las ocho y luego nos quedamos, muchos, a escuchar unas cuantas canciones, a intercambiar saludos, a entablar una conversación, aquellos que están más cerca, como comadres en los patios, en las corralas de antaño. También me acuerdo de la niña que nos deleita cada día, desde su balcón a la plaza, con algún fragmento, sobre todo de bandas sonoras, tocado con su clarinete, también tengo ganas de conocerla, de darle un abrazo y las gracias por compartir.

 

La normalidad perdida, o eso que llamábamos normalidad, nos ha traído esta nueva festiva y solidaria nueva normalidad, ya veremos si perenne o no, nos ha devuelto a la aproximación, a la aldea, al barrio, al vecindario en corto, a la solidaridad vecinal. Según escribo, también valoro las muestras de ésta última, en lo más inmediato y cercano, como en tantos sitios, los carteles en el portal ofreciendo ayuda a los vecinos más mayores, compras, farmacia, bajar basura…en lo general, la multitud de muestras e iniciativas en todo el planeta. Resalto una, que como muchas pequeñas noticias queda sepultada por las grandes cifras. En el centro de Madrid, lo que empezó como una pequeña red de apoyo por WhatsApp de nueve mujeres que no se conocían entre sí personalmente, se ha transformado en un grupo que cuenta ya con el apoyo de 250 voluntarios que atiende solidariamente diversos problemas y efectos de esta crisis en el vecindario.

 

Compras y entrega de medicamentos a mayores, asistencia psicológica, acompañamiento telefónico contra la soledad… Sorprendidas de lo bien que trabajan en equipo, teniendo en cuenta que no se conocían de nada, comparten una moderadamente optimista visión del barrio y de una sociedad menos individualista una vez pasada esta crisis. También coinciden en una cosa, las ganas que tienen de conocerse y de tomarse unas cañas juntas, en la calle por supuesto. Me sumo a su deseo y lo extrapolo a mi vecindario más inmediato.

 

Quisiera creer que todo esto derivará hacia una forma de relación más perdurable e inmediata, que nuestros modos sociales tan enraizados en el inconsciente no nos harán olvidar estas “amistades recuperadas”, como se olvida un enamoramiento de verano, que superado el invisible muro de la distancia social, seamos capaces de sostener algunos de esos lazos de vecindad fiestera, que no haya sido el temor el que nos lanzó hacia los demás, que hayamos aprendido que esto que somos solo podremos salvarlo unidos.

 

El futuro será como nosotros queramos, desde la aldea, desde la tolerancia, desde la solidaridad, el reto es integrar todas “las tribus” en un único grupo, en una sola tribu, la humanidad.

 

Tras esta “oda a la vecindad”, sólo me queda despedirme adaptando, de buenas tardes a buenos días, el grito que lanzo cada tarde al acabar los aplausos, que es respondido a coro y que se ha transformado en una bella costumbre en nuestra plaza: …BUENOS DÍAS VECINOS!!!

 

Os quiero bribones!!!

Buen día a tod@s!!!

Hoy os dejo una de las canciones que todos los días suenan en la plaza después los aplausos, “Color Esperanza” De Diego Torres, es de las fijas en la cola de reproducción junto a otras como, “Resistiré”, “Sobreviviré”, “Viva la Vida”, “Stairways to Heaven”, “Volveremos a Brindar”, “Nothing Else Matters”, “Girasoles”…

el-pinche-feliz

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