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Confinado entre paredes de cemento [22-05-2020]

 

Paseando por la ribera, río abajo, la suave brisa va tornando hacia viento moderado. Al bello aspecto visual que despliega la primavera en ambas orillas, se une el susurro de los arboles, de sus hojas mecidas al viento, de sus ramas con sus crujidos y chasquidos de lengua antigua, primitiva, primigenia, ancestral. Los árboles de una orilla parece que lloraran o cantaran esperando la respuesta del otro lado del río, en un agitado canto, ávido de respuesta, que pronto se convierte en una musical conversación a la que se van agregando diferentes botánicos cantos, distintos tonos florales, en un alfabeto sonoro que antes no me había parado a escuchar.

 

Confinado entre paredes de cemento, apenas podía escucharlos y antes no me había parado a escuchar, el llamado de los árboles, desde mi torre de cristal, sordo del tiempo. Ahora los paseos son otra cosa, ya tengo otra mirada, ya olfateo otros aires, escucho otras voces, he aprendido a prestar más atención a mis sentidos, todo estaba ahí, pero no reparaba en ello. Una vez que esta consciencia se produce, una vez que esta conexión se establece con nuestro medio ambiente más cercano, ya nada es igual. Cuando aprendes a prestar atención, multitud de pequeños detalles que antes pasaban desapercibidos comienzan a conformar el corazón del bienestar.

 

Y según vas prestando atención, comienzas a adentrarte en ese viaje hacia las canciones de los árboles, te das cuenta que el sonido de cada uno es particular, que cada uno tiene su voz, que los puedes diferenciar en función de su canto, de forma parecida, tal vez mucho mas sutil, a la forma en que diferenciamos los trinos de las diversas aves.

 

Puedo escuchar cómo el agua de un arroyo pasa sobre y alrededor de alguna roca bajo la sombra de un álamo. Puedo oír el mar, el vaivén de las olas, caminando entre la frondosa sombra de los chopos. Puedo sentir el crujido de las hayas, los sollozos y gemidos de los abetos, qué cuchichean al oído pasando, transmitiendo, secretos antiguos de árbol a árbol. Pero hay un sonido inconfundible, de los más fáciles de reconocer, pues sus hojas están casi siempre en movimiento, el del álamo temblón. Su sonido se asemeja a la lluvia, al de un suave chaparrón de verano, al de uno de esos instrumentos de la Amazonia, el palo de agua o de lluvia; al burbujeó, a veces también, de una bebida carbonatada.

 

Va cayendo la tarde, fresnos, abedules y olmos se unen a la silenciosa e inadvertida sinfonía, los colores rojizos y anaranjados que el ocaso trae consigo, se derraman delicados sobre las copas de los arboles, goteando en brillantes y sutiles chorretes por sus troncos. Los diversos verdes, de los distintos arboles, saludan ofreciendo sus últimos tonos antes de volverse pardos y uniformes. Las flores, con las amapolas al frente, salpican de pequeños puntos de color un lienzo impresionista al que Monet le hubiera sacado un gran partido.

 

Hasta mañana, amigos arboles. Esta noche conciliaremos el sueño escuchando con otro oído vuestros susurros, vuestros cantos, vuestra dulce nana nocturna.

 

Buen día a tod@s!!!

 

Os quiero Bandid@s!!!

“Escucha el canto de los árboles. Bosque adentro, adonde muy pocos son admitidos, un coro de árboles danza y canta, canta y danza, a la espera de las edades del tiempo, mientras los mortales siguen su vida y sueñan con descubrir los secretos de la inmortalidad.” Jacqueline Murillo

Y para mecernos al son del viento, como hoja de árbol, os dejo un tema, “Palo de Lluvia” de Black Blood Horses, donde este instrumento acompaña la melodía constantemente. Relajación, calma, tranquilidad….a disfrutar.

el-pinche-feliz

Aquí a diario Mis Gastrotapasdesde la “Oronja Home”
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