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Envejecimiento de la piel

El proceso de envejecimiento es un fenómeno continuo e inevitable que afecta a todos los seres humanos. Y la piel es la parte del cuerpo donde mayor se evidencia el paso del tiempo.

 

La edad cronológica es una medida precisa del envejecimiento. Sin embargo, la apariencia o edad fisiológica no siempre se corresponde con ésta. Por eso, personas que han tenido un cuidado especial con su piel, a lo largo de la vida, suelen aparentar menos edad de la que realmente tienen.

La piel está estrechamente ligada a los procesos vitales del cuerpo. Refleja la salud de las personas. Por un lado, sufre los efectos de las agresiones internas –fatigas, estrés, alcohol, tabaco, mala alimentación, enfermedades, etc.-. Y, por otro, el de las externas –frío, sol, viento o cuidados insuficiente- que a lo largo de los años influyen en el proceso de aparición de arrugas y otros trastornos cutáneos.

 

El órgano más expuesto

La piel constituye el órgano más grande y más expuesto del cuerpo. Posee, además, unas funciones de vital importancia para el buen funcionamiento del organismo humano. Ayuda a regular la temperatura y permite que el cuerpo retenga los líquidos que necesita.

Pero, clínicamente, su principal misión consiste en estar en la primera línea de defensa del sistema inmunológico. La piel hace de escudo contra virus, bacterias y otros factores externos perjudiciales como la polución del ambiente.

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La marca del paso de los años

Con el paso del tiempo, sobrevienen procesos bioquímicos que modifican algunos de los constituyentes de la piel. Este cambio gradual en los tejidos vuelve la piel más fina y menos elástica.

La consecuencia más evidente de este cambio son las arrugas. Pero la piel también pierde, con el paso de los años, capacidad de cicatrización y sufre mayor riesgo de dermitis, tumores e infecciones. Aumenta el riesgo de hipotermia, la piel ya no protege de las temperaturas como cuando era joven. Como tampoco lo hace de los golpes, se vuelve mucho más sensible.

Las manchas de la piel

Otro síntoma peculiar de las personas mayores son las manchas que aparecen en las manos, en la cara, en los brazos o en las piernas. En zonas expuestas al sol. A primera vista pueden parecer pecas, pero no lo son. Pueden llegar a alcanzar hasta dos centímetros de diámetro.

Estas manchas pigmentarias se llaman Lentigo solar o senil y es frecuente que aparezcan a partir de los 55 años. Se presentan con un color que va del pardo claro al marrón oscuro y negro.

En principio, no hay porque preocuparse, ya que son inofensivas. Son lesiones benignas que solo tienen importancia estética. Y hoy día pueden ser aclaradas con productos de blanqueo de la industria farmacéutica, cosmética y nutricional. También por ultracongelación con nitrógeno líquido o con rayo láser.

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Largos años de piel joven

Si bien la genética juega su papel en la forma en que va cambiando la apariencia de la piel, la biología no marca a fuego su destino. Siguiendo unas normas muy sencillas, la piel se conservará joven durante mucho más tiempo.

Es importante beber mucha agua, entre 8 y 10 vasos diarios. De lo contrario, el organismo recurre a los fluidos de los tejidos, lo que puede producir deshidratación. Hacer regularmente ejercicio, ayuda a mantener la calidad del colágeno.

Dormir las horas que su organismo necesita. Los científicos piensan que alrededor de un 70% de la renovación y regeneración de las células de la piel ocurre durante la noche. Y, por último, no exponerse al sol sin gafas ni la protección solar adecuada.

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