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Efecto Rosenthal

 

Vean a esta niña, es el ejemplo de lo que no se debe hacer:

Roberta escucha estas palabras parada sobre el banco gris frente a toda la primaria formada que la ve sin parpadear. La voz áspera y gruesa viene de la directora, la maestra Antonia.

La humillación la cincela y provoca un enorme silencio. Escucha una socavada expresión de “¡¡hiiii!!” que le provoca un agujero en el estómago y le sonroja la cara, ¿su pecado?, platicar con la niña de a lado mientras la directora hablaba.

Miss Antonia (como le llaman) le aterra, la trae de bajada, viste siempre de negro para disimular su volumen. Sus labios tienen un constante gesto de arco descendente. Sus cachetes se asemejan a los de un bull-dog (como le apodan) y los pelos en su barba le provocan asco; las niñas le temen y la obedecen con la mirada.

Roberta está en cuarto de primaria, es una niña insegura, y se refugia en la timidez. Su experiencia escolar hasta entonces no ha sido buena, siente que no puede hacer nada bien. Le cuesta trabajo disciplinarse, entender, concentrarse y estudiar. No destaca en ningún deporte, es gordita y de cara poco recordable.

Los regaños y castigos permanentes tanto en su casa, como en la escuela, le hacen sentir que siempre le falta “algo” para darles gusto; de manera sutil y muda, tiene el incómodo sentimiento de no ser lo que esperaban.

Ella observa y admira a las niñas seguras de sí mismas, bonitas, se desenvuelven con soltura y están rodeadas de amigas. Quiere ser como ellas y sobre todo, pertenecer a su grupo, no lo logra.

Más tarde, reprueba quinto de primaria. El primer día de clases siente la pena de ser la más alta de la clase y la última de la fila, con pena ve a sus amigas formadas en la fila de sexto. Se siente chinche.

Mientras acomoda en la papelera sus cuadernos nuevos y libros usados, oye su nombre en voz de su nueva maestra, Miss Elena: Roberta, ven por favor…, cómo odia su nombre, “Roberta”. Lo encuentra duro, largo y sin equivocación, significa regaño.

Con temor se acerca al escritorio de la maestra acompañada de las miradas de todas sus nuevas compañeras. Para su sorpresa, al subir la tarima del salón, Miss Elena, en voz alta, la nombra su “secretaria”, cargo que se da por un mes a alguna alumna distinguida. Así nada más, ¡y sin conocerla!, ¡no lo puede creer!, no sabe cómo reaccionar. Le encarga cuidar al grupo en los ratos en que se ausenta. Alguien confía en ella, elogia sus trabajos y le hace sentir que es responsable, ¿será posible?, ¿ella?

Roberta, gracias a Miss Elena (un ángel de la guarda), por primera vez en su vida, se siente importante. Descubre, la placentera sensación de sentirse valorada. Con este voto de confianza, coloca los cimientos de su autoestima, empieza a construirse y reconstruirse; en sus estudios mejora notablemente, se da cuenta que puede ser simpática como otras niñas, se porta bien, coopera en las actividades de la casa, comienza a destacar en natación e inesperadamente la escogen para portar la Bandera Nacional en los días patrios. La vida le ha cambiado. Para cuando llega a sexto de primaria, Roberta era una de las niñas populares de la generación.

 

Cuando como papás o profesores calificamos de malos o torpes a los hijos cuando cometen un error, nuestros repetidos mensajes directos o subliminales, llegarán a convencer al niño de que él no es capaz de hacer las cosas bien y se volverá inseguro.

 

¿Cuántas veces, sin darnos cuenta o sin saber el daño que les causa, lo hacemos? Efecto Rosenthal: confirmación por parte del niño de las creencias que tienen sus papás o maestros.

El niño refleja lo que vive

Hay detalles muy simples que ayudan a elevar su autoconcepto, como:

  • Desde pequeño darle responsabilidades supervisadas y permitirle que piense por sí mismo. Hacerle sentir que estamos seguros que podrá con los retos.
  • Elogiar sus éxitos y sorprenderlo cuando hace las cosas bien.
  • Hablar bien de él con otros adultos mientras sabemos que nos escucha.
  • Cuando comete algún error, hacerle sentir que es parte natural de su crecimiento, sugerirle soluciones y enseñarle a descubrir las causas por las que fracasó.
  • Reforzarlo física y verbalmente con mucho cariño: abrazarlo, jugar con él, acariciarlo y besarlo. Que encuentren ese espacio cálido del cuerpo y alma del adulto. Decirle te quiero mucho.
  • Agradecerle cuando coopera y obedece.
  • Sugerirle actividades que pueda superar con facilidad.

 

Cualquiera de nosotros puede convertirse en ese ángel de la guarda para algún niño y rescatarlo del infierno de vivir desvalorizado ante él mismo. Sólo basta mostrarle que confiamos en él. Bien decía Freud que “infancia es destino”.

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