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Frecuentemente incomprendidas, las víctimas de la hipocondría viven atenazadas por el miedo a la enfermedad. Interpretan cualquier anomalía como síntoma de un mal grave y, muchas veces, se niegan a ir al médico por miedo al diagnóstico.

La hipocondría es una afección que se caracteriza por la preocupación y el miedo a padecer, o la convicción de tener, una enfermedad grave a partir de la interpretación personal de alguna sensación corporal u otro signo que aparezca en el cuerpo.

El hipocondríaco puede pasar horas explorando su cuerpo en busca de señales extrañas. Cualquier anomalía -lunares, pequeñas heridas, toses, incluso latidos del corazón, movimientos involuntarios, etc.- le provoca una enorme desazón y miedo a estar gravemente enfermo. Aun incluso en el caso de que el médico le asegure que está bien, la tranquilidad no durará demasiado, volviendo las preocupaciones al poco tiempo.

hipocondria

¿Genes o ambiente?

Lo cierto es que desconocen las causas exactas de la hipocondría. Una línea de investigación que se basa en los datos estadísticos afirma que esta interpretación catastrofista de los signos corporales viene provocado de alguna forma por el ambiente familiar. Y es que, muy a menudo, las personas que padecen este mal provienen de entornos familiares en los que hay más hipocondríacos. Se trata de familias en las que la enfermedad cobra una importancia inusitada y es tema constante de conversación.

Otros investigadores, usando los mismos argumentos, defienden que se trata más de una predisposición genética. Sea por un motivo o por otro, lo cierto es que el hipocondríaco desarrolla un miedo desmedido a la muerte, al dolor, la debilidad o la dependencia de otros.

 

Enfermedad ficticia, sufrimiento real

Este miedo al dolor le lleva a autoexplorarse en busca de señales que le indiquen que puede haber dolor, para evitar que éste llegue o vaya a más. Como resultado, la angustia con la que viven y el miedo que les provoca, hace que cualquier dolor, por mínimo que sea, les provoque un sufrimiento muy grande y que cualquier dolencia sea insoportable. Es lo mismo que les sucede a algunas personas con dolencias crónicas, que preven que su dolor irá a más, por lo que su sufrimiento aumenta incluso antes de que ese aumento se dé efectivamente.

 

Percepciones de dolor

Para las personas que no la padecen, la hipocondría es difícilmente comprensible y, en el caso de la convivencia diaria, muchas veces se convierte hasta en irritante. Esta actitud hace que el hipocondríaco se sienta profundamente incomprendido y, si cabe, aún más desgraciado. Por otro lado, el hecho de que los médicos no detecten su enfermedad, cuando él piensa y siente que efectivamente está enfermo, le angustia, por ese miedo al dolor mencionado antes, además de deprimirle porque piensa que no tiene solución.

La percepción del hipocondríaco es la de estar realmente enfermo, con sensaciones reales que así se lo indican, y en muchos casos la respuesta de “todo es psicológico” no hace más que aumentar los problemas, porque le hace sentirse incomprendido. Y es que en este tipo de dolencias psicosomáticas, en las que se interrelacionan estrechamente la mente y el cuerpo, los síntomas son completamente reales, si bien los procesos que los desencadenan son psicológicos.

 

Diagnóstico y tratamiento

Frente a esto, las personas hipocondríacas tienen dos tipos de reacciones: o bien no acuden nunca al médico, por miedo a que les diga que realmente tienen una enfermedad, o bien van a la consulta con insistencia, ya que el hecho de que se les diga que están sanas les tranquiliza, aunque solo sea momentáneamente.

El primer paso a dar en el diagnóstico de la hipocondría es comprobar que el paciente no sufre en efecto ninguna enfermedad física grave. Si una vez comprobada la ausencia de males físicos, continúan el miedo y la angustia, entonces es hora de estudiar la existencia o no de una dolencia psicológica.

Respecto al tratamiento de la hipocondría, se basa principalmente en la consecución de un objetivo esencial: la pérdida del miedo a la enfermedad. Esto se logra mediante el planteamiento de una serie de prohibiciones y tareas, con la colaboración de la familia, y una terapia de exposición a sensaciones bajo la supervisión de un profesional, para que el enfermo se de cuenta de que las sensaciones que interpreta como indicios de algo terrible son perfectamente asumibles y se puede convivir con ellas. Además la terapia incluye también métodos de elevación de la autoestima, que ayudan a evitar posibles depresiones que podrían desencadenar recaídas.

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