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La edad ideal

 

Los padres de familia viven preocupados por que sus hijos desarrollen todo tipo de habilidades tanto intelectuales como físicas: que sepan idiomas, dominen las computadoras, toquen un instrumento musical, practiquen algún deporte, etcétera.

 

Así, entre clases de canto, inglés, piano, natación y ballet, llegan a crear cabezas llenas de conocimientos y cuerpos de gran agilidad y fortaleza, pero muchas veces débiles interiormente. Y el problema es que muchos olvidan educar en lo esencial, hacer de sus hijos personas de carácter, criterio y voluntad recia.

Desde temprana edad

La voluntad debe educarse desde temprana edad.

Diferentes investigaciones en el desarrollo de la mente mencionan que durante los primeros ocho años de vida se desarrolla el 90 por ciento del cerebro.

En esos años quedan definidos los cimientos sobre los cuales crece la persona.

Es importante conocer las habilidades que se pueden desarrollar en cada etapa y ayudar al niño a potenciarlas. Es decir, estimular especialmente una cualidad en la etapa precisa.

Cada hábito tiene su mejor momento, su período sensitivo en el que su aceptación es más fácil.

Por ejemplo, del primer año de vida y hasta los tres años de edad el hábito a desarrollar principalmente es el orden.

Un niño que no se siente querido, difícilmente puede ser educado. Johann Henrich Pestalozzi

Veamos una lista con rangos de Edad y Hábito:

  • 0 a 3 años Orden
  • 3 a 6 años Obediencia
  • 6 a 9 años Generosidad
  • 8 a 12 años Laboriosidad
  • 12 a 15 años Solidaridad
  • 14 a 18 años Lealtad
Una educación eficaz

Para que la educación sea eficaz, además de hacerlo en la etapa precisa, es necesario que la información se reciba correctamente y con todos los datos necesarios para cumplir con la orden. Por ejemplo: “Por favor, recoge todos los juguetes antes de la cena”.

Igualmente es importante que las instrucciones se den en condiciones adecuadas para su asimilación. Esto es, con tranquilidad, confianza y cariño.

Y por último, para lograr una educación eficaz, conviene que el niño sepa y entienda por qué tiene que hacer determinado acto y cuáles son las consecuencias de hacerlo.

La educación preventiva

Es mejor prevenir que curar; es mejor adquirir una virtud cuando aún no existe el vicio.

Hay que motivar a los hijos a que realicen diferentes actividades que sean de su provecho o interés a fin de evitar la pereza, la cual es el peor enemigo para la formación de la voluntad.

El trabajo, las actividades ordenadas, son por el contrario los mejores educadores del carácter.

La educación con el ejemplo

No se puede exigir a los hijos lo que uno no está dispuesto a realizar. “Las palabras conmueven, pero el ejemplo arrastra”.

El mejor ejemplo que podemos ofrecerles es que ellos vean que nos esforzamos por ser cada día mejores como padres y como personas.

Para que hagan suyos los valores y virtudes, no hay nada más eficaz para los hijos que verlos encarnados en sus padres. Es necesario ser un modelo constante, un líder para los hijos.

Una forma muy concreta y eficaz de dar ese ejemplo, es el de involucrarse en los mismos objetivos que se les exige a ellos, como el orden, el respeto, la sinceridad.

También ayudará ponerse en familia metas comunes de progreso, ayudándose mutuamente. Esto aumenta el nivel de motivación.

La educación motivada

Una voluntad férrea tiende siempre al bien, y la constancia en la repetición de actos buenos da como resultado una voluntad firme y perseverante.

Al motivar hay ocasiones en que ayuda recurrir a los premios o castigos pero éstos siempre deben de estar en correspondencia con aquello que se quiere premiar o castigar. Aunque el mejor premio a una buena acción debe ser la acción en sí misma y su reconocimiento.

Es más fácil y común premiar con algo material, pero esto generalmente trae como consecuencia en el hijo el deseo de obtenerlos por sí mismos y no el de ser mejor, de realizar buenas acciones.

La educación personalizada

Cada niño es diferente, por lo que no se puede pretender el educar a todos los hijos de la misma manera.

Es preciso conocer bien a cada uno para así educarlo de la manera más conveniente.

Hay que tomar en cuenta sus propias circunstancias: si es el mayor, el segundo o el más pequeño de los hermanos; cómo es el niño en esa edad que está atravesando; cuáles son sus puntos fuertes, sus debilidades, etcétera.

No basta el entorno familiar, también es importante el resto del ambiente como el colegio, las actividades extra escolares, los amigos. Todo contribuye a la formación de la voluntad del niño.

La educación de los hijos se logra a través de la convivencia diaria, de todas las pequeñas cosas que suceden. Es allí en donde detalle a detalle pueden transmitírseles con amor, paciencia y firmeza aquellas virtudes y hábitos que fortalecerán su voluntad como la disciplina, la laboriosidad, el orden, la limpieza, la generosidad, la constancia, el esfuerzo.

Una voluntad bien educada, despierta en los hijos el deseo por estudiar, ser constantes, ordenados, responsables.

Si se consigue lo anterior, no habrá problema con el saber. Si el niño quiere estudiar y tiene estos hábitos, las buenas calificaciones y los títulos académicos serán una consecuencia lógica.

De igual manera él podrá dominar un deporte, un instrumento musical o cualquier disciplina o habilidad de su interés.

Al educar la voluntad de los hijos se les da la llave para el éxito de su propio desarrollo integral como personas.

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