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Será que mueve el mundo

Hay algo en el fondo de cada uno incapaz de estarse quieto, algo que supone o intuye una situación mejor y que recoge fuerzas para salir a la aventura. Millones de personas cruzan tierras y mares desde hace siglos en busca de una oportunidad para mejorar su vida. Es la búsqueda de la felicidad la que mueve el mundo.

La mayoría de las constituciones de los países libres contemplan hoy el derecho de los individuos a buscar su propia felicidad. Así, proporcionan un marco legal para que todos los ciudadanos puedan elegir qué es lo que les hace felices, así como un punto de partida común –la igualdad de oportunidades- para lograr su objetivo. El placer y bienestar personal es ya un fin lícito, y la búsqueda de la felicidad un objetivo legítimo.

El tiempo libre ha sido una de las grandes conquistas del hombre en busca de la felicidad. Hasta lograr la jornada laboral de ocho horas, la semana de trabajo de cinco días y los 30 días anuales de vacaciones pagadas se ha derramado mucha sangre, sudor y lágrimas.

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Ocio, causa de insatisfacción

Y sin embargo, el empleo de ese tiempo de libre disposición es el causante de muchas de las insatisfacciones y vacíos que aquejan muchas personas en la actualidad. La sensación de haber perdido el tiempo es una fuente de frustraciones.

Aquellas personas que no aprendieron a mantenerse ocupadas y a enriquecer su espíritu incluso en sus momentos de ocio, acaban pagándolo con la infelicidad: muchos ancianos que no hicieron más que trabajar toda su vida, deambulan por las residencias de la tercera edad sin la posibilidad de leer o pintar, carecen de entusiasmo y sólo esperan a que acabe su vida. El ser humano necesita entusiasmo hasta el último momento.

Entusiasmo, elixir de vida

Mantenerse ocupado siempre es una de las mejores inversiones a largo plazo. Todo el mundo tiene talentos que el trabajo no le permite desarrollar y que, sin embargo, están deseando sacar a la luz. Quizás en este siglo XXI se logre, por fin, el augurio que Paul Lafargue formulaba en su libro El derecho a la pereza (1880): “El trabajo no llegará a ser un condimento del placer de la pereza, un ejercicio bienhechor para el organismo humano, una pasión útil al organismo social, hasta que no sea sabiamente ordenado y limitado a un máximo de tres horas diarias”.

Ese tiempo libre tan amplio y tan corto es el caldo de cultivo perfecto para ejercitar los músculos que ayudarán a saltar las vallas hacia un futuro material mejor. El constante avance de la industria y las comunicaciones exigen que los trabajadores renueven constantemente sus conocimientos.

Educación versus cultura

Según la Organización Internacional del Trabajo, la sociedad actual exige un aprendizaje permanente al trabajador, pero esta exigencia beneficia directamente a las personas. La educación es, por tanto, la mejor herramienta para conseguir un progreso material.

La cultura, en cambio, es tan “innecesaria” como gratificante para las personas, porque las inquietudes necesitan también un movimiento continuo. La música, el teatro, la literatura o el arte, son una fuente de emociones y un punto de partida para la reflexión. Su misión es proporcionar un placer individual y personal, la de descubrir dentro de uno mismo sensaciones similares a las de los autores que las crearon.

La tecnología y la industria del ocio han puesto al alcance de todos las grandes obras artísticas de todos los tiempos. La felicidad está, pues, más cercana que en tiempos anteriores.

“El problema siempre es el mismo. Saber en dónde encontrarla. Lo primero, busque en su interior”.

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