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Nostalgia, aromas y sabores

Hay aromas que evocan nuestra niñez: el olor a tortilla recién hecha, a pastel horneado, o a plastilina.
Al percibirlos de inmediato se producen en nuestra mente sensaciones placenteras que van acompañadas de una serie de imágenes sueltas capaces de revivir nuestro pasado.

Desde pequeños asociamos los alimentos y su aroma con un sentimiento de seguridad y confort. El olfato influye, de manera muy poderosa, en nuestras emociones. Los escritores y poetas con frecuencia nos muestran esta experiencia. Uno de los pasajes más importantes de la literatura, en el que se asocia el olfato con las emociones, es el de Marcel Proust que aparece en el libro “Por el Camino de Swann”:

…Me llevé a los labios una cucharada de té de tila en el que había echado un trozo de magdalena (panqué). Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fijé mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba… Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal.

…Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té de tila los domingos por la mañana en Combray, cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Esto es nostalgia. Todo aquello que nos motiva a traer los recuerdos al presente. A veces se cree que es una simple añoranza, pero es más que eso.

La nostalgia es el resultado natural de vivir las diferentes etapas de la vida. Conforme crecemos, inevitablemente sentimos tristeza al dejar una etapa y entrar a la otra. Cuando lloramos en nuestra graduación, de secundaria o prepa, estamos reconociendo que esa etapa estudiantil terminó. Si sentimos ansiedad acerca de lo que está por venir, la escuela de la que tanto nos quejamos y a la que criticamos sin cesar empezará a parecernos mejor cada día.

La memoria tiende a realzar las cosas positivas del pasado y ponerle una pantalla a aquello que no deseamos recordar. Lo importante es que un olor o un sabor nos puede poner en un estado emocional determinado aunque no recordemos los detalles precisos de la situación. A mí, por ejemplo, el olor a enfrijoladas me transporta a la época en que mi mamá y todos mis hermanos nos sentábamos a merendar alrededor de la mesa, recién bañados, en pijamas con el pelo mojado y con ese sentimiento de seguridad que da la estabilidad familiar, en espera del delicioso platillo con crema y queso.

Estos detalles caracterizan un tiempo y un lugar que, probablemente, tratamos de recrear en el inconsciente. Al menos, ése es el estado de seguridad que ahora siento al comer enfrijoladas.

Cuando tenemos problemas de algún tipo, tendemos a idealizar el pasado y nuestros anhelos nostálgicos aumentan. Es como recordar el “paraíso perdido”, aunque sepamos que, en realidad, nunca existió tal paraíso. Es una sensación de pérdida, el no poder “regresar a casa”, no sólo porque nosotros hemos cambiado, sino porque hemos idealizado aquello que nunca existió.

Una memoria es una experiencia reconstruida, y eso es justamente lo que sucede con el viaje nostálgico que evoca aromas y sabores.

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El Centro de Investigación del Olor y del Sabor, en Chicago, Illinois, realizó un estudio que me parece interesante.

Participaron cerca de mil personas de treinta y nueve países a las que se les preguntó si había algún olor que les recordara su niñez. El 85 por ciento dijo que sí y en su mayoría se refirió a olores de productos horneados, como el pastel de manzana, galletas o pan. Mencionaron algunos otros alimentos, como chocolate caliente, espagueti, tacos de pollo, pescado, palomitas de maíz y dulces.

Lo curioso es que, entre los entrevistados, quienes nacieron antes de 1930 mencionaron olores de la naturaleza tales como la brisa del mar, el campo y hasta el olor de los caballos. Mientras que los que habían nacido después de 1960 y 1970 se refirieron a olores artificiales, específicamente el olor del plástico, mencionando el forro de sus cuadernos o la plastilina.

Otros recordaron olores asociados con coches, industrias, aceite de motor, fábricas o refinerías, y los más jóvenes recordaron el cloro, el repelente de moscos, el olor de un libro nuevo…

Este cambio tan marcado de olores naturales a olores artificiales también representa un cambio de valores y de estilos de vida.
Cuando vemos el poder que tienen los olores para estimular recuerdos, también notamos que un olor desagradable puede causar dolor psicológico, especialmente en quienes no tuvieron una infancia feliz.

Entre más positiva sea la respuesta nostálgica, la persona tiende a recrear en su totalidad la escena del pasado y las emociones que lo acompañan, filtrando las memorias idealizadas, lo que hace posible regresar a salvo con la mente a un tiempo seguro.

Por lo que la nostalgia se convierte en algo placentero, siempre y cuando nos atrevamos a disfrutar un presente pleno.

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