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– Quiero compartir con ustedes una experiencia que viví hace cinco años y que provocó un cambio total en mi vida: El 15 de junio de 2005 estaba disfrutando de unos días de vacaciones y planeaba ir con mi hija de excursión por la terminación de sus estudios secundarios a la Isla de San Andrés (Colombia). El viaje estaba programado para ese día a las 8:30 am.

Me levanté muy pronto para preparar los desayunos de toda la familia y alrededor de las 5:30 sentí en el estómago un vacío muy grande como si algo hubiera descendido en su interior.

En ese momento creí que era fatiga porque no había tomado nada y me bebí un poco de café acompañando a las medicina para la presión arterial. Más o menos a los diez minutos me sentí completamente sin fuerzas y mi rostro se puso lívido. No podía sostenerme en pié, y como pude llamé a mi hija y a mi hermana que vivía por entonces, con nosotros.

Al verme en ese estado, inmediatamente salieron conmigo para el médico. Sé que había un ángel cuidándome pues tratamos de contactar a un amigo muy cercano que tenía vehículo para que nos hiciera la carrera al hospital, pero el teléfono no lo contestaron.

Cuando salimos a la calle enfrente de la casa estaba estacionado un taxi como si nos estuviera esperando, con un chofer muy amable. Procedió la carrera hacía el hospital, y en el trayecto todos los semáforos estaban en verde, no había tráfico, y llegamos a la clínica en menos de ocho minutos.

En la parte de afuera estaba un camillero con una camilla como esperándonos, y cuando llegué ya no podía respirar. El médico me examinó, me administraron oxigeno y determinó que era una hemorragia interna que no se sabía de donde procedía.

En la clínica no permanece ginecólogo de turno y ese día había uno como enviado por Dios. Decidió hacer una ecografía para ver exactamente de donde provenía la hemorragia pero al llegar al ecógrafo quede sin sentido y decidieron operar inmediatamente para explorar y poder salvar mi vida.

Desde el momento que quede sin sentido, vi que me llevaban por unos pasillos inmensos donde se veía una luz muy resplandeciente de un blanco difícil de describir, oía a los médicos decir que me estaba yendo y que llamaran a mi familia.

Veía en el quirófano a los médicos ponerse sus camisas y gorros de cirugía, veía a mi hermana cuando el médico le daba órdenes fuera de la sala de cirugía para que saliera a comprar sangre pero directamente en la Cruz Roja, la vi subirse al ascensor y correr por fuera de la clínica con los zapatos en la mano.

Durante este tiempo que según lo médicos fue de casi cuatro minutos, siempre estuvo a mi lado un ser vestido con ropas color café, como un franciscano. Estuvo conmigo hasta que fui despertando de la anestesia.

Según los médicos clínicamente durante ese tiempo estuve muerta. Cuando estaba viviendo esa experiencia llegué a un lugar como en medio de las nubes con un jardín muy florecido, muy hermoso y en medio de él vi a mi madre que había muerto hacía veinte años.

La vi con una túnica blanca de manga larga, y sólo se le veía la cara y las manos haciendo señas de que me regresara. Desde ese momento me pregunto: ¿por qué me encontré con mi madre y no con mi padre que había muerto hacía tres años, o con mi esposo que había muerto año y medio atrás?

Pero cuando desperté, fue para mí, despertar a una nueva vida, pues sentí que volvía a nacer, y tenía la oportunidad de compartir con todos aquellos seres queridos. Volví a un despertar espiritual mayor, y fue gracias a Dios y a ese ángel que siempre me ha acompañado desde que nací.

Fue gracias a Dios y a ese ángel que siempre me ha acompañado

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