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A lo largo de la historia la mujer ha utilizado los trucos que ha tenido a su alcance para sacar partido de su belleza. La imaginación ha suplido a lo largo del tiempo las recetas mágicas que hoy nos brinda la cosmética.

Las mujeres egipcias resaltaban sus ojos maquillándolos con colores fuertes. Pintaban sus párpados con colores vivos obtenidos mezclando tierra, cenizas y tinta. También ellas iniciaron la moda de pintarse los labios. Para ello, utilizaban un tinte hecho de ocre rojo y óxido de hierro natural que extendían con un cepillo o un palito.

A lo largo de las civilizaciones griega y romana, empezó a cobrar importancia la piel. Las mujeres la blanqueaban con una mezcla de yeso, harina de habas, tiza y albayalde -carbonato clásico de plomo-. Además, las pestañas se ennegrecían utilizando una mezcla de huevos de hormigas y moscas machacadas.

El maquillaje vivió su apogeo durante la corte de Francia. Las caras se blanqueaban entonces con polvos y una crema nacarada brillante a base de azufre que llegó a provocar envenenamientos mortales. Ya en los inicios del siglo XIX, surgió el primer intento de eliminar las arrugas por medio de un esmaltado de la cara. Este consistía en lavar primero la cara con líquido alcalino, después se extendía una pasta para rellenar las arrugas y encima se colocaba una capa de esmalte hecha con arsénico y plomo.

A mediados del siglo XIX, apareció el maquillaje moderno. En 1880 se empezó a utilizar por primera vez el rojo de labios. Este consistía en una pomada compuesta por mantequilla fresca, cera de abeja, raíces de un colorante natural (orcaneta) y racimos de uvas negras sin pulpa que coloreaba sin producir efectos secundarios.

¿Un maquillaje para cada época?

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