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Los romanos conocían el pañuelo, al que llamaban sudorium, pero su función era la de limpiar el sudor. Porque sonarse las narices en público era de pésima educación y motivo suficiente para que un marido solicitara el divorcio si descubría a su esposa cometiendo tal falta.

Entre nosotros las cosas no llegan tan lejos, aunque, como en todo lo relacionado con la higiene corporal, el pañuelo debe usarse con discreción.

Nuestra actitud debiera ser justamente la contraria de la de esos futbolistas que tan frecuentemente, en un partido, aparecen limpiándose las narices a la brava en primeros planos de nuestros televisores.

No es necesario que nos ocultemos como si estuviéramos cometiendo un acto vergonzoso, pero tratemos de pasar inadvertidos.

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