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Cuenta un escritor romántico alemán que una de sus grandes diversiones cuando iba a París era tropezar adrede con alguien por la calle sólo por ver y oir la cascada de floridas excusas que el accidente generaba en la persona con quien había tropezado. Actualmente se divertiría muy poco.

Tropezamos unos con otros, recibimos empujones, en el mercado los carritos de la compra nos aplastan los pies sin que recibamos la más leve excusa.

La más elemental cortesía prescribe unas amables palabras de excusa cuando, por la razón que fuere, hemos molestado a los demás.

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