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Los cubiertos son exclusivamente para comer y cuando no se come deben estar quietos.

Esto quiere decir que por aburrido/a o nervioso/a que te sientas nunca debes distraerte o aliviar los nervios recurriendo a los cubiertos para dibujar con ellos sobre el mantel o tamborilear con el cuchillo.

Y lo mismo podría decirse de quienes utilizan los cubiertos para reforzar sus palabras cuando hablan, que los usan como si fueran un puntero.

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Si eres la anfitrion/a y a mitad de comida se cae un cubierto al suelo, debes recogerlo de inmediato, llevarlo a la cocina y traer uno limpio en sustitución.

Limpiarlo en la mesa, frotándolo con tu servilleta o con el vuelo del mantel, es una solución que no debe practicarse.

Si la comida fuera de un cierto compromiso, el cubierto sustitutorio del que se cayó se presentará al invitado sobre un plato.

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Siempre que en la mesa o en cualquier otra ocasión alguien nos pida un cubierto, lo cogeremos por el extremo superior del mango y se lo ofreceremos, de forma que el que lo pidió pueda tomarlo cómodamente por el resto del mango.

Su mano (y menos la nuestra) no debe tocar la parte útil del cubierto, primero porque podría pincharse o cortarse, si se tratara de un tenedor o un cuchillo, y, segundo, porque no es higiénico tocar con las manos lo que otro se ha de llevar después a la boca.

Lo mismo cabría decir de unas tijeras, que se ofrecerán de forma que se puedan coger fácilmente por su base.

En el caso de una jarra provista de asa la pasaremos a quien nos la solicite cogiéndola por el talle y ofreciendo el asa a quien la pidió.

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